La cruz del desencanto
No es fácil escribir un libro vital de desencanto, y aunque Pascual Garrido Lloret no lo ha logrado del todo, sí nos ofrece un texto en el que figura el retrato alienado de su ser. Igual que Nicanor Parra, al cual cita, Garrido Lloret, jiennense, ve la vida como una quimera, y capta el tono crepuscular del Borges del espíritu torpe.Cruz de tiempo presenta al hombre derrotado por el decurso de la vida en la que no podemos esperar ninguna redención. Esta actitud, decididamente melancólica, proviene de una crisis de identidad y acción en el poeta. El tiempo para él no hace más que demostrar «lo vano del intento». Así, el libro se respalda con determinativos relacionados con la esterilidad del existir: «el año del desencuentro» o «el día cero». Este uso quizás demasiado fácil de los términos del tiempo sin ensanchar la realidad con acontecimiento es a la vez el defecto y el hallazgo sombrío de una visión.
Cruz de tiempo, de Pascual Garrido Lloret
Ediciones Rondas. Barcelona, 1976. 39 páginas.
El vacío de la vida hace que el narrador sienta una elasticidad del tiempo, una especie de aburrimiento matusalénico que puede motivar ridiculeces tales como «Tengo ya 259» o un distanciamiento falso como en uno de los cinco textos de prosa poética cuando el poeta parece dirigirse al lector desde un lugar extraterreno al decir que en su cuerpo siente algo «que aquí creo llamáis convulsiones...» Sin embargo, el poema En el año del desencuentro, indica que Garrido Lloret puede describir el ajenamiento de sí mismo en versos sencillos, pero de un poder indudable. No es simplemente que el poeta vague metempsicóticamente «entre catafalcos de existencias anteriores», sino también que su «yo» encuentra su doble, el Doppelgänger. Este «yo sonámbulo» procede de una profunda desesperación y viene a ser un convencimiento metafísico que recuerde el infortunio patético de la obra de Francisco Brines.
Si se ve la realidad como un «disfraz» tal como la describe Garrido Lloret, en el último poema de su breve colección, poco hay para decorar esta severa certeza. Así la niñez que bosqueja no es más que un tópico, pero su lenguaje, excesivamente mondo, y a menudo no servido por una retórica de repetición musical, se salva con dos técnicas: la paradoja y la imagen cotidiana empleada en un contexto sorprendente. Cuando propone «alcanzar la sombra resplandeciente», usando un claroscuro como hace San Juan de la Cruz en Aunque es de noche, se arrima al «consuelo de la sombra» de Bousoño (La ruina, las monedas contra la losa), si bien no consigue su ansia dramática. Ni siquiera, al divisar «una alegría callada» en «el decurso de la nada», da muestra de su capacidad para vislumbrar el más allá. Y al preguntar «¿quién quitó el anzuelo?» y observar «Aquél día nos cambiamos de mano la cuchara», establece medios sugestivos para comprender su entorno.
El amor que ocupa la tercera sección del texto, queda para Garrido Lloret un tanto volátil y demasiado perfecto, casi una mística vía purgativa, aunque puede definirlo con eficaz sentido cósmico: "Con la mano coges el sol...», o refugiarse en un vago ambiente de hermandad. En la cuarta sección, abre un posible camino de protesta al hablar de «la horda» que le privó. Pero pese a observaciones acertadas -por ejemplo: «La ciudad agoniza más deprisa que la tarde»-, «El grito que (le) sube desde dentro» puede dar lugar a banalidades como «habrá otro amanecer». De todos modos, tomando en cuenta faltas del decoro del lenguaje poético y el uso excesivo de gerundios o yustapuestos con «-mente», el escueto libro de Garrido Lloret, con aciertos de pasión, promete un mundo acerado y, a través de la negación, el atisbo de un horizonte.
Babelia
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