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MUERE DIEGO ARMANDO MARADONA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Maradona del futuro

¿Cómo conciliar las contradicciones propias de la condición humana frente a una narrativa unificadora y absolutista? ¿Cómo recordar a un hombre que supo ser varios al mismo tiempo?

Dos niñas frente a la clínica en donde Maradona fue operado de un edema cerebral, a inicios de noviembre.
Dos niñas frente a la clínica en donde Maradona fue operado de un edema cerebral, a inicios de noviembre.JAVIER GONZALEZ TOLEDO (AFP)

“No saben lo que se han perdido”, decía una bandera colocada en el cementerio de Nápoles en 1987, cuando el cuadro de la ciudad ganó de la mano de Maradona un scudetto que, al igual que la mayoría de los títulos obtenidos por él, tiene un significado que trasciende lo deportivo. La misma frase es la que hoy guardamos para las generaciones futuras, aquellas que lo revivirán a través de los videos, de sus picantes e inolvidables frases, a través de lo que les contemos. ¿Quién fue Maradona? Como sucede con esa compañera traicionera, la memoria, cada quien recuerda lo que le resulta más conveniente o lo que más le gusta.

Maradona, en la narrativa popular, ascendió al nivel de dios en una tierra destinada a la coronación de los héroes modernos. Lo había hecho Pelé 16 años antes; ahora el que saltaba a escena era el pibe destinado a ser el receptáculo de todas las expectativas, críticas y alabanzas. Lo hizo dentro del guion que él mismo dirigió permanentemente, a lo Maradona. En México, un país marcado por las grietas físicas de la tragedia del temblor de 1985, el 10 supo habitar una grieta narrativa definida por el partido más inolvidable de todos los tiempos, con dos goles tan distintos como las fracciones que ha marcado su figura: generando amor y odio, admiración y animadversión; viviendo en ese espacio volátil, complejo, fracturado.

Existen quienes pueden compartimentalizar a las personas, generar un desdoblamiento en el que lo que reconocen es su inconcebible talento como futbolista, su legado como héroe popular en una época en la que su país y su pueblo necesitaban un punto de cohesión, algo con qué cerrar la grieta. Sin embargo, él se convirtió en la fractura misma y lo sigue siendo, aquel que divide —en este caso como dios mismo a través de Moisés— las aguas. ¿Cómo conciliar las contradicciones propias de la condición humana frente a una narrativa unificadora y absolutista? ¿Cómo recordar a un hombre que en realidad supo ser varios al mismo tiempo?

Dentro de los feminismos existe ya, gracias a su figura, una división ideológica importante. Están quienes afirman que la figura de Maradona es feminista, que las feministas maradonianas rescatan su enfrentamiento con los poderosos, por representar al pueblo, por sembrar una semilla de esperanza en los sectores más olvidados y desesperanzados.

Del otro lado del abismo se encuentran quienes afirman que es insostenible defender a quien violentó a niñas y a mujeres a través de la palabra y de la mano, esa mano que él aseguró que le pertenecía a dios. A pesar de ser defensor de los hijos robados durante la dictadura militar argentina, de los abandonados en la pobreza, careció en muchas ocasiones de la capacidad de reconocer y cobijar a los propios. La prensa deportiva habla mucho de sus excesos, de sus problemas fuera de la cancha, de sus indisciplinas. Una persona con un perpetuo sufrimiento, producto de su soledad y de un entorno que siempre lo exigió. Sin embargo, ¿qué pasa cuando estas acciones ya no le hacen daño únicamente a él, como en el caso de las drogas? ¿Qué pasa con las vidas violentadas y la casi imposible restauración de quienes cargaron con sus hierros? Sería grosero caer en el maniqueísmo de pretender que Diego Armando Maradona es solamente una cosa o la otra.

¿Hasta cuándo seguiremos gambeteando estas conversaciones? ¿Cuándo nos permitiremos las preguntas incómodas para ambos bandos? ¿Cuándo lograrán los medios hacer más equilibrada su representación de los ídolos populares?

La muerte de Maradona significa también la muerte de un ídolo que cierra un ciclo. Aquel del tipo que, en sus propias palabras, de una patada fue de Villa Fiorito a la cima del mundo y ahí se las tuvo que arreglar solo. Porque Maradona no estaba rodeado de un equipo de gente preocupada constantemente por su imagen, por sus palabras y por todo lo que debía aparentar. Así como en la mitología de la tierra que lo vio subir a la cúspide, México, forma parte de un grupo de dioses imperfectos, mancillados por su propia figura, incapaces de sostener por momentos su sofocante peso. Eso es parte de lo que lo hace tan fascinante y lo que significó su ruina. Se le permitió todo y nada a la vez, dependiendo de quien lo adorara o juzgara.

¿Cómo sabrán de lo que se perdieron las futuras generaciones? ¿Cómo se los contaremos? Sabrán que se perdieron de los goles, de las genialidades y las trampas, de la viveza criolla, pero será también tarea nuestra que no se pierdan de lo que hace a este personaje: su dicotomía, su contradicción, su polaridad. Maradona, desde la grieta, nos invita a la difícil tarea de conjugar la compasión y la admiración con la indignación y el repudio.

Marion Reimers es periodista y narradora mexicana.

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