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Alineación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Riqui Puig y la cinta métrica

Ese chico menudo al que Gennaro Gattuso compara ya con la poesía, precisamente él que como jugador fue mascarón de proa del fútbol bélico, encorsetado, cronometrado…

Rafa Cabeleira
Riqui Puig, durante un entrenamiento con el Barcelona.
Riqui Puig, durante un entrenamiento con el Barcelona. Enric Fontcuberta (EFE)

No es sencillo desandar cincuenta años de historia en apenas un lustro pero el Barça siempre ha sido el club de los grandes desafíos. Esta misma semana, mientras el resto del mundo se recreaba en el talento insolente del joven Riqui Puig, nos hemos enterado de que su continuidad fue puesta en tela de juicio por el hombre fuerte de la dirección deportiva apenas seis meses atrás. El muchacho, tal como comunicó Pep Segura a su padre y representante, Carlos Puig, no cumplía con los parámetros físicos que alicatan el nuevo ADN blaugrana con músculo y centímetros por lo que debía buscarse un nuevo horizonte lejos de la remodelada y tecnológica Masía.

El episodio, relatado por Jordi Quixano en estas mismas páginas, nos recuerda lo cerca que está el Barça actual de un pasado que se pretendía olvidado, aquel en el que futbolistas como Messi, Xavi o Iniesta tendrían vetado su ingreso en las categorías inferiores del club por razones estrictamente genéticas: “Si viene a ofrecer un juvenil de menos de 1,80 m, ya puede darse la vuelta”, rezaba el cartel que presidía la puerta de la secretaría técnica a principios de los años setenta. Lo mandó quitar Laureano Ruiz como primera medida para tratar de reconducir un futbol formativo de modales primitivos, reclutado con urgencia por Agustí Montal tras una dolorosa derrota en la Final de la Copa Catalunya juvenil en 1972 frente a la Damm. “Esto no se puede permitir. De acuerdo que nos gane un equipo de fútbol pero nunca una fábrica de cervezas, eso sí que no”, estalló Montal frente a un periodista según explica Martí Perarnau en su libro ‘El camino de los campeones’ (Columna).

A Pep Segura, licenciado en Educación Física, se le podrán reprochar todo tipo de decisiones pero nadie podrá acusarlo de no ser transparente en sus intenciones: llegó al Barça con el encargo de desterrar un modelo que se considera agotado por los dirigentes ya ello se dedica en cuerpo y alma. Su currículo profesional, la honestidad acreditada y una visión muy concreta sobre los principios que dominan el fútbol moderno – músculo, recorrido, centro y remate- lo convierten en el hombre ideal para alcanzar el objetivo señalado. Allí donde fue sublimado, el modelo formativo que concedió al Barça sus años bárbaros y permitió la colonización del espacio futbolístico mundial, es tratada hoy como una anomalía que conviene olvidar. Sin embargo, la realidad puede ser tan rígida como el revisionista más contumaz y, alineada con el talento, siempre termina descabalgando cualquier falsa premisa.

Lo demuestran apariciones inapelables como las de Riqui Puig, ese chico menudo al que Gennaro Gattuso compara ya con la poesía, precisamente él que como jugador fue mascarón de proa del fútbol bélico, encorsetado, cronometrado… Llama la atención que siempre sea el juego de pie sencillo, cabeza erguida y cuerpo liviano el que necesite de escrutinio constante, de planes alternativos y bastas actualizaciones que, por norma general, terminan devolviéndolo a la línea de salida: un pasado muy lejano que clasificaba futbolistas por tamaño sin atender a su verdadera talla. Suerte que Ernesto Valverde distinguió a un futuro gigante donde la cinta métrica -y sus grandes valedores- catalogaron a un simple retaco.

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