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alienación indebida
Columna
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Si Messi ha visto el partido del City...

Si el argentino se pone en la piel de Mahrez, Gabriel Jesús o Sterling, recordará cómo era el fútbol cuando un equipo entero se preocupaba de nutrirlo de balones cerca del área

Rafa Cabeleira
Messi, ante el Nápoles.
Messi, ante el Nápoles.FILIPPO MONTEFORTE (AFP)

El Barça de Quique Setién es, principalmente, un equipo apocado. Y, sin embargo, tampoco debería ser este el aspecto más preocupante a ojos de sus dirigentes, socios y aficionados. A fin de cuentas, el temor durante la lucha y el miedo ante las amenazas son sentimientos asumibles, perfectamente lícitos, incluso me atrevería a decir que recomendables. En reconocer la propia cobardía y enfrentarla suele residir el secreto del éxito pero para ello se necesita de cierto método, de un planteamiento sobre el que sostener la pelea, de un plan que te respalde. En Nápoles, como tantas otras veces durante los últimos meses, el Barça fue un equipo que se limitó a dejar correr el tiempo pasándose la pelota sin mayor intención que disimular sus propios temores, como si por jugar con las manos en los bolsillos fueran a pensar sus rivales que oculta una pistola. Es el tipo de trucos que solo funcionan una vez en la vida y ni siquiera creo que haya un solo italiano que no haya visto, todavía, la primera parte de El Padrino.

El cruyffismo, del que hace tanta gala hace Setién en rueda de prensa, se demuestra andando, como el movimiento: no basta con afear los planteamientos conservadores de Bordalás o tatuarse el nombre de Johan en la frente. Partidos como el del pasado martes no hacen más que cargar de razones a quienes llevan años tratando de ridiculizar la filosofía del holandés, a todos aquellos que aprovechan la mínima ocasión para convertir lo anecdótico en sustancial. El Barça de Setién acumula posesión y pases como materias computables, tapas de yogur que luego se pueden cambiar por goles en una oferta que solo existe en las cabezas de algunos. Lo que siempre han sido herramientas para lograr un fin hoy son utilizadas como armas arrojadizas o escudos de contención, razones para sostener un hipotético regreso a las esencias que, repito, solo existe en las cabezas o los deseos de algunos. Cualquier aficionado que haya visto al Manchester City en el Santiago Bernabéu entiende la diferencia básica entre prometer y proponer, que es lo que separa a un adorador de Cruyff de sus verdaderos herederos.

Cabe suponer, por cierto, que Leo Messi ni siquiera se molestaría en ver el partido de ayer. En varias ocasiones ha declarado que no disfruta demasiado del fútbol por televisión, más allá de algún clásico de Rosario, lo que debería servir para tranquilizar a los seguidores del Barça. Porque si el argentino se acomoda frente a la pantalla y se pone en la piel de Mahrez, Gabriel Jesús o Sterling, recordará cómo era el fútbol cuando un equipo entero se preocupaba de nutrirlo de balones cerca del área, o en situaciones de superioridad. Y está muy bien que todo el mundo se pregunte qué será del Barça cuando ya no esté Messi pero la pregunta trascendental, la que nadie parece dispuesto a hacerse y mucho menos a contestar, incluyendo al propio implicado es: ¿qué ha sido de Messi en sus últimos años en el Barça? La contestaría yo mismo si no fuera, al igual que el Barça de Setién, un objeto volante no identificado que se diluye entre lo nostálgico y lo cobarde.

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