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PISTA LIBRE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Athletic pierde la clase por el camino

La situación del club invita más a la preocupación que al entusiasmo, pero sobre todo refleja más la fragilidad de la directiva que del equipo

Gaizka Garitano, en un partido con el Athletic el pasado diciembre en San Mamés.
Gaizka Garitano, en un partido con el Athletic el pasado diciembre en San Mamés.ANDER GILLENEA (AFP)
Santiago Segurola

Un lacónico comunicado del Athletic anunció la destitución de su entrenador, Gaizka Garitano, apenas dos horas después de la victoria sobre el Elche, resultado que colocó al equipo bilbaíno en la novena posición del campeonato. La rapidez de la decisión fue tan llamativa como la frialdad de la nota. El club, que presume de antigüedad y clase, actuó con la cortante y desagradable actitud de las empresas que desconocen las emociones. No es lo que se espera del Athletic, cualquiera que sea su situación. La actual es discreta. Invita más a la preocupación que al entusiasmo, pero sobre todo refleja más la fragilidad de la directiva que del equipo.

A ninguno de sus aficionados se le escapa el sufriente recorrido del Athletic, similar al de las dos últimas temporadas. No es un periodo atípico. En cada una de las últimas seis décadas, el Athletic ha atravesado por momentos parecidos o más graves, críticos en algún caso. Le ha ocurrido antes y después de la instauración del libre mercado en el fútbol en los años noventa, de la derogación de las cláusulas esclavistas que permitían retener a los futbolistas a perpetuidad y del final decenio (1973) que impedía a los extranjeros jugar en la Liga española.

El Athletic ha mantenido su particular ideario, tanto cuando el fútbol le favorecía con un marco legal restrictivo como en los sucesivos periodos de apertura al libre mercado, cada uno de ellos interpretado como una amenaza al modelo del club. En cada una de las seis últimas décadas, ha habido un Gaizka Garitano. Entrenadores de prestigio como Piru Gainza, Senekowitsch, Mendilibar y Berizzo fueron destituidos antes, o mucho antes, de comenzar la segunda vuelta. Ni Javier Clemente, ganador de las dos últimas Ligas conquistadas por el Athletic, se escapó a un despido temprano. Fue destituido en enero de 1986, por razones ajenas a la marcha del equipo en el campeonato.

Se equivoca quien crea que el Athletic ha estado libre con anterioridad de las preocupaciones que le aquejan ahora. Es cierto que el equipo no despierta entusiasmo y que se teme por el futuro, temor nada novedoso a la vista de la historia, de una magnitud similar a la invulnerable sensación que proporciona toda una vida en la Primera División. En este abismal territorio, que invita por igual al orgullo que al miedo, el Athletic ha defendido su viejo modelo, en ocasiones con alguna que otra trampita en el solitario, pero con un evidente rasgo distintivo.

Ese rasgo sólo tiene sentido si el club actúa como predica, a través de un vínculo sincero, emotivo y vigoroso con su hinchada, y no como cualquier sociedad anónima. En el caso del Athletic, las formas son trascendentales, tan importantes como el fondo. Son decisivas para su credibilidad y para el mensaje que transmite no sólo a su entorno, sino al fútbol en general. Ahí radica gran parte de la fortaleza del club.

El Athletic puede cometer, y ha cometido con frecuencia, graves errores de juicio, planificación y perspectiva, compensados con decisiones estratégicas de gran calado, esenciales para el futuro de la institución —la construcción del nuevo San Mamés es quizá la más significativa—, pero no puede aparecer como una institución gélida, incapaz de explicar sus decisiones, en este caso despedir a su entrenador como si fuera un marciano.

Si el club pretende preservar un modelo singular, no debería comportarse como el departamento de recursos humanos de un supermercado. Si el presidente Elizegi, la directiva y Rafa Alkorta, director deportivo, consideraban que había razones para el cese del entrenador, era necesario explicarlo con rapidez, claridad y clase. No ha sido así. Ha bastado una nota seca, lamentable hasta para los más críticos con Garitano.

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