_
_
_
_
_

Trekking por el glaciar Aletsch

Una de las mejores experiencias que se pueden vivir en los Alpes suizos

Vista del glaciar Aletsch desde el Jungfrau
Vista del glaciar Aletsch desde el JungfrauEduardo Salete (Balder)
Más información
Run of Fame, el reto de esquí esta temporada
Trekking por los dominios del oso

4:15 a.m. suena el despertador. Aún sin saber qué leches hago en una tienda de campaña, en mitad de un valle de Suiza, me visto, me pongo las botas y salgo de la tienda dando tumbos en mitad de la noche oscura. No soy el único, pero somos pocos. Voy a desayunar a la cantina donde me informan de que no tienen café, solo fruta, muesli y cosas sanas de gente deportista. No sé cómo voy a sobrevivir ese día. Agarro un plátano y me voy al punto de encuentro para la actividad de ese día en el The North Face Mountain Festival: Trekking por el Glaciar Aletsch, en el Jungfrau, el techo de Europa.

Un cuarto de hora en autobús y llegamos a la estación de Lauterbrunnen, Justo enfrente está el Bäckerei café von Allmen, donde sirven unos cafés deliciosos, pero a esas horas está cerrado…claro. Me consuelo diciéndome que llevo un plátano en la mochila. En la entrada de la estación nos espera el equipo de Swiss Alpine Guides. El líder de la expedición, un alpinista con aspecto mitad galo mitad forofo de ABBA, nos da una pequeña charla de cómo va a ser el viaje hasta Jungfraujoch, y reparte material entre los integrantes de la expedición del Mountain festival: crampones y piolets. Subimos al tren donde el que más y el que menos intenta regresar al punto de las 4:15 cuando sonó el despertador. Nos espera un viaje de dos horas.

Comienza la marcha sobre el Aletsch
Comienza la marcha sobre el AletschEduardo Salete (Balder)

En Kleine Scheidegg hacemos transbordo y nos montamos en el peculiar tren cremallera que sube durante 9 km con 1400 metros de desnivel hasta Jungfraujoch, la estación a mayor altura de Europa. La mayor parte del trayecto se realiza a través de un túnel de 7 Km que fue construido entre 1896 y 1912. Da escalofrío pensar en qué condiciones. Es patrimonio mundial de la UNESCO «Alpes suizos Jungfrau-Aletsch».

Llegados a destino, los guías nos dividen en grupos, yo me escapo al bar de la estación a tomar un café. Gracias a Dios, está abierto y puedo calmar el mono de cafeína. No sé por qué motivo, en aquel momento, pensaba que moriría allí fuera, en el glaciar, sin café, con un 0,23 % de probabilidad…quiero decir.

El enjuto alpinista con aspecto de galo nos da las instrucciones para colocarnos los crampones, utilizarlos y explica el protocolo de actuación dentro de la cordada. De la regla que mejor me acuerdo es de la que si le pisas la cuerda al compañero de delante le tienes que pagar una cerveza. Después del trekking creo que todos nos debemos una o dos docenas de cervezas.

Un montañero camina sobre el Glaciar Aletsch
Un montañero camina sobre el Glaciar AletschEduardo Salete (Balder)

Salimos al exterior completamente pertrechados. El día es inmejorable: ni gota de viento, cielo despejado y el sol brillando como en su primer día en el firmamento. Ante nosotros se extiende el majestuoso glaciar Aletsch. Es un paisaje extremadamente difícil de describir, sobrecogedor, como salido de una de esas películas épicas del Señor de los anillos. Un gigantesco valle, orlado por picos de más de 4.000 metros que se aleja, alzándose sobre las nubes y cruzando el horizonte.

Un rio de 27,000 millones de toneladas de hielo que discurre desde las paredes norte de Eiger, el Mönch y el Jungfrau

En realidad, lo que observamos es su lengua Jungfraufirn que fluye recta hasta la “plaza de la concordia” donde se encuentra con las otras dos lenguas que también nacen en la cara sur del macizo Jungfrau. Un río de 27,000 millones de toneladas de hielo que discurre desde las paredes norte de Eiger, el Mönch y el Jungfrau esculpiendo el valle hasta el Valais, 23 kilómetros de nieve que la brutal presión convierte en hielo azul.

Comenzamos la marcha. En mi grupo se encuentra Ainara y Marta de TNF, que se sitúan en tercer y segundo puesto de cordada, justo delante de mí. Serán mi referencia. La nieve cruje bajo los crampones, no parece un trekking muy difícil y, de hecho, no lo es aunque a esa altitud a alguno le va faltando el aire. Evolucionamos bajando por la lengua nevada, los únicos sonidos que se escuchan son el crujir de la nieve, un suave aire de poniente y, de vez en cuando, las explicaciones del guía sobre el origen geológico y anatomía geográfica del glaciar. Los efectos del sol de montaña son ya muy palpables, es hora de beber algo de agua. Hacemos un descanso

Una de las grietas que cruza el glaciar
Una de las grietas que cruza el glaciarEduardo Salete (Balder)

La amplitud del glaciar, las suaves pendientes y las grandes superficies cubiertas de nieve, dan una sensación de seguridad quizá algo engañosa. No es que el trekking exija una gran preparación técnica ni física, y el peligro está muy acotado cuando guía un montañero que tiene el culo pelado de hacer rutas por el glaciar, pero es que la gigantesca mole de hielo se mueve, se desliza y se resquebraja y no siempre se pisa por terreno compacto. Llegamos a una grieta por la que cabría un Opel corsa sin problema alguno. El guía nos invita, uno a uno, a acercarnos al borde y contemplar la fractura en el hielo. La sorpresa es mayúscula, la nieve superficial se convierte en una pared de hielo que desciende hasta que la luz es incapaz de iluminar la sima. No se puede ver el fondo de la cavidad. Y lo peor, desde el borde de la grieta uno se da cuenta de que la expedición ha cruzado por encima de un puente de hielo sin que nadie, excepto el guía, lo supiese. Empezamos a pisar con más cuidado, y no solo porque ya se deben algunas cervezas. Estamos sobre casi 900 metros en vertical de hielo, nadie quiere aparecer en el titular de un periódico.

La cordada
La cordadaEduardo Salete (Balder)

Cambiamos de rumbo y volvemos hacia Jungfraujoch. Utilizando los piolets para escalar una pequeña pared de nieve nos asomamos a la balconada septentrional del Jungfrau, donde el paisaje cambia pero no la soberbia de los Alpes.

Termina la marcha, pero el trekking pide mucho más, ha sido como meter un pie en el océano Pacífico en vez de cruzarlo. hay que volver al Mountain Festival donde esperan muchas más actividades. Apunto mentalmente regresar para hacer un trekking más largo, de dos o tres días, saliendo desde el mismo punto pero pernoctando en el refugio Konkordia hut, y prosiguiendo camino por la mañana hasta el Fiescheralp. Hay que volver.

Ya en la cafetería, punto de reunión y logística inicial, me siento sobre un gran ventanal que va desde el suelo al techo y que asoma justo sobre el glaciar. Saco el plátano y comienzo a reponer energías, mientras observo el paisaje onírico. Sin duda, uno de los mejores plátanos que he comido en mi vida.

El autor con sus compañeros de cordada hasta el hombre escoba
El autor con sus compañeros de cordada hasta el hombre escobaMarta (Balder)

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_