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Para Messi no hay fronteras

El azulgrana, idolatrado con febrilidad en Tánger, supera a la zaga del Sevilla mediante el pase

Jordi Quixano
Los jugadores del Barcelona, con el título de la Supercopa.
Los jugadores del Barcelona, con el título de la Supercopa.SERGIO PEREZ (REUTERS)

Camino al estadio, con una humedad y un calor achicharrante, los tangerinos dedicaban un grito a modo de pregunta a cualquier aficionado que suponían que no era marroquí, seguido de una exclamación. “¿Barça?”, inquirían primero con una sonrisa. Y, si la respuesta era asertiva, completaban: “¡Messi!”. Dos palabras que transmitían una pasión exacerbada como se demostró en el campo.

Había una frontera, lógica, que era la geográfica porque el duelo se disputó en Tánger. La otra la dispuso el Sevilla, que jugaba con un atrevido 3-5-2 en ataque pero que en muchos los momentos pasó a ser 5-3-2 por la posesión en campo ajeno del Barça. Así, el equipo de Valverde tenía dos aduanas que cruzar para conquistar la Supercopa. Nada que incordiara a Messi, que no entiende de muros porque todo Tánger le animó del mismo modo que tampoco tuvo demasiados apuros para resquebrajar al rival con el pase. Entre otras cosas porque no hacía sprints largos ni jugadas homéricas con repetición de quiebros porque aún está cogiendo color y forma. No estaba para muchos trotes pero, inteligente como es, decidió hacer fácil lo difícil. Algo posible porque el 10 no solo tiene pies sino que juega con la cabeza, capaz de escudriñar los agujeros que ofrece el rival. Y, sin correr demasiado, le bastó con la entrega en profundidad para hacer tiritar al Sevilla, después rematado por Dembélé y Ter Stegen, que paró un penalti a Ben Yedder.

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Messi se explicó en la primera ocasión que recibió el esférico porque, tras el control orientado, puso la pelota al hueco, a la carrera de Alba. Poco después, repitió maniobra pero al costado derecho, donde Semedo devoraba metros. Pero ambos centros se perdieron en el área, sin un rematador oportuno. Por lo que a la siguiente jugada, en un saque de esquina en corto, le ganó la espalda al rival, recibió, giró y pisó área para chutar. No pudo con Vaclik, una fatalidad que copió Luis Suárez en varias ocasiones con disparos tibios y a las manos del portero, también lejos de los tres palos. Pero nada desalentaba a los aficionados, todos ataviados con su camiseta del Barça, inclinados de forma abrumadora por lo azulgrana. Bastaba una imagen del 10 en el videomarcador, un toque sencillo o un saludo con la mano para que desatara la locura en el Stade Ibn Battouta. Por lo que la falta que le hicieron en la frontal, antes del entreacto, pareció un aviso sísmico. Leo plantó la bola, se secó la frente con la camiseta, dio cinco pasos para atrás y soltó un latigazo seco y raso que se estampó en el poste y después en la espalda de Vaclik para caer a las botas de Piqué. Y de ahí, a gol.

Agotado porque no llevaba minuto alguno en los partidos de pretemporada —se sumó tarde al grupo como el resto de mundialistas—, Messi redujo su participación en la segunda mitad, encimado casi siempre por Roque Mesa. La tuvo, sin embargo, con otro lanzamiento de falta, esta vez bien despejado por Vaclik, y un par de remates que se estrellaron en la defensa rival. Sin éxito en esta suerte, regresó a su plan inicial, el del pase al hueco. Como ese que le regaló a Dembélé, que chutó demasiado centrado. O como esa otra por encima de la defensa que Alba no alcanzó. Incluso esa otra que se la dio a Suárez, que no pudo con el portero y que el rechazo fue a parar a sus botas, pero, por una vez, a Leo se le hizo chica la portería o grande el guardameta.

El título 33 de Leo

Todo lo contrario le ocurrió a Dembélé. Fue cuando Messi recibió como trescuartista, prosiguió con un control orientado y le dio el pase al francés —coreado por la grada con un pegadizo “¡Allez, Dembélé!”—, que se perfiló para el disparo y sacó un trallazo que besó la escuadra antes de alojarse en la red. Tembló el estadio y casi Tánger, explosiva felicidad que con los minutos, de nuevo, se resumió en un grito: “¡Messi!”. Y más cuando el 10, ya capitán tras el adiós de Iniesta, subió los escalones para recibir la Copa. Dio tantas manos como gracias y, ya con el trofeo, lo levantó y ofreció su mejor sonrisa que repitió con el equipo a pie de césped y con la serpentinas doradas de campeones. No hubo pues, una frontera que pudiera con Leo. “¿Su título número 33? No sé me parecen muchos”, bromeó Valverde. “Si alguien podía llegar a una marca de este tipo, es él. Todo el mundo disfruta con él y esperamos que ese número siga aumentando. Poder ver a Messi y lo que hace es un privilegio”. “Es un lujo jugar al lado del mejor del mundo”, añadió Arthur. “Tenerle cerca te da más ganas de jugar, ilusiona”.

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