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San Marcelino regatea a Franco

El autor del gol que dio a España su primera Eurocopa no se quedó a recoger la Copa ni dio la vuelta de honor, por el cariz político del partido

Marcelino y Lev Yashin, portero de la URSS, durante la final de la Eurocopa de fútbol de 1964.
Marcelino y Lev Yashin, portero de la URSS, durante la final de la Eurocopa de fútbol de 1964.DIARIO AS

Hasta hace 13 años, el 21 de junio de 1964 era el día de San Marcelino, patrón del fútbol español. Ese domingo lluvioso, en un Santiago Bernabéu con 100.000 aficionados, el delantero gallego del Zaragoza se hizo eterno con su tanto de cabeza a la URSS (2-1), que dio a la selección la Eurocopa, el primer título de su historia. Lejos quedaba, 44 años, la plata de los Juegos Olímpicos de Amberes. Y tuvieron que pasar otros 44 años para que, en 2008, San Marcelino guiara a Fernando Torres hasta el altar del gol a Alemania y pasar a compartir honores patrios.

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Cuatro años después, en 1968, Giacinto Facchetti, capitán de la selección italiana, compartía con los aficionados del Olímpico de Roma el título de la Eurocopa. Era un título conseguido de nuevo por el país anfitrión. Con la organización del Europeo de 1980, Italia se convertiría en el primer país en albergar en dos ocasiones el torneo.
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Marcelino Martínez Cao (Ares, A Coruña, 81 años) era el líder de un Zaragoza que se codeaba con los grandes del fútbol español con una de las delanteras más sonadas de siempre. Los cinco magníficos: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. A sus 24 años, Marce, como le llamaban los compañeros, ganaba el doble que Di Stéfano en el Real Madrid, ya era un rebelde con causa y nunca quiso salir del Zaragoza. Las lesiones le obligaron a retirarse con 29 años.

Sonó el pitido final y antes de que un buen puñado de aficionados saltaran al césped a abrazar a los campeones, el nueve de España ya estaba en las tripas del estadio. No vio ni la entrega de la Copa. Ni dio la vuelta de honor con sus compañeros. “Yo era así”, dice. No le gustaba la orientación política que se había dado al partido y la que se le pudiera dar después. Marcelino sabía por amigos directos que a Franco no le gustaba nada el fútbol. “Le gustaban los toros y la caza”, sentencia al respecto. Además, pensaba que la Federación y el Gobierno no medían a todos los clubes por el mismo rasero. Su Zaragoza siempre tuvo que jugar como visitante las finales de la Copa del Generalísimo para las que se clasificó, cuatro consecutivas (1963-66). El presidente de su club le confesó un día que Franco, en el palco, le llegó a preguntar: “¿Esto cómo es? Venís cuatro veces seguidas a jugar la final de mi Copa. ¿Qué pasa, siempre jugáis vosotros y otro?”.

La noche del partido, después de la cena oficial, se fue con Luis Aragonés y Lapetra a “tomar una copita” y a la mañana siguiente prefirió ir a la recepción de Franco en El Pardo en el Mercedes de su compañero Rivilla y no el autocar oficial del equipo. Así llegó cuando le pareció oportuno y huyó de las fotos de rigor que no le gustaban. Y menos esas.

Marcelino consigue el gol de la victoria para su equipo en la final de la Eurocopa de 1964.
Marcelino consigue el gol de la victoria para su equipo en la final de la Eurocopa de 1964.DIARIO AS

Eso sí, recuerda perfectamente su gol. El gol por antonomasia del fútbol español hasta ese momento. “Todo comenzó en un córner contra nuestra portería. Despejó Rivilla de cabeza y el balón me vino a mí, que había bajado a defender. Se lo devolví al primer toque y me fui hacia el área rival para buscar mi posición. Revilla se fue por su banda y se la dio a Pereda, que hizo un quiebro como que se iba para dentro y se fue hacia fuera. Yo ya estaba ya en el punto de penalti, cuando llegó el centro de Chus me lancé hacia el balón y me venía un poco retrasado. Tiré el cuerpo hacia atrás y con el balón ya por delante, cabeceé como me gustaba, justo hacia la raya de la portería. Fue un golpe seco. A Yashin no le dio tiempo ni a tirarse”.

El premio por el título fue de 150.000 pesetas. La mitad lo abonó la Federación y la otra mitad un particular del que nunca se quiso decir el nombre. Tal cual.

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