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Crítica:"LOS VIERNES, A LAS SEIS"
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un figurón de nuestro tiempo

Silencioso por decisión propia Miguel Mihura, es Juan José Alonso Millán, quien más se le parece y más cerca anda de ocupar su sitio. Alonso Millán tiene similar capacidad de observación, idéntica maestría para construir y le seduce casi la misma temática que a Mihura. A veces aspira a más. En otras ocasiones retrocede a terrenos muy fáciles. Ahora sale de una larga estancia entre las cómodas y simples mieles del café-teatro. No me refiero al enero en sí. Me refiero a lo que ese género es entre nosotros: una gran ocasión perdida de haber experimentado nuestra vía para el cabaret más o menos literario. El caso es que Alonso Millán vuelve por sus fueros y nos presenta una comedia de figurón. Figurón, claro está, contemporáneo, trazado con cierta profundidad, que encierra la representación posible de muchos otros seres humanos.Ramiro es un cincuentón establecido. Quizás sabe o supo que la enorme vacuidad de su vida no le perdonará el enmascaramiento de su final: la soledad. Es muy pariente de El misántropo. Alonso Millán lo retrata en cinco cuadros de articulación directa y sin trampas. Ramiro oculta su debilidad envaneciéndose con la discreta mediocridad de su trabajo y oculta su cobardía humana limitando su presencia sentimental a la rutina semanal de un trato amoroso venal. Todo está bien. Alonso Millán indica el perfil del personaje y lo pone a prueba. Es el principio eterno de la situación dramática.

Autor: Juan José Alonso Millán

Director: el autor. Escenografía: Ontañón y De Miguel. Intérpretes: Mari Begoña, Africa Pratt, Isabel Luque. Yolanda Cembreros, José Bódalo y Rafael Guerrero.Teatro Club

Someter el personaje a un ácido contraste. En esta ocasión el ácido es el relevo de la pobre y buena respetuosa y la irrupción inútil de sus sucesoras. Ramiro se encuentra súbitamente con la soledad, con la conciencia de la edad.

Casi parece la defensa de una tesis. Pero sucede que Ramiro y Marisa tienen una fuerte cara teatral. La gran habilidad carpintera del autor, su búsqueda de la risa, diluye la meditación sobre el personaje y, en cierta manera, frustra un poco la promesa encerrada en la historia propuesta. Frente a Ramiro y Marisa -José Bódalo y Mari Begoña- el autor levanta personajes de modestísima entidad que conectan mal con los protagonistas. Como Alonso Millán es responsable de la dirección, no hay manera de acusar a nadie del desajuste. Porque desajuste hay. Primero, entre la calidad de la pareja -de cosecha propia el hombre, mostrenca, pero bien vista, la mujer- y la falta de entidad de los demás personajes. Después, entre la excelente cala en el personaje del egoísta y el esquematismo de la sustituta. Finalmente, entre la aspiración a entendérselas con un material noble y el deseo de reír en todo momento y de cualquier manera.

De alguna forma, al buscar a Bódalo y Mari Begoña está Alonso Millán indicando el terreno en que le gustaría torear. Bódalo es un excelente actor, eficaz, concienzudo, hábil en la composición y con gran presencia escénica. Begoña es una actriz de emotividades transparentes que clarifica muy bien los contrastes sentimentales que se le han confiado. Todo lo que falta aquí es culpa de Alonso Millán. Lo digo con pesar, porque se trata de un hombre admirable, dotado para hacer un teatro ligero, evasivo, pero no estúpido. En Los viernes a las seis hay una posición crítica tenuamente formulada, pero extraordinariamente bien concebida. Ese gran conformista es una captura buenísima. Detrás de sus vanidades y sus pesares asoma la alienante maquinaria de la sociedad actual. Pero se diría que ello asusta a Alonso Millán. ¿Por qué?

Es cierto que se ha producido un fuerte relevo de los espectadores. Es cierto que nuestra sociedad pide al teatro que cumpla su función de puente entre la sociedad y la cultura. Nada de eso excluye la posibilidad de una expresión teatral en que tenga su asiento la risa más rotunda. Lo importante es que no nos avergoncemos de ella.

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