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Juicio a Larry Nassar: el mayor depredador sexual del deporte estadounidense

El médico del equipo olímpico de gimnasia estadounidense abusó de más de 140 niñas durante casi dos décadas. Ahora afronta entre 40 y 125 años de cárcel

En la consulta médica comenzaba el infierno. Las jóvenes gimnastas acudían al reputado doctor para tratar sus dolores musculares. Él proponía utilizar un “método especial”. Les tumbaba en la camilla boca abajo, pedía que abrieran ligeramente sus piernas y, sin guantes, introducía sus dedos en sus genitales. No importaba si tenían seis, doce o veinte años; si su padre o su madre estaban en la habitación. Tampoco si eran reconocidas estrellas como la campeona de Río 2016, Simone Biles. Lawrence Gerard Nassar lo hacía igualmente. Y lo hizo durante casi 20 años con más de 140 niñas. Ahora calla él, hablan ellas.

Cabizbajo, el depredador sexual escucha desde el martes a 105 de sus víctimas testificar en un pequeño juzgado de Michigan, donde este viernes Nassar escuchará su sentencia. Se frota los ojos, escribe garabatos en una libreta, comenta algo a su abogada, y después vuelve a encoger su cuello en la camisa azul oscuro de su uniforme penitenciario. La fiscalía pide entre 40 y 125 años de prisión, que se suman a los 60 años de condena que recibió en 2017 por delitos de pornografía infantil. La sentencia se espera este viernes.

Kyle Stephens fue de las primeras, a finales de los años 90. Tenía seis años y Larry Nassar, como es conocido, era amigo de sus padres. Durante reuniones entre ambas familias, el médico introducía su dedo en la vagina de la niña, frotaba su pene contra sus pies descalzos o se desnudaba frente a ella. A los 12, tras años de abusos, Stephens se lo contó a sus padres. No la creyeron. Era Larry, decían, un buen amigo, él no haría eso. Ante la insistencia acusatoria de la hija, su padre invitó a Nassar para hablar con ella. “Nunca nadie te debería hacer eso, y si lo hacen, deberías decírselo a alguien”, le dijo el pervertido doctor.

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Obligada a disculparse, Stephens rompió su relación con su padre, que siempre le decía: “Pide perdón a Larry”. “Me empecé a sentir como si me hubieran lavado el cerebro y para no olvidarme de que no era una mentirosa, me forzaba a recordar paso a paso cómo fueron los abusos. Si no, sentía que perdía el sentido de la realidad y me cuestionaba si habían ocurrido esos abusos”, afirmó Stephens en su testimonio el martes. En 2016, cuando comenzó la investigación criminal contra Nassar y se demostraron las primeras acusaciones, el padre de Stephens se suicidó.

Desde entonces, Nassar, de 54 años, se enfrenta por primera vez a sus crímenes. Una a una, en intervenciones de diez minutos, más de 100 mujeres, algunas todavía menores, detallan ante la juez Rosemarie Aquilina de Lansing (Michigan). Los testimonios trazan el perfil de un hombre que desde lo más alto de su profesión —como médico del equipo olímpico de gimnasia de Estados Unidos y de la Universidad Estatal de Michigan— manipuló a niñas, adolescentes, universitarias, todas ellas deportistas, para cometer sus abusos sexuales.

El doctor Nassar era recomendado por los entrenadores de prestigiosas escuelas de gimnastas. Familias por todo el Estado acudían a su consulta. En su despacho colgaban fotografías con las deportistas del equipo olímpico, la aspiración de todas sus víctimas. Le admiraban y él cultivaba esa admiración. A solas con Larry, este criticaba las exigencias del deporte y la intensidad de los entrenadores. Les traía regalos de los Juegos Olímpicos, les prometía que algún día participarían en unos.

“Era simpático, amable; pretendía ser mi amigo”, describió el jueves una víctima. “A una gimnasta la entrenan para aguantar dolor, no quejarse y obedecer. Larry utilizaba esa cultura para ejecutar asquerosos abusos. Una vez, cuando tenía 16 años, introdujo sus dedos sin guantes en mi vagina durante 30 minutos en moción circular. Al acabar me agradeció la confianza en él. Me sentí confundida y avergonzada. Solo podía pensar: ‘Es Larry, no me haría nada malo’. Esa vez era para mi dolor de espalda, pero cuando me aplicó este mismo ‘tratamiento especial’ durante 45 minutos, se suponía que era para el dolor de mi pierna. Ocurrió al menos 20 veces más”, explicó un día antes Chelsea Kroll, otra de sus supervivientes.

El nivel de detalle es imparable. La rutina y facilidad con que Nassar, evidenciado por el número víctimas, realizaba sus abusos son propias de un pervertido y enfermo, defienden las acusantes. Durante los testimonios, Nassar, que con gran probabilidad pasará el resto de sus días en una cárcel, escucha pero evita mirar. Con las mismas gafas, de fina montura de metal, el hombre menudo que durante años utilizó sus dotes persuasivas y su poder para callar a niñas indefensas, ahora guarda silencio.

Acobardado, el jueves, tras dos días de testimonios, Nassar decidió expresarse por medio de una carta a la magistrada. “No sé si puedo escuchar otro día de declaraciones. Esto es sólo un circo para los medios de comunicación”, anotó el doctor, según leyó Aquilina, que rechazó sus peticiones de frenar las comparecencias de víctimas todavía por compartir sus historias.

Los testimonios también apuntan a que Nassar contaba con el encubrimiento de entrenadores y ayudantes en la Federación de Gimnasia de Estados Unidos así como en la Universidad Estatal de Michigan, incluídos miembros de su prestigioso cuerpo deportivo. Sus víctimas también fueron la figura estrella de los Juegos de Río, Simone Biles, y sus compañeras McKayla Maroney, Aly Raisman y Gabby Douglas. A Jamie Dantzscher, ganadora del bronce olímpico en los Juegos de Sidney de 2000, Nassar abusó de ella en la habitación del hotel donde estaba concentrado todo el equipo estadounidense.

Durante años decenas de estas jóvenes, como Stephen, denunciaron las acciones de Nassar a sus padres, a otras personas del mundo de la gimnasia, a profesores y entrenadores. Quienes conocían a Nassar le defendieron. “Las instituciones le protegieron todos estos años. Cuando por fin, en 2016, salieron las primeras acusaciones e investigaciones criminales contra Nassar, una de nuestras entrenadoras nos dijo que teníamos prohibido hablar de nada que ver con él”, explicó en el juzgado Lindsey Lemke, de 22 años, víctima del médico a los 10.

Antes de concluir su testimonio, Stephens, ahora una joven de 25 años, hizo una pausa y respiró con alivio. Fijó la mirada en su maltratador, que bajó la cabeza y con su mano cubrió sus ojos: “Llevo yendo a por ti durante mucho tiempo. He dicho tu nombre a monitores con la esperanza de que te denunciaran. Dije tu nombre a los servicios de protección de menores dos veces. Testifiqué para que te revocaran la licencia médica. Quizás ahora te das cuenta que las niñas pequeñas no se quedan pequeñas para siempre. Crecen y se convierten en mujeres fuertes que vuelven para destrozar tu mundo”.

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