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Mariano García gana la medalla de oro de los 800m en los Campeonatos de Europa

El atleta de Cuevas de Reyllo resiste el ataque de Jake Wightman en la recta final para convertirse en el primer español en la historia campeón de Europa de 800m

Europeos Atletismo 2022
Mariano García celebra su triunfo en la final de los 800m de los Europeos de Múnich.WOLFGANG RATTAY (REUTERS)
Carlos Arribas

¿Qué hace un genio dos minutos antes de inventar una obra maestra? ¿Qué hace Mariano García en el tartán de una catedral del atletismo un minuto antes de llegar acelerando como la moto que le distingue, porque la cámara no esperaba, al bloque de salida del que partirá para dar dos vueltas a la pista, 800m, en menos de 1m 45s (1m 44,85s) y terminar el primero con una carrera que se enseñará durante décadas en las escuelas de atletismo como se enseña al Peter Snell de Tokio 64, al David Wottle de Múnich 72 y al David Rudisha de Londres 2012?

¿Qué hace un chaval feliz de un pueblo de Murcia, Cuevas de Reyllo, que demostró cuánto corría huyendo de un perro que le quería morder y quitarle la merienda y desayuna colacao y a los 24 años se convierte en el primer español campeón de Europa de los 800m, la prueba más complicada del atletismo, la que necesita inteligencia táctica, decisión, valor, pierna y una capacidad de resistencia a la velocidad y de limpieza de láctico únicas, y valor, la prueba del pionero Alberto Esteban de la medalla de bronce de Tomás de Teresa hace 28 años? ¿Qué hace un chico al que le gusta solo vivir en el pueblo, echarse la siesta en su cámara hipobárica, entrenarse con su entrenador de siempre, Gabi Lorente, un joven de Fuente el Álamo, el pueblo vecino, que dejó la panadería cuando supo que el zagal de Cuevas era único y que Mo Katir, también su pupilo, corría mucho? ¿Cómo respira los momentos de concentración y duda y de repaso y visualización en el que otros solo se dan tortazos en las piernas o respiran profundamente el atleta que resiste en la última recta el ataque de uno como Jake Wightman, el británico que le pudo a Jakob Ingebrigtsen en la final del 1.500m del Mundial de Eugene, hace nada, y su padre acelerado narrándolo?

Mariano García hace la moto una primera vez ante las cámaras, da dos o tres carrerillas atrás y adelante en la última recta, coge una botella de agua y se riega el pescuezo abundantemente varias veces, y cuando el juez de salida le acelera para que llegue al bloque que marca su puesto de salida, calle siete, choca su mano contra la mano abierta del árbitro al que pilla en el gesto de indicarle con urgencia que la cámara le está ya esperando para una última moto. “Es que son unos cabritos, llego aquí con la peor marca de todos los finalistas y me hacen salir a la pista el penúltimo, como si fuera la estrella”, se queja, y se ríe, porque quiere ser irónico, porque él, el campeón del mundo en pista cubierta hace cinco meses, el ganador del mitin de Nueva York en enero, sabe que va a ganar y que es el mejor de los ocho. Y que nadie le va a superar. Después, con la seriedad máxima de un atleta en plenitud que sabe exactamente lo que va a hacer para ganar y que nadie se lo va a impedir, sale y corre. Y lo hace. La moto se queda aparcada unos metros detrás de la línea de meta, y la volverá a coger al final, después de dar un grito salvaje de liberación y fuerza, con los siete rivales, el irlandés Mark English, tercero, el sueco Andreas Kramer, cuarto, Barontini, Robert, Pattison, Crestan, tirados en el suelo, exhaustos. Y él, como una lechuga, fresco, y ha hecho la mejor marca de su vida, ha bajado de 1m 45s, corriendo solo, sin liebres, a su ritmo.

Y él salta y bota y acelera ebrio y vuelve a hacer la moto porque los fotógrafos se lo piden sin cesar y él pide al estadio, un clamor que reverbera en el techo vanguardista, milagro de la ingeniería alemana, que le siga aclamando, que quiere emborracharse, él, que no bebe ni cerveza sin alcohol.

Gana Mariano García y dice: “Prácticamente estoy feliz”.

Unas horas antes, Lorente cuenta que la táctica solo la hablan una hora antes de la carrera porque así no hay dudas ni tiempo para darle más vueltas y que a Mariano le gusta concentrarse sabiendo lo que va a hacer y cómo lo va a hacer. “Aunque el 800m es tan complicado, hay tantas variables y aunque creas que las has estudiado todas la carrera puede salir aún con una que no has valorado, y ahí le toca al genio decidir”, explica. “Pero la clave es que si tú estás donde quieres estar, los otros siete estarán incómodos, correrán por fuera, sufrirán más y se cansarán más. Y Mariano está mejor que nunca. Mejor que cuando ganó el Mundial, aún”.

A los 350 metros, Mariano García está donde quiere estar, donde nadie se atreve a estar, pegado a la cuerda, el primero, marcando el ritmo a todos, haciendo la carrera. Pasa el 400m en 52,06s, acorde a lo previsto. “Se trataba de eso, de correr como en la semifinal, en la que vi que hacía daño, pero dos segundos más rápido, y sabía que podía porque me encontraba muy bien”, explica luego. Y mientras él sigue a su ritmo de dos 400m de 52s, y lo hace con la soltura de quien corre ligero y parece que no le cuesta nada, y con la experiencia de quien se ha equivocado muchas veces, los demás empiezan a pelear por la posición, a sufrir. 1.05,49s el 500m, 1m 18,59s el 600m, y Wightman ya se ve obligado a progresar por la curva, por la calle tres, a correr más metros que nadie. Y el británico le ataca en la salida de la curva, en los últimos 100m. El sprint de su vida, el de García y el de Wightman. Y García resiste, feroz y determinado. Nadie le adelanta. “Al final creía que me podía, y levanté las rodillas todo lo que pude y aguanté y aguanté”.

En los últimos 100 metros, Wightman, el del final terrible, solo le recortó seis centésimas (13,15s), al murciano que corrió las dos vueltas al mismo ritmo. Impuso la ley de los más grandes uno que al principio del verano quedaba el último, descolgado en las carreras, y que fue al Mundial solo para coger ritmo de competición. “La ley que solo puede imponer quien ha trabajado mucho para que el cuerpo limpie el lactato”, explica Lorente, y habla del residuo de la combustión del glucógeno que envenena la sangre y hace que el músculo no pueda contraerse a la velocidad que le solicita el cerebro. “Uno que pase el 400m a 51s o 52s, si no limpia no puede mantener el ritmo. Y nosotros, las últimas cuatro semanas, desde el Mundial, hemos hecho un bloque de carga muy importante y muy bueno, y lo digo no tanto por los tiempos que haya hecho en series de velocidad, pues Mariano es uno que nunca hará 400m a 47s, porque buscamos siempre ritmos que no le supongan estrés”. Y en los últimos 100m, esos ritmos se hicieron frenéticos, los que logra entrenando en series de 40 o 60 metros que no le saben a nada, y las rodillas más altas, que es el mandamiento del genio último.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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