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Quini: “¡Qué vas a hacer! La vida hay que tomarla como viene”

EL PAÍS recupera una entrevista de 1982 con el mítico delantero asturiano tiempo después de su secuestro. En ella, el ovetense habla sobre sus ídolos sobre el césped, su niñez y el origen de su apodo

Quini sonríe tras firmar la camiseta del Barcelona a un aficionado con motivo del Barcelona-Sporting de Gijón de la Liga, el 5 de febrero de 2008.
Quini sonríe tras firmar la camiseta del Barcelona a un aficionado con motivo del Barcelona-Sporting de Gijón de la Liga, el 5 de febrero de 2008.ENRIC FONTCUBERTA

Es, por excelencia, el pichichi del fútbol español. Enrique Castro, Quini, 32 años, el vieyu y el rapacín entre los veintidós jugadores que vestirán la camiseta nacional en el Mundial. El vieyu porque a Quini poco le puede enseñar la vida. Muy poco. El rapacín, por sus ganas de vivir, porque quiere ser el niño "rebolera" que no para un momento, travieso hasta decir ¡basta!, bromista hasta el límite del disgusto. A Quini le secuestraron unos extraños. A sus 32 años ya sabe qué es la vida, el amor, la fama, el dinero y el miedo. "La vida hay que tomarla casi en broma, si la tomas en serio yo creo que te mueres en unos días".

Rebobinen su memoria y deténganla en el mes de marzo de 1981. Miles de españoles, a primera hora de la noche, se encontraban delante del televisor viendo cómo España, la selección española de futbol, ganaba en el templo-sagrado, el estadio de Wembley, a la "pérfida Albión". Zamora acababa de meter el segundo gol cuando en esos transistores que zumban como avispas los días de partido alrededor de la pantalla de televisión se oía un flash informativo, una urgencia: "Quini ha sido liberado". A algunos se les hizo un nudo en la garganta. El pichichi español, después de un largo mes de secuestro, salía de una catacumba zaragozana para volver a vivir en libertad. La victoria sobre la selección inglesa... estupendo, ¡qué bien!, un triunfo que debía celebrarse, pero otro día.

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Los transistores bramaron en la noche. A las dos de la mañana, minuto más minuto menos, Quini llegaba a Barcelona. La afición, los españoles, estaban allí; iban a recibirle entre aplausos y un llanto contenido. Él, demacrado, con barba de varios días, pelo revuelto y ojos desorbitados, no podía reprimir las lágrimas y comenzó a llorar entre "gracias, gracias a todos, gracias". Fotos, abrazos, y al fondo Mari Nieves, su esposa, la mujer de los ojos tristes de aquel año.

"¡Qué vas a hacer!, fiu, la vida hay que tomarla como viene. Pasó y Pasó. La mujer y los familiares lo pasaron peor que yo. Yo sabía que ellos estaban bien, pero ellos no sabían cómo estaba yo. Gracias a Dios, pasó todo. Olvidar no se puede olvidar, porque yo nunca olvidaré. Hizo un año en marzo que acabó el secuestro y a veces voy para la cama y lo sueño, me viene solo a la cabeza. Pero, ¡qué vas a hacer!, la vida es así".

Enrique Castro, Quini, habla serio, en serio y con la mirada ausente, lejana. Todavía piensa en el miedo que pasó encerrado en aquel dormitorio disimulado. "Yo no sé explicar qué es el miedo. Es difícil. Yo pasé mucho miedo, hasta caer al suelo. No sé cómo explicarlo. Yo pasé miedo, miedo de verdad. Yo sé qué es pasar miedo". La palabra le obsesiona, la voltea en la boca, la repite sin cesar y no llega a ningún sitio con ella. Seguro que aún le hace daño esa maldita palabra que transforma su rostro risueño y juguetón en una cara apagada, confusa frente a los recuerdos.

"Yo no tengo nada contra mis secuestradores. A lo mejor soy muy distinto a todos. Ellos están pagando ahora su culpa y cuando acaben de cumplir lo que le corresponda, yo no sé los meses o años que les van a caer, cuando acaben eso y los vea por ahí igual me tomo una cerveza con ellos".

