_
_
_
_
_

La violencia aplaza al domingo la vuelta de la final de la Copa Libertadores

El clásico River-Boca se interrumpe tras el ataque al autobús que conducía al equipo visitante al estadio Monumental y el ingreso en un hospital de dos jugadores. Se jugará a las 17.00 hora local (21.00 España)

Los fanáticos de River Plate se enfrentan con la policía antidisturbios frente al estadio Antonio Vespucio Liberti antes del último partido de fútbol de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors.

Bienvenidos al fútbol argentino, bienvenidos a la sociedad argentina, bienvenidos a la policía argentina. Y bienvenidos, también, a la Conmebol, esa organización tan insospechada que no se le habría imaginado a Gabriel García Márquez ni al resto de la literatura sudamericana fantástica. El mundo esperaba lo extraordinario, la final de las finales, el salvajismo bien entendido, pero fue testigo de lo habitual en los estadios de Buenos Aires y alrededores: el coqueteo con el horror. Lo que parecía apasionante desde el fanatismo genuino del hincha y del jeep del turista, el parque Kruger del fútbol, aplazó un día el comienzo de la final de la Copa Libertadores.

Más información
Contra doce y contra la 12
Norma Di Stéfano: “Alfredito era de River, pero quiso mucho a Boca”

Si en 2015 un par de hinchas de Boca tiraron gas pimienta a los jugadores de River en el intermedio de los octavos de final de la Copa Libertadores, si hace un mes un hincha de San Martín de Tucumán fue asesinado a causa de los golpes de la barra brava de Boca en Formosa, o si el miércoles pasado los hinchas de All Boys (un equipo de Tercera División) hicieron retroceder a las policías a base de palos y golpes —y son ejemplos al azar—, ¿por qué debería sorprender que un puñado de aficionados de River atacaran a pedradas a los jugadores de Boca cuando ingresaban al Monumental para jugar el partido del siglo?

El superclásico argentino más determinante de la historia, la final jamás sospechada, debía comenzar a las 17.00 hora local, pero a esa hora el capitán de Boca, Pablo Pérez, junto con otro jugador, Gonzalo Lamardo, ingresaba en un hospital cercano al estadio Monumental para intentar recuperarse de los cortes que recibieron tras el salvaje ataque de los hinchas locales cuando el colectivo que trasladaba al plantel llegaba a Núñez. No fueron los únicos jugadores dañados: otros compañeros dijeron haber sido lastimados e imágenes filmadas dentro del autobús comprueban como algunos vidrios estaban rotos y astillados.

La Conmebol primero anunció que retrasaría una hora el comienzo del partido y luego lo postergó hasta las 19.15 local, mientras los alrededores del Monumental eran un frente de batalla. Así como los jugadores de Boca fueron víctimas de la barbarie de ese grupo de hinchas locales, también los simpatizantes de River recibían la ferocidad de la policía argentina.

El ingreso de los espectadores, aunque no hubiera incidentes, estuvo salpicado por golpes de palo y gases lacrimógenos de las autoridades de seguridad, incluso a 500 metros del estadio. Vallas derribadas y simpatizantes llorando, no importa si eran niños o mujeres, fueron una postal de la tarde porteña. Al menos no había simpatizantes visitantes, tal como ocurre desde 2013 en Primera División, pese a la petición del presidente Macri cuando River y Boca se clasificaron a la final de la Libertadores.

El desastroso comportamiento de una parte del público y del operativo de seguridad, a pesar de que contaba con 2.000 policías —ninguno de los cuales cubría el ingreso de los jugadores de Boca—, frustró lo que parecía la última reivindicación del fútbol argentino. Además de la presencia del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, cientos de hinchas de River e imparciales habían viajado desde Europa para un acontecimiento inédito. Muchos decían antes del partido que tendrían más oportunidades de volver a casarse que de presenciar otra final de Libertadores entre River y Boca, rivales desde hace 100 años.

“Hay jugadores que estuvieron tosiendo, con ganas de vomitar. A mí me dolía la garganta y recién ahora se me está yendo el dolor de cabeza”, dijo Carlos Tévez, en el vestuario visitante, mientras la Conmebol apuraba el comienzo del partido. Porque el show debe continuar, acorde a la película más vista en las últimas semanas en Argentina, la de Freddy Mercury.

Pasadas las 19:00 en Buenos Aires, y tras mucho presionar para que se disputara el partido contra la voluntad de los representantes de ambos clubes, la Conmebol anunció que la vuelta de la final se aplazaba. Si no lo impide otra vez la violencia de una sociedad desencajada, el partido se disputará este domingo a las 17:00 hora local, las 21.00 española. 

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_