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¿Qué hacer con Superman?

El Movistar esperará a que se enfríe el asunto antes de tomar una decisión sobre el ciclista colombiano, que pidió perdón a sus compañeros y auxiliares por abandonar la Vuelta sin más razón que su voluntad

Carlos Arribas
Superman y Eusebio Unzue, tras la victoria del colombiano en el Gamoniteiru.
Superman y Eusebio Unzue, tras la victoria del colombiano en el Gamoniteiru.Manuel Bruque (EFE)

Superman es un pajarito, un gorrioncillo en cielos de grandes rapaces, de depredadores que le han robado la gloria. Más humano que ninguno, tira de su carga, de su culpa. Corre tras ellos para recuperar su tesoro, que se aleja cada segundo más. No atiende a razones. La rabia y la frustración, su empecinamiento animal, su más que perseverante obcecación, lo empujan. A su rueda, cómodos, sus rivales se dejan llevar. También Egan Bernal, cuya rueda vigilaba Superman cuando aceleraron los de delante, y también Haig, que iba cuarto y le quita el podio. Pero Egan no reacciona entonces. Se aparta para proteger el ataque de su compañero Yates, y el gesto le cuesta perder el maillot blanco de la Vuelta que habría completado su colección de blancos con los del Tour y el Giro. Han dejado aislado a Superman, condenado a pedalear contra el viento. Esperan su momento para, también rapaces, dejar solo, herido, al pajarito que sigue intentando volar.

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Le adelanta el coche de su equipo. Desde la ventanilla, el jefe, Eusebio Unzue, con el sentido común de quien ha vivido situaciones similares, unas cuantas, cada año, y lleva 40 en el ciclismo, le grita. Es absurdo, le dice. No tiene sentido que sigas tirando, le dice al irredento, si sigues así, los que llevas contigo te atacarán cuando desfallezcas y reventarás; espera que llegue Rojas, que está a un minuto, recupérate a rueda suya y ataca en los últimos kilómetros. A Superman las palabras le suenan no a consejo, sino a traición, a redención. Le piden que no luche, que no pelee por el podio que vuela, ¿por qué?, y, encima, su compañero Enric Mas va delante, a rueda de Roglic. La vida es rosa para él. Terminará segundo la Vuelta y él, una vez más, fuera del podio, como en el Tour del año anterior, como en el Giro de Carapaz, donde acabó peleándose con un aficionado esloveno que le había hecho caer cuando atacaba en el Monte Avena… La cabeza le estalla. Se baja de la bici.

Lo nunca visto. Un candidato al podio, dice el frío diagnóstico, reacciona a la frustración como un niño al que no le compran un helado. Qué complicado debe de ser ser ciclista, matizan su dureza los fríos. “Yo siempre que he abandonado ha sido por caídas graves”, dice Primoz Roglic, “pero no voy a opinar. No es mi equipo, no es mi problema”.

En caliente, los protagonistas callan, las fanaticadas hablan, gritan, atizadas por la esposa y el suegro del ciclista, que agitan en Colombia el siempre latente sentimiento antiespañol.

Aun los imparciales reconocen que en la niñería rebelde de Superman el equipo de Unzue fue más víctima que victimario, una Vuelta más, como en la Covatilla 20, como en Escalona 19, el Movistar, que llegaba alegre al final con dos de los suyos en el podio, termina vinagre la carrera, quemada su imagen de nuevo por una polémica viral.

Por la noche, en la cena en el hotel, Superman, siempre humano y sentimental, arrepentido al comprobar el alcance de su abandono, se levanta y pide perdón a todos, a los compañeros que le han trabajado (y termina la Vuelta Movistar con solo cuatro ciclistas), a los auxiliares, a los técnicos, decepcionados, por una acción que a todos daña. Y todos vuelven a ver ahí al ciclista que llegó tan humilde hace unos meses al equipo y tan bien se integró, que salía de pesca en Andorra con su compañero Verona y que cuando le dijeron, en la misma Andorra, que abandonara un Tour en el que se arrastraba malherido de cabeza y piernas él se negó. “Estaré hasta que no pueda más ayudando al equipo en lo que haga falta”, dijo, y tres días después allí estaba, en el col de Portet, el peor día de Mas, tirando del mallorquín que en la Vuelta no mira para atrás. Y después abandonó, cumplida su tarea.

Ninguna decisión sobre un posible castigo al ciclista que dañó al equipo se tomará en caliente, señalan fuentes del Movistar. “Hay que dejar que se serenen los ánimos”, dicen, y nadie habla de una posible rescisión de un contrato que terminaba este año y que se alargó dos temporadas más después del Tour. Responsables de Telefónica viajaron a Santiago para ver el final de la Vuelta, y también voló a la capital gallega Giovanni Lombardi, el agente del colombiano y también de Enric Mas.

“Ay”, suspira Eusebio Unzue. “Ay”, repite. “Esto de salir con varios líderes y que decida la carretera luego siempre trae problemas. Nada de esto nos habría pasado si tuviéramos un único gran líder, como en los tiempos de Indurain… Si tuviéramos un Pogacar, un Roglic… Uno por encima, 20 a su servicio”.

O, incluso, podría añadir, más suspiros, si tuviéramos en el equipo de hombres a uno como Annemiek van Vleuten, la neerlandesa que lidera el equipo femenino desde esta temporada y acaba de añadir la versión femenina de la Vuelta (la Ceratizit Challenge) y dos de sus etapas a su cuaderno de caza que, a sus 38 años, ya alcanza las 90 victorias, y 13 de ellas este 2021… Y con su hermoso maillot rojo y manguitas violeta sube al podio erigido en Santiago por la Vuelta, un elemento bárbaro cuya vulgaridad sujeta a la voluntad de sus anunciantes ensucia la belleza de la plaza del Obradoiro.

Annemiek van Vleuten, en el centro, en el podio de la Vuelta femenina.
Annemiek van Vleuten, en el centro, en el podio de la Vuelta femenina.

Y al triste lamentar del jefe del equipo Movistar se unen, también suspirantes, los aficionados españoles, a quienes se les hace interminablemente tedioso el interregno que sigue a la última era dorada de su ciclismo, la del mejor Valverde, Contador, Purito… Y como los revolucionarios posibilistas a la fuerza, no piden uno que transforme el mundo, ni siquiera a uno que haga grandes discursos, simplemente les basta uno que hable, uno que les haga ver la posibilidad de la alegría, que les robe la miseria del alma agria.

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Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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