Un paquetín de mininos

Quini se olvida incluso de su acento asturiano cuando habla de su drama. "¡Claro que pensé en la muerte!, y me asustaba la forma en que podía llegar. A mí me gustaría morirme de un fogonazo, así, pam, no sufrir, rápido... enfermo, no, por Dios".

Pregunta. ¿Tiene usted idea de lo que pueda ser la eternidad?

A Quini se le acaban pronto las pilas trascendentes, no quiere seguir por ese camino, da un respingo en el asiento, una palmada y ríe. Vuelve a emplear el acento asturiano.

Respuesta. ¿Dónde está esa señora, la viste pasar por aquí? Yo no la conozco.

P. Tiene fama de bromista.

Enrique Castro, "Quini", en un entrenamiento de la Selección Española en los Mundiales en mayo de 1982.
Enrique Castro, "Quini", en un entrenamiento de la Selección Española en los Mundiales en mayo de 1982.RAÚL CANCIO

R. No hagas caso. Es que te tienes que divertir. Vienes a una concentración y qué vas a hacer. Son muchas horas con veintidós tíos.

Por nuestro lado pasa un federativo con un manojo de papeles en la mano. Ni corto ni perezoso, Quini interrumpe la conversación, engola la voz, adopta una postura ministrable y comenta: "No, ahora no, ya lo firmaré mañana". Gira el cuerpo y se dirige de nuevo hacia mí ajustándose el nudo de una corbata imaginaria: "Soy un hombre muy ocupado, ¿sabe usted? ¿Por dónde íbamos?". Y otra vez le vuelve a salir la risa a borbotones. "Tú quiés hundime, ya lo sé. A ver qué escribes después".

P. Siempre rodeado de gente imagino que debe ser muy mimoso.

R. ¿Yo? Huy, yo soy un paquetín de miminos. (Se pasa la mano por la barba de dos días) ¿No ves?, con esta carita me dan mimos y me derrito. (Engola de nuevo la voz) Vas a hundime con esta entrevista.

P. ¿Tierno?

R. A veces en casa me pongo tierno.

P. ¿Cómo se declaró a su mujer, Mari Nieves?

R. No, home, no. Yo no me declaré. Yo soy un tocho para eso. Empezamos a salir de críos en Avilés y no hizo falta decir nada.

P. ¿Qué piropo le echa cuando llega a casa?

R. No, no lo quiero decir. Yo soy muy formalín, yo no soy de los que pegan pellizcos en el culín. Cuidao, eh, cuidao con lo que pones.

Cómo es Quini de verdad, cómo es en su casa, es un secreto que guarda con celo. Y para guardar el secreto él utiliza el buen humor

No hay manera. Quini desarma cualquier intento de formalidad. Se rasca la cabeza, el pelo que le queda, porque ya clarea. ", esto aguanta. ¡Bastante duró ya; 32 años! Mira, así, cáese un poquitín por aquí y por aquí y queden las entradinas esas de inteligente. Tengo un tesoro en la cabeza. Remacha con un gesto cómico. Parece inquieto, espera ávido la siguiente pregunta y responde rápido.

P. ¿A qué se va a dedicar cuando sea mayor?

R. Ya soy mayor, si tengo barba y todo.

P. ¿Cuánto dinero tiene?

R. Debo, debo bastante. Siete millones, ocho, yo qué sé. Según están las cosas en este país vale más deber que tener.

P. O sea, que usted vale mucho.

R. , yo no valgo nada... hasta, que me metan preso un día, que no faltará mucho.

P. Usted es un bromista.

R. No, hombre, yo soy un poquitín más serio, ¡oh! Lo que pasa es que a mí gústame enredar. Para cuatro días que vive uno no puedes estar amargado. 

