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PASE INTERIOR
Columna
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El peso del apellido

Ser hijo de una leyenda del fútbol no significa que vayas a igualar sus logros. Eres uno más, pero lo doloroso es que no te vean como uno más

Jordi Cruyff
Jordi Cruyff y su padre, Johan, se abrazan en el Camp Nou en 1996.
Jordi Cruyff y su padre, Johan, se abrazan en el Camp Nou en 1996.rafa seguí

"Puedes estar tranquilo, aquí no vas a tener presión. Nosotros te cuidaremos. Tenemos muchos futbolistas jóvenes como tú y entre todos te ayudaremos en tu integración”. Sir Alex Ferguson pronunció las palabras que necesitaba escuchar aquella tarde de domingo en la que se presentó en Barcelona con dos directivos del Manchester United. Estaba a punto de firmar con el Ajax al día siguiente, pero Ferguson me llevó a visualizar el escenario ideal en el que lograría desprenderme de la etiqueta de ser el hijo de…, algo a lo que se daba especialmente mucho bombo en España y que también me podría condicionar en Holanda. Sentí que en Inglaterra sería uno más, gracias a ese manto protector característico del fútbol inglés, sumado a ese punto paternalista con el que el técnico escocés solía seducir a jugadores para su causa.

Fue en el Manchester United donde firmé mi primer contrato profesional a mis 21 años. Durante los tres años que entrené con el primer equipo del Barça, mi padre evitó por todos los medios que yo tuviera un mínimo privilegio que levantara sospechas de favoritismo. Incluso frenó en seco cualquier propuesta de renovación esos tres años. Todo ese tiempo tuve contrato del Barça B: “Créeme, es mejor así”. A mí me molestaba, pero con el tiempo lo entendí. También buscó concienzudamente el consenso de todo su cuerpo técnico antes de darme la alternativa, posiblemente con el íntimo deseo de que cualquier atisbo de duda me ahorraría un foco mediático sofocante.

Por números, hice una transición aceptable para cualquier canterano en sus primeros pasos hacia la profesionalización. Venía de haber marcado más de 20 goles en el sub-19 y de ser el máximo goleador del filial junto a Òscar García en Segunda División. En mi primer año, hice nueve goles siendo un jugador de banquillo, igualando la marca de los máximos anotadores esa temporada, Hristo Stoichkov y Ronald Koeman. Y también me vi en la tesitura de tener que elegir entre las selecciones sub-21 de Holanda y España, con el aliciente de formar parte de la selección olímpica española en Atlanta 96 antes de decantarme por el combinado holandés y disputar la Eurocopa del 96.

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Luego vino un mal año a nivel deportivo. Mi padre no era una persona fácil con los directivos y su salida me colocó en el disparadero. Fue una situación incómoda para todos, porque el Barça negociaba al mismo tiempo mi renovación y mi salida, pero tomamos la mejor decisión para todos. En una semana vertiginosa, me contactaron los dos equipos de Madrid interesándose por mi situación, estuve a un paso del Ajax y acabé marchándome a Manchester. Así se rompió el sueño de continuar mi carrera en un gigante como el conjunto blaugrana, pero no tuve la oportunidad de crecer poco a poco como cualquier canterano. Sinceramente, muchas veces he pensado que una cesión me hubiera librado de esa sensación. De hecho, mi padre también se preocupó de que el club mantuviera a raya mi cláusula del filial para que yo tuviera la libertad de elegir mi propio camino. “Nunca se sabe”, me dijo. También tenía razón.

Cuanto más grande es un equipo, más complicado es progresar si cuentas con la presión añadida de un apellido ilustre del fútbol que, desde fuera, se observa como un privilegio. Por eso he rescatado estos recuerdos a colación del caso Luca Zidane del que tanto se ha opinado y, posiblemente, sin conocer de cerca su desempeño bajo palos. Yo mismo me incluyo en esa ignorante mayoría. Pero sí estoy convencido de que Zinedine Zidane, como cualquier padre que ama a su hijo, nunca lo empujaría al fracaso. Sería una decisión cruel. El entrenador del Real Madrid es un tipo humilde que no necesita alimentar su ego, ni aumentar la fortuna de su familia. Estará seguro de que va a cumplir.

Ser hijo de una leyenda del fútbol no significa que vayas a igualar sus logros. Eres uno más, pero lo doloroso es que no te vean como uno más. A mí me reconfortó llegar a la conclusión de que pertenezco a los futbolistas del montón, el 99,9% de los mortales, y Johan Cruyff a un reducido número de inmortales como Maradona o Pelé. Y seguir mi propio camino profesional despojándome del peso del apellido.

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