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Adam Ondra y la revolución de la escalada

El prodigio checo, todo un visionario, ha alcanzado niveles ‘inhumanos’ de dificultad en su deporte, que vive hoy en día un grado inusitado de desarrollo

Adam Ondra, en la pasada Copa del mundo.
Adam Ondra, en la pasada Copa del mundo.eddie fowke

Alan Watts, estadounidense de casi 70 años, se emociona y llora cuando contempla, incrédulo, cómo Adam Ondra, un joven checo de 25, logra algo que nunca creyó llegar a ver: encadenar a vista una vía creada por él mismo en 1989 en las paredes de Smith Rock, Oregón. Encadenar significa alcanzar el descuelgue de la ruta (el punto donde acaba) empleando solo manos y pies sobre la roca para avanzar, y sin reposar colgado de un seguro. Encadenar a vista es aún más complicado, porque significa que el escalador no ha ensayado antes la ruta. El máximo grado de dificultad encadenado a vista es 9a, pero Watts, pionero de la escalada deportiva en Norteamérica, vio con sus ojos cómo Adam Ondra se adjudicaba su ruta, de grado 8c+.

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En 2017, el mundo de la escalada sufrió un terremoto cuando Ondra anunció el primer encadenamiento de una ruta de dificultad 9c, la vía llamada Silence, en Flatanger, Noruega. Nadie osaba imaginar que el ser humano fuese capaz de alcanzar semejante imposible. Por esta razón, en el mundo de la escalada deportiva y en el de la competición, Ondra es una divinidad… revolucionaria.

Unos extraños zumbidos y pitidos se escuchan de fondo mientras el checo, del equipo Black Diamond, explica por teléfono en un castellano excelente cómo es ser él mismo. “Lo siento, estoy acabando de entrenar y tengo unos sensores conectados a mis brazos…”, se disculpa. Ondra, hoy de 26 años, se entrena una media de cinco horas diarias repartidas en diferentes sesiones, seis días a la semana. Sigue esta rutina “desde hace 20 años”, asegura. La generación de Ondra es la primera que ha conocido unos padres escaladores, y esto supone una enorme diferencia que explica en parte por qué este deporte conoce ahora mismo un grado inusitado de evolución. Hasta hace bien poco, los escaladores descubrían este mundillo de casualidad, o a través de la literatura… empezaban a escalar en la adolescencia y perdían mucho tiempo en entender lo necesario para avanzar. Ondra escala desde los tres años, porque toda su familia lo hacía.

“La escalada ha cambiado mucho en los últimos 15 años: en 2000 solo tres personas habían alcanzado el 9a: Wolfgang Gullich, Alex Adler y el vasco Iker Pou, y los tres escalaron en este orden la vía Acción Directa [en el bosque alemán de Frankenjura]. Ahora escala mucha más gente, es mucho más fácil entrenar y mucho más divertido, hay muchos más rocódromos, las presas son perfectas y existen muchas más opciones de escalar vías duras en todo el mundo. Así, es más fácil progresar: escoges una vía que te guste y sea de tu estilo y la trabajas y mejoras mucho. También hay una razón psicológica: ves a tus amigos encadenar cosas duras y te dices que tú puedes hacerlo…”.

Todavía en los años ochenta, la inmensa mayoría de los escaladores que acudían a las pequeñas paredes de su entorno solo perseguían mejorar su habilidad para conquistar paredes de montaña. Su reto tenía que ver con el alpinismo. Ahora, observa Ondra, todo se ha acelerado estos últimos años y se ha dado una gran separación entre la escalada indoor (en rocódromos) y la escalada exterior (en roca natural). “Antes los que escalaban en un lado también lo hacían en el otro, pero ahora ya no es así y esto es algo que se va a acentuar porque la escalada indoor es tan accesible y divertida que para muchos es un simple hobby, como ir a squash, al gimnasio, etc”, observa el checo.

