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Un año más, Landa es uno de los favoritos del Giro de Italia

“¿Por qué no voy a ganar?”, dice el alavés la víspera de una carrera en la que peleará con Egan Bernal y Simon Yates

Carlos Arribas
Giro de Italia
Una de las 'maglias' rosas que vistió Fausto Coppi, el gran mito del ciclismo italiano.Tino Romano (EFE)

El ciclismo español aporta al Giro de Italia que comienza este sábado (13.00, Eurosport) a tres de sus clásicos, cada uno con su etiqueta bien establecida: Marc Soler, de 27 años, en el papel de promesa de siempre; Pello Bilbao, de 31, como símbolo de la llamada maduración tardía del espécimen de pedalista ibérico, y Mikel Landa, también de 31, el ídolo, y en la espalda el dorsal 51, el de los grandes, Merckx, Hinault, Ocaña.

Quizás no sea mucho para competir en una carrera tan cargada de símbolos como la corsa rosa, un empacho de citas históricas y de grandes paisajes, monumentales, cada año -y en 2021 tocan los 90 años de la maglia rosa, rosa como el color del papel de la Gazzetta dello Sport, como amarillo es el maillot jaune del Tour como lo eran las páginas de L’Équipe; rosa como el color que aquel 10 de mayo de 1931 en Mantua sobre el cuerpo inmenso de Learco Guerra, su primer portador, espantaba los jerarcas del fascismo amantes del negro, y el rosa, decían, no representaba fielmente al verdadero macho italiano, la masculinidad guerrera que deseaban-, pero es lo que España produce, y una frase: “¿Por qué no va a ser este año mi primera victoria en una gran vuelta?”

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La pronuncia Mikel Landa, orgulloso creador de la corriente ciclística del landismo –más o menos: el ciclismo hermoso son los fogonazos cegadores, no la luz regular de los fluorescentes, y para destellos, Landa; como Landa, ninguno; “y del landismo nunca me voy a cansar”, advierte el ciclista alavés--, que celebra que este año, la edición 104ª, el Giro sea como le gustan a él: poca contrarreloj –una para empezar, 8,6 kilómetros, arriba y abajo por las orillas del Po caudaloso; otra para terminar, dentro de tres semanas, 30 kilómetros en Milán—y mucha montaña, ocho finales en alto, incluido el Zoncolan, terrible, y los días más duros, como siempre, en la última semana. “Llego muy bien, en uno de los mejores estados de forma de mi vida, y los rivales están más cerca que nunca”, dice Landa, que lleva una temporada corta (15 días de competición solo entre marzo y abril) y de buenos resultados en la Tirreno y la Vuelta al País Vasco. Desde el final de la carrera de su tierra, el 10 de abril, hasta su viaje a Turín, Landa ha estado concentrado en altura, en el Teide, “entrenando puertos largos, aumentando el fondo, manteniendo la forma”.

Y, por si fuera poco, en su 12º año como profesional, el líder del Bahrein cree que ya sabrá alcanzar el ideal de ser regular sin dejar de ser Landa. “Se van ganando años, experiencia, se aprende”, dice un corredor que ya deslumbró en su segundo Giro, hace seis años, tercero detrás de Contador y Aru, y dos victorias de etapa. “Y espero haber aprendido de los errores del pasado”. Y también espera, dice, “funcionar bien con Pello Bilbao, y pelear de tú a tú con Egan Bernal, Simon Yates [un inglés con escasa fortuna en Italia con ganas de rehacerse: el ganador de la Vuelta del 18, hace tres años fue líder hasta que le hundió Froome la antepenúltima etapa; en 2020, dio positivo por covid] y Hugh Carthy, los que creo más favoritos”.

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Bilbao, un Marino Lejarreta del siglo XXI, vizcaíno también, terminó sexto el Giro hace tres años y quinto dos años más tarde. Regular como pocos, y oportunista en la búsqueda de victorias de etapa, deberá renunciar de entrada a sus ambiciones para ponerse al servicio del alavés, cuyos pasos por el Euskaltel y el Astana antes de acabar en el Bahrein ha seguido escrupulosamente. Sin embargo, y su título de campeón de España lo atestigua, Bilbao es mejor contrarrelojista que su líder, y por delante de él acabará una primera etapa en la que los italianos, a la espera de la reaparición posterior de Vincenzo Nibali, creen en una nueva entronización a más de 50 por hora de su Filippo Ganna, ya primera maglia rosa del Giro pasado, un piamontés gigantesco de Verbania que pedalea una Pinarello atómica embutido en su buzo arcoíris de campeón del mundo contrarreloj con relieves aerodinámicos, antiturbulencias, en hombros y brazos, como casi todos, por supuesto.

Todo lo que haga Bilbao estará bien, pues, con respecto a Landa, el ciclista de Gernika, parte con la ventaja de una casi falta de atractivo mediático, que le priva de más fama y le ahorra injustas demandas por parte de la afición, que prefiere exigirle a Marc Soler, por ejemplo, convertirse en algo a lo que el ciclista catalán, quizás, nunca ha aspirado, y solo porque ganó el Tour del Porvenir hace seis años, a los 21, y la París-Niza hace tres, lo que le valió ser designado casi como un nuevo Miguel Indurain. Es una presión sobrevenida a la que Soler responde con alguna victoria de vez en cuando, destellos de clase que se llaman, como los que se le vieron en la etapa de Aralar, la pasada Vuelta, o, más recientemente, bajo la lluvia helada del Tour de Romandía hace solo una semana. Lejos de él, el líder del Movistar, el único equipo español en el Giro, la necesidad de mantener la concentración y la tensión competitiva tres semanas.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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