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el juego infinito
Columna
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Las fiebres de Guardiola y Simeone

No imitar a nadie y elegir las ideas en función de la propia sensibilidad ayuda a transmitir no solo lo que se piensa, sino lo que se siente

Jorge Valdano
Guardiola y Simeone se saludan tras un partido entre Atlético y Bayern de Munich.
Guardiola y Simeone se saludan tras un partido entre Atlético y Bayern de Munich.GUENTER SCHIFFMANN (AFP/Getty Images)

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Un buen entrenador tiene ideas y competencia didáctica para transmitirlas. Pero hay entrenadores que refuerzan los dos rasgos por una fiebre obsesiva que no deja entrar ni la más mínima duda. Como la pasión no tiene estilo, hablamos de gente como Simeone, Guardiola, Quique Setién o Abelardo, todos diferentes pero con una característica común: no negocian sus principios futbolísticos ni a palos. Cuenta Guardiola que Simeone estuvo viendo los entrenamientos de su Barcelona durante una semana y, cuando se reunieron para comentarlo, el Cholo le confesó que eso no era para él. Guardiola lo homenajea diciendo: “Ahí entendí que era un gran entrenador”. La apuesta fanática por un tipo de fútbol clarifica los mensajes, estabiliza un proyecto y desafía los vaivenes de opinión con los que los medios de comunicación bombardean a los entrenadores hasta confundirlos. No imitar a nadie y elegir las ideas en función de la propia sensibilidad ayuda a transmitir no solo lo que se piensa, sino lo que se siente.

Mentirosos

El talento futbolístico vive del engaño: cuanto más grande es el jugador, mejor engaña. Va una prueba. Cruyff venía trastabillado de su último regate y yo salí a enfrentarlo pero, sorprendentemente, Johan bajó los brazos y le reclamó falta al árbitro en un tono agresivo. Yo miré al árbitro para ver cómo seguía la discusión, pero ni hubo respuesta ni volví a ver a Cruyff, que aprovechó mi distracción para cambiar de ritmo y perderme de vista. Aún hoy me río de aquel amague estrafalario. Me río de mí, claro. Otra prueba: vi, desde más cerca que nadie (tampoco esto es para tomarme muy en serio), cómo Maradona le vendió gato por liebre a cinco ingleses en el Mundial del 86 y supe al instante que eso era fútbol de verdad. Para terminar, una contraprueba: es un signo de mediocridad ver a un jugador hacer aquello que parece que va a hacer.

Caraduras

El fútbol de gran nivel es para los atrevidos. Hay jugadores a los que se les ve en la cara una relación casi trágica con el juego, por una timidez que no les deja expresarse con naturalidad. Coutinho, por ejemplo, no acaba de cubrir las expectativas y, por un carácter retraído, suele caer en una languidez que le quita expresividad a su juego. En muchos balones que toca, se percibe una indecisión que termina derritiendo la jugada. El uruguayo Valverde también es un chico tímido y eso, que trabaja positivamente sobre su humildad, está demorando su evolución. Todo lo contrario ocurre con Vinicius, que tiene la energía que da la audacia y pisó fuerte desde el primer día. Puede ser porque aún no sabe dónde se ha metido. O porque tiene interiorizada una superioridad que le permite disfrutar donde los demás sufren.

Vanidosos

Muchas de las decisiones que toman los entrenadores y son tachadas de “incomprensibles”, tienen que ver con conclusiones que sacan en el sitio equivocado. Se les llama “jugadores de entrenamiento” a aquellos que hacen en privado lo que no se animan a hacer en público. Y al revés, hay jugadores que en los entrenamientos no existen y en los partidos son unas fieras. Se trata, en general, de la diferencia entre disfrutar o padecer el miedo escénico. Jugar al fútbol es una cosa; desafiar al público, otra diferente. El crack tiene sentido del tiempo y del espacio, pero también debe tener sentido del espectáculo: una vanidad puesta al servicio del público para alcanzar un vínculo tan estrecho como el del actor en el teatro o el cantante en un concierto. Ser vanidoso en un campo de fútbol es tan útil como para un goleador ser egoísta dentro del área. Hablamos de defectos productivos.

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