Para entender sus capacidades no basta con decir que nadie ha escalado jamás algo tan difícil como la vía Silence 9c, sino que Ondra ha sido el primero en repetir la ruta en pared más difícil del planeta: el Dawn Wall en El Capitán, Yosemite. Allí donde Tommy Caldwell y Kevin Jorgeson invirtieron siete años en crear la ruta y escalarla en libre, Ondra, que jamás había pisado el valle de Yosemite, apenas precisó unas semanas para imitarles.

“Creo que aunque ahora soy mejor escalador que cuando era más joven me resulta cada vez más difícil ser Adam Ondra: ahora siento la presión, soy muy conocido, me ven como una especie de fenómeno y aunque intento abstraerme de las miradas, me cuesta mucho”, reconoce el checo. Ondra no es solo un talento esculpido con un trabajo espartano, es una persona que camina dos pasos por encima del resto tratando, en el fondo, de no caer en la complacencia. “Me gusta buscar mis límites, pero no solo por el reto sino porque cuando escalo al límite me resulta más atractivo y creativo. La dificultad te hace ser creativo y eso me encanta de la escalada. Y sé que aún puedo mejorar mucho”, afirma.

Para ese primer 9c de la historia, Ondra tuvo que idear formas inéditas de emplear su cuerpo: trabajó con un fisioterapeuta que le enseñó a usar de forma eficiente todos los músculos involucrados en cada movimiento. Su nivel de profesionalidad y compromiso con su pasión es impropio de un mundillo que hasta hace bien poco desdeñaba cualquier forma de relación con los estándares de atletas, ciclistas, tenistas… Sólo la implicación de Ondra con su deporte ha permitido un salto incalculable en la evolución de la escalada de dificultad.

Al mismo tiempo, Ondra defiende la conexión emocional con la escalada: “Es un estilo de vida: no me gustaría ir a escalar solo por encadenar, o por ganar. Escalar me ha permitido conocer el mundo, aprender, y es una disciplina tan compleja y rica que me permite decir que no creo que me esté perdiendo nada. Tengo la sensación de que mi vida es una pasada. Soy feliz”, dice, y ríe.

Centrado en los próximos Juegos, donde la escalada se estrenará como disciplina olímpica, Ondra solo pide que su pasión no se agote y piensa en nuevos retos: “Escalar y prepararme nunca ha sido un sacrificio. No sé si escalaré dentro de 10 años, pero me gustaría probar en el futuro el alpinismo, ir al Fitz Roy o al Cerro Torre, pero siempre que el 80% de la escalada sea roca”.

El décimo grado, un reto para la siguiente generación

¿Por qué hay que creer a Adam Ondra cuando afirma que Silence es el primer 9c de la historia? “En escalada los grados son un poco subjetivos, pero como ya había escalado 9b y 9b+ y esta vías me parecía mucho más dura me atreví a decir que es 9c. La dificultad de una vía depende del tamaño de las presas, de lo desplomada que sea la vía, de su longitud… pero también puede haber un 9c de cinco metros o una placa tumbada… En el caso de Silence, la secuencia clave tiene 10 movimientos pero nunca había escalado algo tan difícil. La locura de la vía es que tienes que hacer estos pasos después de escalar un techo de 25 metros”, explica Ondra.

“Puede pasar que alguien crea que es más fácil, pero no es muy probable. Cuando le das un grado a una vía hay que tener en cuenta muchos factores: cuánto tiempo la he probado, si mi método es el mejor o hay otro más fácil, pero creo que no hay método más fácil porque pese a que es mi estilo absoluto de escalada, me ha supuesto más intentos que muchas otras vías. Si alguien dice que es más fácil sería terrible para mí. Los escaladores debemos ser honestos al graduar para que los grados sean lo más ajustadas que se pueda”, recuerda.

Ondra considera que el décimo grado será un asunto que resolverá la próxima generación de escaladores: “Quizá pueda alcanzar el 9c+ pero con años de trabajo y escogiendo una vía perfecta”, dice.

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