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DESPEDIDA A INIESTA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La insoportable levedad del ‘quarterback’

El adiós de Iniesta nos priva de una figura impecable de deportista total. Verle jugar es saber que se puede patinar sin patines ni hielo

Andrés Iniesta, durante el partido contra el Villarreal en el Camp Nou.
Andrés Iniesta, durante el partido contra el Villarreal en el Camp Nou. ALBERT GEA (REUTERS)

Johan Cruyff jugó dos años en Estados Unidos. Cuando regresó a Europa y recaló en el Barça como entrenador, Cruyff demostró que, además de jugar a ratos en una Liga nada exigente, descubrió un deporte mucho más popular que también se llamaba fútbol y que no era fútbol. Y en ese deporte había una figura llamada quarterback. El quarterback era como si a Franz Beckenbauer, despistado en una boda, sus amigotes le empujaran, por sorpresa, a la pista de baile y el tipo resultase ser Michael Jackson.

En puridad, en el fútbol americano el quarterback es el jugador por delante de la defensa, que a su vez es el primer elemento ofensivo que es quien decide la jugada de ataque. Puede esconder la bola, correr con ella, engañar con un pase, colgarla o lo que decida en ese momento. Cruyff clavó un quarterback en medio del Camp Nou, por delante de la defensa, liquidando al líbero, ese coche escoba, mitad armario empotrado, mitad matón de pasillo de instituto. Necesitaba tipos listos, rápidos, técnicos, que marcaran el ritmo, supieran la coreografía de cada canción, decidieran el tiempo del romance y cuándo el beso mortal. Y empezó con Milla, pero Milla se cambió de equipo, pero dio igual porque luego vino Guardiola y cuando éste empezaba a declinar, estaba Xavi y ambos jugaron con Iniesta y ya Pep vio claro que los iba a jubilar a ambos. La cosa parece pararse aquí porque Busquets resultó ser más defensivo y el quaterback podría acabar siendo Messi y sobre eso no nos gusta hablar mucho por aquello de la cábala invertida: lo que no se nombra no existe.

El adiós de Iniesta nos priva de una figura impecable de deportista total -verle jugar es saber que se puede patinar sin patines ni hielo-, tanto en lo que hace en el terreno de juego como fuera. Iniesta es un jugador que es mejor desde el momento que nunca presume de lo bueno que es sin dudar que lo es. Humilde, solidario, apasionado, elegante, competitivo y además, no se ha convertido ni en una pancarta publicitaria, ni en rapero sin rima ni en el cuñado cincuentón recién divorciado. Además de esas y otras prestaciones -marca goles, pocos, pero trascendentes y acaricia la bola como una bruja de cuento- tiene también extradeportivas. Es un tipo normal que se podía permitir perder pelo, no ser guapo ni feo y casarse con la novia de siempre sin cuenta en Instagram. Además es de Albacete, con lo que al no existir la sospecha de que Fuentealbilla otrora perteneciera a los Països Catalans, los aficionados y la prensa de la capital del reino podían fingir ser ponderados con el rival ensalzándole sin reparos -como nosotros con Casillas, vamos-. Iniesta en Catalunya era el símbolo integrador de una sociedad a la que sólo se le pedía respeto y cariño. Su marcha nos deja un poco a la intemperie también en eso -llega Torra y se va Iniesta: ¿qué puede salir mal? -. Y en el hecho -no queremos ni oírnoslo decir- que después de Iniesta el próximo será Messi. O sea, el Fin de los Tiempos.

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