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La cruel pértiga mancha el decatlón de Jorge Ureña

Tres nulos sobre 4,60m condenan al atleta de Onil al 16º puesto en una prueba ganada por el alemán Abele

Carlos Arribas
Ureña, lanzando la jabalina en Berlín.
Ureña, lanzando la jabalina en Berlín.CHRISTIAN BRUNA (EFE)

El decatlón es un estado mental y Naruto, el guerrero manga, es su guía. Así es para Kevin Mayer, el francés que batirá algún día el récord mundial e Ashton Eaton, cuya antorcha ha cogido y mantiene, y también para Jorge Ureña, el decatleta de Onil. “Somos Narutos”, suele decir Mayer. “El hérore manga de entrada es muy poquita cosa, pero por pura voluntad, entrenamiento y espíritu guerrero, derrota siempre a los malos. En el campo de batalla, ante los más fuertes, siempre se trasciende, va más allá. Es la metáfora perfecta del deporte”.

Y, pese a todo, ambos, Mayer y Ureña, cayeron derrotados en la prueba más cruel, empujados justamente por el afán de trascenderse. El francés, que se retiró el primer día después de tres nulos en el salto de longitud, la segunda de las 10 pruebas, fue víctima de su propia fuerza. “En decatlón cada prueba hay que disputarla a muerte, no valen compromisos”, explicó Mayer. “Salté las tres veces a tope, sin mirar la tabla que pisé las tres veces. ¿De qué me habría valido mirar la tabla? ¿Saltar 6,90m? Me niego a ponerme límites. No hago un decatlón para saltar 6,90m”.

La prueba que más teme Mayer, y la mayoría de los decatletas, pues es la más traicionera, es el salto con pértiga, la metáfora perfecta del decatlón. Es la octava prueba y se disputa a mediodía, con el estadio medio vacío y el calor de Berlín sofocante y extraordinario haciendo que del tartán salga vapor. Y el decatleta está tan cansado ya, que los apoyos del pie en la pista son más largos, y es fácil calcular mal la dureza de la pértiga que hay que usar. “Es una prueba al 90% mental, sin embargo”, precisa Mayer, quien ha logrado, pese a todo, saltar 5,60m en una ocasión, y Ureña, que hace tres nulos sobre 4,60m, está de acuerdo, aunque lo expresa con otras palabras, porque, para añadir insulto a la crueldad, llega a la pértiga siempre tocado: la séptima prueba es el disco, la peor de su repertorio, y ha lanzado solo 37m, lo que le frustra y desanima.

“¿La cabeza?”, se pregunta el alicantino de Onil, que había logrado saltar regularmente 5m, cuando aún no ha tenido tiempo siquiera para procesar los tres nulos. “No sé… Son las circunstancias. En decatlón sabes que en cualquier momento te pueden llegar los tres nulos, aunque nunca sabes cuándo te van a venir… Entre las lesiones que he tenido y la necesidad de buscar caminos rápidos y buscar conceptos nuevos, al final no sabes dónde estás…”

Ureña, a diferencia de Mayer, que era o todo o nada, no se retira. Como una penitencia agarra la jabalina por la tarde, cuando las nubes de tormenta de Berlín empiezan a concentrarse sobre el estadio, y lluve fuerte, una lluvia ruidosa sobre las cubiertas de las tribunas recibida con gozo. Y solo horas más tarde, después del 1.500 agónico 4m 29, 26s, y unos últimos 500m esprintando hasta el agotamiento-- que cierra las diez pruebas, se retiró a descansar y a volver a mirarse las manos y a despellejarse los callos con cuidado, recordando en cada ampolla el hecho que la produjo.

Terminó lo que había empezado y tuvo el derecho, al final, de agarrar sus zapatillas con la mano izquierda y saludar y abrazar a todos los Narutos que, como él, había desafiado al enemigo más grande. Y el más feliz de todos era el alemán Arthur Abele (8.431 puntos), el ganador, como proclamaba la corona de roscón de reyes que se encasquetó en la testa rubia y sudorosa. Ureña, ya feliz por terminar, fue 16º, con 7.208 puntos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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