Sus compañeros de la selección española pueden dar fe de las ganas de vivir y de enredar de Quini. Dicen de él que es un "rebolera". No para en ningún sitio; va de juego en juego sin acabar una partida; hoy le tira un cubo de agua al preparador físico mientras toma el sol; mañana le hace "la petaca" en la cama a quien pilla más a mano. Son 32 años los que lleva encima, pero los lleva como un rapacín. Cómo es de verdad, cómo es en su casa, es un secreto que guarda con celo. Y para guardar el secreto él utiliza el buen humor.

Quiero meter un chicharrín a todos

Enrique Castro en Avilés, Astunas, con los salesianos. Su historia la describe así: "Hice el bachiller y luego el golfo, nada, me metí en el peloto éste, tuve suerte y ya está". Siempre cuenta que en el colegio le "echaron del coro". "El cura hizo unas pruebas y nosotros pasamos uno por uno por una tarima. A mí me dijo que cantara aquella canción que estaba tan de moda... (intenta tararearla), sí, hombre, aquella... ¡la ovejita lucera! Madre, echóme de allí. El cura me dijo, 'anda, marcha que tú matas el cante'. No se me olvida jamás, si tién un rifle al lado pégame un tiro".

En su Asturias natal fue criticado con dureza hace un año, cuando el Barcelona ganó la Copa del Rey al Sporting de Gijón. El partido se jugó en el estadio Manzanares y Quini metió dos goles. "Asturias no se portó mal, cómo lo va a hacer (por segunda vez vuelve la seriedad a su voz y su cara). No se puede catalogar a todos del mismo modo porque haya un grupo que no comprenda qué es la profesionalidad de un hombre. Yo voy ahora allí y tengo los mismos amigos, incluso más. Aquello fue un pequeño enfado de críos. No pasó nada".

Cajón de acceso por el que Quini había sido introducido al sótano del taller electromecánico. En este lugar dormía uno de los secuestradores que vigilaban al jugador.
Cajón de acceso por el que Quini había sido introducido al sótano del taller electromecánico. En este lugar dormía uno de los secuestradores que vigilaban al jugador.RICARDO MARTÍN

Le llaman Quini porque a su padre, que también fue futbolista, le decían así. En Barcelona, en la plantilla del Barça, le apodan Quinocho. En El Molinón, el campo del Sporting de Gijón, le gritaban "brujo". Cada vez que el equipo sacaba un córner los aficionados repetían el "ahora, ahora, ahora brujo, ahora". Quini comenzó a jugar con los salesianos en infantiles y juveniles; con la selección juvenil se proclamó campeón de Europa; luego debutó en tercera división con el Ensidesa y por fin en el Sporting de Gijón. Desde hace dos años milita en el Barça. Quini es el pichichi por excelencia del fútbol español de los últimos tiempos. Es un goleador nato.

P. ¿A qué portero le hubiera gustado batir y no lo ha conseguido?

R. No tengo preferencias. Yo lo que quiero es eso... colarles un chicharrín a todos.

P. ¿Qué le falta por aprender?

R. Nada, lo que no aprendiste ya, a estas alturas de curso...

Quini elogia a Satrústegui y Santillana, los otros dos jugadores que con él disputarán el puesto de delantero centro en la selección española de fútbol, y admira profundamente a Johan Cruyff. "¡Cómo no me voy a acordar de él! Fue de los pocos que vinieron a España y nos enseñó mucho. Me hubiera agradado jugar con él. Verle en el campo era un espectáculo. Desde que se fue Cruyff no vino nadie que le igualara".

P. ¿Cedería su puesto si con ello se garantizara el triunfo de la selección española?

R. Naturalmente. Sí.

P. ¿Quién ganará el Mundial?

R. Cualquiera de las veinticuatro selecciones que lo disputarán. España puede ganar, ¿por qué no? Lo único que necesita es ganar partidos, ganar partidos, ganar partidos, ganar partidos...

Se levanta mientras repite "ganar partidos". Desde la puerta vuelve a insistir con una sonrisa en los labios: "¡A ver lo que pones!"

Este artículo apareció publicado en la edición impresa del Lunes, 24 de mayo de 1982.

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