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¿La revolución con botas?

Ciertos cambios registrados en los últimos meses en el mando militar soviético, algunas actividades adoptadas por grupos de oficiales estacionados en Alemania oriental y en varias guarniciones ucranianas y declaraciones hechas por intelectuales disidentes, como las efectuadas el 15 de julio en Amsterdam por el historiador André Almarik, se han constituido en las bases de un nuevo «estudio» que sobre la situación interna de la URSS se habría comenzado recientemente en el Comité de Defensa de la OTAN.Este análisis, emprendido, al parecer, por iniciativa alemana y norteamericana., arranca de una sublevación registrada en el contratorpedero Storojvol en noviembre del año pasado en el Báltico, se detiene en las alternativas de la sucesión del mariscal Gretchoo en el Ministerio de Defensa y concluye con una serie de extrañas «cartas» de «admiración», publicadas por grupos de oficiales jóvenes en Estrella Roja, órgano del Ejército, en beneficio de figuras militares como la del actual jefe del Estado Mayor General, mariscal Kulikov, o como la del comandante en jefe de las tropas del Pacto de Varsovia, mariscal Yakubovsky. Este conjunto de elementos aparece relacionado finalmente con el, por ahora inexplicable, endurecimiento de la posición soviética en el curso de la última ronda de conversaciones de la OTAN con el Pacto de Varsovia, terminada a mediados de julio. En círculos militares alemanes se nos asegura que no pocos expertos de la alianza sostienen que esta «extraña sucesión de hechos» anticipa la aparición de una forma de bonapartismo vinculado con corrientes políticas nacionalistas, supuestamente rivales, en el Gobierno y en el partido, de grupos "democratizadores" o «checoslovacos», entre los que se habría movido, hasta el año pasado, el propio señor Breznev. Tal teoría coincide, sin duda. con la expuesta por el señor Almarik en Amsterdam, quien afirmó que «la tendencia al nacionalismo ruso que está aflorando en todo el aparato dirigente podría convertirse, en poco tiempo, en la ideología oficial del Estado».

A pesar del tiempo transcurrido, las autoridades soviéticas no han dado aún con ninguna explicación acerca de la sublevación, en pleno Báltico, de la marinería del Storojvol, armado con cohetes balísticos. Según el Ministerio de Defensa de Suecia, los amotinados redujeron a los oficiales y se apoderaron del barco durante muchas horas. Por último, la Aviación soviética bombardeó la nave. Durante el incidente, seguido por las estaciones de escucha de la OTAN en el Norte, habrían muerto más de cincuenta hombres, entre leales y subievados. Tanto Moscú como la OTAN mantuvieron el asunto en reserva hasta abril. Las pnimeras noticias se erripezaron a filtrar junto con las de la muerte del mariscal Gretchko, momento en el que algunos sovietólogos creyeron advertir los Frime ros síntomas del enfrentamiento entre «nacionalistas» y «checoslovacos».

Las sospechas iniciales, alentadas por la muerte súbita de Gretchko. cobraron cuerpo al observarse la rapidez con que el señor Breznev actuó para llenar el vacío leiado por el mariscal, viejo amigo suyo. Enc lugar del largo período de interinato que solía preceder a los nombrarnientos en la cúspide militar el propio Gretchko, continuador de Malinowsky, hubo de esperar meses para convertirse en ministro, a pesar de su antigüedad en el escalafón y de su amistad con Breznev-, el jefe del partido designó jefe supremo del Ejército., incluso antes de enterrar a Gretchko. al ingeniero Dimitri Ustinov, oscuro ministro de Armamentos y, por si fuera poco, civil, con sólo un cargo honorífico de general. Por primeravez en cincuenta años. desde la destitución de Trotzky en 1925, un civil pasaba a mandar las Fuerzas Armadas de la URSS. Ni siquiera Stalin se atrevió a tanto. Al mismo tiempo, el señor Breznev se transformó en inariscal de la noche a la mañana, con lo cual, evidenterriente, no sólo trató de reforzar la autoridad de Ustinov -a quien también, a finales de julio, tuvo que nombrar rriariscal-, sino también la del partido sobre los militares. Pero los generales tampoco fueron lentos: veinte días después aparecieron en Estrella Roja las primeras cartas colectivas de «reconocimiento» a Kulikov y a Yakubolisky; a continuacion, en junio y a principios de julio, se realizaron en Alemania, en Ucrania y en Leningrado -según nuestros informantes de la OTAN- cinco grandes reuniones de «confraternización» no anuneladas previamente por el órgano del Ejército, presididas, no por los retratos de Breznev, de Ustinov y de los demás líderes del partido, como es habitual, sino, precisanlente, por los de los dos militares citados, sucesores naturales de Gretchko «ignorados» por Breznev. Simultáneamente, en las revistas del Ejército creado por Trotzky se publicaron, casi en forma inasiva, trabajos «históricos» sobre Pedro el Grande y el papel destacado de los dirigentes militares en la flormación del Estado ruso, entre el siglo XVI y el XIX, de un tono eminentemente nacionalista. Ni siquiera en la época del retorno stalinista a la «santa Rusia». durante la última guerra mundial, se leyeron en la URSS cosas semejantes. La presente curiosidad occidental sobre las «alternativas de poder» en Moscú tiene, pues, sus motivos.

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