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Muere Peter Snell, uno de los grandes de los Juegos

Triple campeón olímpico, el neozelandés marcó la historia de los 800m y 1.500m con sus victorias en Roma 60 y Tokio 64

Carlos Arribas
Peter Snell, en Roma 1960
Peter Snell, en Roma 1960Getty

Unas horas antes de la final de los Juegos de Roma 60, los comerciales de Adidas regalaron unas zapatillas a cinco de los seis finalistas de 800m, a los que consideraban capaces de ganar. Todos estrenaron clavos menos Peter Snell, que corrió, y ganó, con unas zapatillas blancas que le había hecho su entrenador, Arthur Lydiard, quien había añadido un taconcito de goma al modelo con el que corría habitualmente en Nueva Zelanda. “Allí, en Nueva Zelanda, corremos sobre hierba”, le explicó luego Lydiard a los especialistas de Adidas, intrigados por su calzado. “En Roma, la pista era dura, de ceniza, y el talón sin protección sufría muchas microrroturas de vasos sanguíneos que calentaban el músculo”. Más extrañado que los ejecutivos de la marca de las tres rayas, quien rápidamente añadieron un taconcito de goma a sus modelos, quedó aún el belga Roger Moens, plusmarquista mundial y gran favorito, que se vio superado como un rayo por un entonces desconocido All Black, un chaval de 21 años llegado de Nueva Zelanda. Cuatro años más tarde, en Tokio 64, Snell ganaría los 800m, de nuevo, y los 1.500m, un doblete olímpico que nadie había conseguido desde 1920 y nadie ha logrado después.

De Moens solo se acuerdan los especialistas; no hay aficionado, sin embargo, que no piense que junto al australiano Herb Elliott y al marroquí Hicham el Guerruj, Snell conforma la santísima trinidad intocable del medio fondo, el gran atletismo. Y así lo escriben todos los que informan de su muerte, el viernes 13 de diciembre, en Dallas, Texas, donde vivía desde 1981 trabajando como científico del deporte. Tenía 80 años y había sufrido recientemente varios ataques al corazón.

Su corazón justamente, el corazón de un coloso de 1,83m y 80 kilos, un físico que contradice lo que se piensa que debe ser un mediofondista, se fortalecía diariamente en su camino al trabajo, 6,5 kilómetros, que hacía a la carrera para ahorrarse el autobús y se reforzaba más aún con el régimen de entrenamientos revolucionario de Lydiard, quien acuñó el término LSD, y no hablaba del ácido lisérgico que alucina, sino de Long Slow Distance (entrenamientos de larga distancia a velocidad lenta) resumidos en un ataque semanal al durísimo circuito de Waiatarua, en la sierra de Waitakere, a las afueras de Auckland. Allí, todos los domingos, los atletas de Lydiard, Snell, Halberg (campeón olímpico de 5.000m en Roma) o Magee (bronce en el maratón de Roma, el de Bikila descalzo), probaban su fuerza y resistencia en un circuito montañoso de 35 kilómetros.

Los entrenamientos de resistencia en dunas, playa, cuestas y pistas forestales los complementaba con series de velocidad y fuerza en la pista de hierba. Y dentro de esa mezcla, Snell era un bicho raro. Cuando comenzó a entrenarlo, a los 17 años, Snell no era siquiera el mejor de su instituto y en la prueba de 200 yardas (180 metros) con la que Lydiard medía el potencial atlético de sus pupilos mostró que ni siquiera tenía una gran velocidad básica. Y sin embargo se convirtió en el más rápido atleta de 800m y 1.500m, con un cambio insoportable en los últimos 200m. Nadie duda de que fueron los largos entrenamientos de resistencia con su extraordinaria fuerza bruta natural lo que hicieron de Snell un ejemplar único e imbatible, capaz, también, de correr el maratón en 2h 41m.

“Yo era un pupilo entusiasta”, recuerda Snell en su autobiografía, No bugles no drums (Sin cornetas ni tambores). “En uno de mis primeros ejercicios con Lydiard, después de hacer tres o cuatro 200 metros, le dije a Arthur, ‘bueno, esto parece poca cosa, ¿me dejas correrlas más deprisa? Murray [Halberg] me oyó y los ojos se le salían de las órbitas. Él ya estaba haciendo las series a tope. Creo que se molestó un poco…’ Arthur me marcó completamente. Al principio me ofreció una visión que iba más allá de mis propios sueños, y me motivó parata trabajar duro y convertir su predicción en realidad”.

En enero de 1962, en la primera milla que corrió a tope, Snell batió por una décima el récord mundial de la milla de Herb Elliott (3m 54,4s). Lo hizo en la pista de hierba de Cook’s Gardens, en Wanganui, en la isla norte de Nueva Zelanda. “Y la pista de hierba sería seguramente 4s más lenta que la de Dublín, de ceniza, en la que Elliot batió su récord. Peter valía mucho más”, explicó después Lydiard, que una semana más tarde asistió a un nuevo récord mundial de su atleta, el de los 800m (1m 44,3s) en la pista, también de hierba, de Christchurch. La marca es aún récord de Nueva Zelanda, una señal de su grandeza y del declive del atletismo en el país, que comenzó con la retirada de Snell, en 1965, a los 26 años, después de batir de nuevo el récord de la milla, esta vez en ceniza, con 3m 54,1s.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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