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DAMAS Y CABELEIRAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mascherano: más pico que pala

Tanto empeño pusimos en amarlo y respetarlo que, a falta de fútbol, comenzamos a elogiar su discurso

Rafa Cabeleira
Mascherano, en julio pasado.
Mascherano, en julio pasado.L. G. MILLER (EFE)

Cada vez que mi padre se encuentra en el brete de definirme, lo que nunca resulta un buen negocio, suele recurrir a una vieja anécdota de José María García, su gran referente vivo. Mirando al vacío, que es como el viejo acostumbra a hablar de la familia, explica cómo uno de los colaboradores del programa se lanza a ponderar las cualidades arquetípicas de los futbolistas argentinos en los términos habituales: serios, comprometidos, esforzados, contundentes…“Futbolistas de pico y pala, José María”, enfatiza el ponente, a lo que Supergarcía contesta que, en los últimos tiempos, abundan más los expertos en el arte de darle al pico que a la pala. La sátira del locutor, ateniéndonos a la versión paterna, tendría como objetivo último a Jorge Valdano, blanco predilecto de García y santo de escasa devoción para mi padre, lo que convierte el entusiasmo con que suelo acoger la comparación en mi propia sentencia.

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En las ocurrencias de García y mi progenitor pensaba yo al repasar la trayectoria de Javier Mascherano en el Barça, ahora que parece confirmada su marcha al fútbol chino de la mano de Manuel Pellegrini. Sobre el terreno de juego, su acción más memorable bien podría ser aquella entrada in extremis sobre Nicklas Bendtner, reacción desesperada de un héroe inesperado en el último suspiro de una eliminatoria (octavos de final de la Liga de Campeones, frente al Arsenal) que pudo resultar definitiva.

Es el tipo de jugadas que los culés acostumbramos a contemplar con los ojos cerrados, apenas un par de segundos en los que docenas de catástrofes similares desfilan frente a nosotros, como si esperásemos la muerte. Felizmente, la repetición nos sacó de dudas y entre todos aupamos al argentino a un pedestal del que ya no se bajaría jamás, incluso cuando llamarlo el Jefecito empezó a parecernos una burla, no un cumplido. “Después de cinco, seis meses, pensé que era poco probable estar aquí mucho tiempo. Mis características parecían ir en contra de todo lo que representaba el Barcelona", confesó en una entrevista concedida al periódico The Guardian en 2016, una obviedad que decidimos pasar por alto todos estos años en agradecimiento a tan milagroso tacleo.

Ni siquiera el protectorado de Guardiola, que llegó a envestirlo con el título honorífico de niñita de sus ojos, ocultaba sus limitaciones. Tampoco el empeño de Messi por multiplicarse y difuminar con colores vivos el gris oscuro, casi negro, que predominaba en la paleta de su compatriota. Tanto empeño pusimos en amarlo y respetarlo desde aquella feliz intervención que, a falta de fútbol, comenzamos a elogiar su discurso. De repente, hablar mucho y hablar bien nos parecía tan importante como sacar el balón jugado desde la cueva, incluso más.

Desde los tiempos de Koeman, y salvo desastrosas excepciones, a los centrales del Barça se les presuponía un cierto criterio con el balón en los pies. En el caso concreto de Javier, bastó con el que creímos intuir en sus palabras. Por eso la aventura china representa para él un reto que ya no le puede brindar el fútbol español: el del perfecto dominio de un nuevo idioma.

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