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Oro para la pionera de 103 años

El deporte homenajea a Encarna Hernández, la Niña del Gancho, por superar barreras y prejuicios sociales a través del baloncesto

Robert Álvarez
Encarna Hernández, una de las pioneras del baloncesto español, posa con la camiseta con su nombre que le regalaron las jugadoras de la selección española.
Encarna Hernández, una de las pioneras del baloncesto español, posa con la camiseta con su nombre que le regalaron las jugadoras de la selección española.Raquel Barrera (EL PAÍS)

El corazón del deporte español late en un piso de L’Eixample barcelonés. Allí vive la Niña del Gancho. Encarna Hernández tiene 103 años, una mirada vivaz, una alegría que contagia y un prodigio de memoria, capaz de desmenuzar el más mínimo detalle de los miles de documentos, fotografías y objetos que convierten su vivienda en un museo del baloncesto y del deporte en general.

Su relevancia no se mide por las medallas ni el palmarés de cuando todavía no se había instaurado la Liga femenina (1964) ni la Copa de Europa (1959), sino por su capacidad para encender y mantener viva la llama del deporte femenino en tiempos muy difíciles, infravalorado y olvidado, especialmente durante la larguísima etapa de plomo del franquismo. “Por entonces, jugar al baloncesto o ir en moto estaba mal visto. Decían que era cosa de machotes”, puntualiza.

Su pasión salvó todas las barreras. Nació en Lorca en 1917. Empezó a jugar y conoció al que iba a ser su marido en un partido, cuando tenía 13 años, tres después de que su familia se trasladase a Barcelona, donde su padre trabajó con motivo de la Exposición Universal de 1929. Además de jugadora, fue la primera entrenadora de España, y también ejerció de árbitra cuando fue necesario. Mide 1,54 metros y era conocida como la Niña del Gancho por su habilidad para lanzar de ese modo. En 1931 participó en la fundación del Club Atlas, pionero en España, y fue su máxima anotadora absoluta, superando también a componentes del equipo masculino. Con el Laietà ganó el primer Campeonato de Cataluña femenino en 1936. Dirigió al Peña García de L’Hospitalet. Continuó jugando aunque fuera partidos amistosos durante la Guerra Civil. Ganó campeonatos de España y en 1944 fichó por el FC Barcelona, con el que jugó hasta que se retiró en 1953 para tener a su único hijo, Juan Carlos.

Encarna Hernández, con su equipo, el Atlas, en 1931. / RAQUEL BARRERA
Encarna Hernández, con su equipo, el Atlas, en 1931. / RAQUEL BARRERAEL PAÍS

La sombra sobre el deporte femenino es tan alargada que su historia permaneció en el anonimato hasta 2013. La casualidad hizo que un vecino periodista supiese de ella. A partir de ahí, los homenajes se sucedieron. Su vida y su personalidad, retratadas en el documental La Niña del Gancho (Filmin, 2016), dirigido por Raquel Barrera, ha seducido al deporte y en especial al baloncesto español. Elisa Aguilar, Amaya Valdemoro, Laia Palau y las jugadoras de la selección española la veneran, la han visitado en varias ocasiones y mantienen contacto habitual con ella. “Engancha por su vitalidad, por su acumulación de experiencia y por su frescura mental”, sostiene Laia Palau.

El Consejo Superior de Deportes (CSD) la distinguió en septiembre con la Medalla de Oro al Mérito Deportivo. Su presidenta, Irene Lozano, acudió a su domicilio para entregársela y para destacar: “Su enseñanza merece la gratitud pública e institucional de quien a contracorriente de los tiempos ya quiso poner las bases de la igualdad en nuestro país, siendo una decidida luchadora e impulsora del deporte femenino”. El pleno del Ayuntamiento de Barcelona le otorgó este pasado viernes la Medalla de oro al Mérito Deportivo. “Esta medalla va más allá del deporte: con ella queremos reconocer a una generación de mujeres luchadoras, rebeldes y que no se conformaba con un sistema que decía que el deporte era cosa de hombres”, señala la alcaldesa, Ada Colau.

Encarna se rompió en junio la tibia y el peroné, pero, con todas las prevenciones a causa de la pandemia, sigue saliendo a la calle cuando puede. “Mi ilusión es el baloncesto, mi familia y mi hijo. He vivido y vivo para ellos”, sentencia. Quiso ser periodista y sigue coleccionando las reseñas sobre los partidos de baloncesto femenino actual como empezó a hacerlo antes de 1930. Con un recorte de un periódico reciente en la mano, expresa su espíritu reivindicativo: “¡Deberían darle un espacio más grande! Eso sí es miseria y machismo”. Disfruta con los partidos por la televisión y apoya, sobre todo, a la selección española, a Laia Palau y a sus compañeras. Comenta en alto y, de vez en cuando, reprocha alguna moda: “No hace falta besar la camiseta, tiene que salir del corazón”.



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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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