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Damas y cabeleiras
Columna
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Mourinho, el nuevo Salieri

Puede que algún día veamos al portugués reconocer la derrota sin pátinas de barro ni disculpas peregrinas, por fin una aceptación sincera de la realidad

José Mourinho, durante el partido contra el Manchester City. En vídeo, las declaraciones del técnico portugués tras el encuentro.Vídeo: CARL RECINE (ACTION IMAGES VIA REUTERS) / REUTERS-QUALITY
Rafa Cabeleira

Andaba yo bailando el vals con uno de mis gatos en brazos, que es como acostumbro a acompañar las series de pases tan propias de los equipos entrenados por Pep Guardiola, cuando el teléfono móvil me avisó de que tenía un mensaje nuevo. Lo enviaba un buen amigo desde Londres, solicitando atención para el rictus de José Mourinho cada vez que las cámaras de televisión constataban su presencia, como si el desarrollo del partido invitase a recalcarla para que nadie pudiese acusar al técnico portugués de incomparecencia. “Esa cara de tenerlo todo bajo control cuando lo están bailando es de estafador profesional”, decía el pequeño comunicado de mi estimado, un buen conocedor de los banquillos, los vestuarios profesionales y el fútbol en general. Siguiendo su consejo regresé a la comodidad del sofá, fijé mi atención sobre la televisión, y a la que apareció el señalado en pantalla no puede más que mostrar mi disconformidad con el veredicto.

Lo que yo vi, desde la distancia y la más absoluta ignorancia, fue a un hombre sobrepasado por las circunstancias; a un obstinado competidor vapuleado por la realidad; a un ser impotente que sucumbía, una vez más, al empeño de la historia por desplazarlo a un segundo plano frente a la excepcionalidad de su más encarnizado rival. Lo que yo veía en aquellos planos, en definitiva, no era la retransmisión habitual de un simple partido de fútbol sino un logrado remake de Amadeus, la oscarizada película dirigida por Milos Forman. “Pero por qué, por qué había elegido dios a tan obsceno ser como instrumento suyo. Era increíble. Aquella obra tenía que ser un accidente, debía de serlo”, se lamenta un envejecido Antonio Salieri en este film de culto, y algo similar creí entender en la mirada afilada de Mourinho, las manos en los bolsillos y media cara embozada bajo el cuello del anorak mientras contemplaba al portero rival, Ederson Moraes, tocar más balones con los pies que la suma de sus propios delanteros.

Habitualmente publicitados como un simple cruce de estilos, los duelos entre Mourinho y Guardiola van camino de convertirse en un verdadero choque cultural, una lucha de carácter generacional en la que constatar, nuevamente, la victoria del progreso frente al continuismo. Pocas dudas ofrecen unos números que se decantan abrumadoramente por la propuesta del técnico catalán, casi ninguna los rostros sonrojados de los aficionados locales que abarrotaron las gradas de Old Trafford para animar a los suyos y terminaron avergonzados ante las bondades de la nueva locomotora. En el fútbol, como en la música, la repetición de los viejos clichés sobrevive lo que tarda en aparecer una nueva singularidad, un encaje diferente de las notas sobre la partitura que invita a dejar de lado los pensamientos oxidados y abrazar las nuevas melodías.

Resistencia, eso es lo que yo intuí en los gestos de Mourinho durante el partido, también en la rueda de prensa posterior. Puede que algún día, quién sabe, lo veamos reconocer la derrota sin pátinas de barro ni disculpas peregrinas, por fin una aceptación sincera de la realidad que situará frente al espejo a quienes se empeñan en defender sus argumentos, como ocurría con la confesión final de Salieri en la película de Forman mientras recorría los pasillos de un manicomio: “Mediocres del mundo, yo os absuelvo”.

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