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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dembélé y el tempo

Entender el juego implica saber cuándo hay que acelerar y cuándo hay que frenar. Implica saber sentir al rival y sus emociones, saber escuchar al público

Ousmane Dembélé ante el Ferencváros en el Puskás Aréna de Budapest
Ousmane Dembélé ante el Ferencváros en el Puskás Aréna de BudapestEuropa Press
Andoni Zubizarreta

Cuando veo actuaciones tan sobresalientes como la de Ousmane Dembélé este miércoles me pongo a pensar por qué este jugador, que se diría que tiene todas las condiciones para ser estrella dentro del fútbol, no ha llegado a ser tan determinante como cabría suponer.

La primera cuestión, y obvia, es su condición física. Se diría que ha tardado tres temporadas en encontrar esa condición básica para desplegar su fútbol vertical y rápido. Es esta una condición primera para cualquier deportista: estar sano y hacer todo lo posible para seguir sano ante una actividad física de máxima exigencia.

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Pero si escarbamos un poco más en las complejidades del juego yo diría que hay que tener esas condiciones y saber cuándo utilizarlas. Porque hay veces en las que hay que adecuar lo que yo como jugador quiero hacer a aquello que al equipo le conviene que yo haga. Eso tendría que ver con la lectura del juego, con sus asociaciones y con sus tiempos.

En mis tiempos de portero del Barça de Cruyff, y en los partidos que se presagiaban intensos y de ritmo muy alto, Johan, antes de los encuentros, siempre insistía en repetirme un mantra: “Andoni, si ellos quieren jugar rápido, intenta detener el juego, demorar los saques de puerta, frenar la intensidad. Pero si ves que ellos, nuestro contrario, quieren descansar, coger aire y recuperar, es el momento de acelerar el juego y hacer todo lo anterior a máxima velocidad”. Seguro que más de uno ya ha visto a Xavi manejando los tiempos del partido a su gusto, al ritmo que le convenía a su equipo y que el rival sentía que le hacía más daño.

Dice otro mantra del fútbol que no todos los minutos del partido son iguales. No son lo mismo los primeros 15 minutos de vuelta de Champions que juegas en tu casa y con la obligación de remontar un resultado adverso, cuando se busca hacer un gol rápido, presionar al rival en todas las líneas, marcar y dejar muy claro que estamos convencidos de poder pasar la eliminatoria y transmitir ese convencimiento a nuestro público, al rival y hasta al árbitro del encuentro, que esos primeros 900 segundos de la final de esa misma Champions, cuando buscaremos situarnos bien en el campo, asegurar nuestro juego y empezar a marcar el ritmo del partido.

Y una de las cuestiones que los hacen diferentes es que, en el primer caso, nuestro rival querrá hacer lo contrario de nuestro plan de juego mientras que en la final, seguramente, el plan es el mismo en las dos mitades de terreno de juego.

Entender el juego implica saber cuándo hay que acelerar y cuándo hay que frenar. Implica saber sentir al rival y sus emociones, saber escuchar al público (cuando había público) para disfrutar de su viento en nuestras velas o del temor de la grada rival que desvela el momento de ir a por nuestra victoria. Creo que nunca se me olvidará ese partido de cuartos de final de Eurocopa contra Inglaterra y a las gradas del viejo Wembley insuflando aire a un equipo inglés que no sabía cómo detener nuestro juego y al que esa energía le permitió llegar a los penaltis. Ese Come on, boys! multiplicado por 60.000 sigue siendo para mí la banda sonora de esa eliminatoria.

Pero este juego maravilloso que es el fútbol tiene también elementos para contradecir sus propias reglas. Cuando piensas que tienes el partido controlado, el rival está cada vez más dentro de su área y el gol ya se siente próximo, llega un balón perdido, un córner o una falta o hasta un fuera de banda mal concedido para igualar las fuerzas, hacer que los dominados pasen a disponer del balón y propiciar una jugada de estrategia en la que todos son iguales, hasta si estás en inferioridad numérica. Cuántos partidos dominados y controlados se han ido por el desagüe por un córner concedido a destiempo. Quién no recuerda esa final en el Camp Nou entre Manchester United y Bayern Múnich y esos dos córners que mandaron la copa para Mánchester cuando ya casi estaban grabando las letras del Bayern en la Orejona.

Y ahora nos ponemos en el dilema. Imaginen que ganamos 1-0, que esos tres puntos son vitales para la Liga, que estamos sufriendo el acoso de nuestro rival en los últimos minutos y que el rechace del córner que acabamos de defender con acierto le llega a Ousmane Dembélé (no me había olvidado de él) y tiene todo el campo abierto para el contraataque. ¿Qué le pedimos a nuestro Dembélé (todos los equipos suelen tener un jugador de este estilo)? ¿Que acelere, ataque a un rival desguarnecido y de ese modo aleje el balón de la zona de peligro con el riesgo de perder la bola en el primer recorte, en el primer dribling, o que sólo gane unos metros, desahogue al equipo, asegure la posesión asociándose con un compañero y deje discurrir los segundos que quedan para el pitido final?

Y sí, la respuesta suele, casi siempre, empezar por un depende. Pues eso, para mí, es la lectura de los tiempos de juego.

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