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El Atlético deja grogui al Madrid

Los de Simeone provocan la primera derrota de Zidane y el público pide de nuevo la dimisión de Florentino

José Sámano
Griezmann celebra el gol de la victoria con sus compañeros.
Griezmann celebra el gol de la victoria con sus compañeros.P-P. MARCOU (AFP)

Un partido para no recordar y un segundo para ganar. Apareció Griezmann y rescató para el Atlético un encuentro peñazo con olor a habitación cerrada durante casi una hora, lo que tardó el francés en meter algo de mecha al duelo y en que se viera un poco de chicha. Encantados los rojiblancos, genuinos de principio a fin. Hace tiempo que el cholismo abolió cualquier debate cosmético. El Atlético es lo que es y no le va nada mal. El Madrid no tiene sello, es un tiro al aire, se trate de Benítez o de Zidane, que ha perdido gancho en dos meses. Del derbi todo el Madrid salió muy sonado, técnico, equipo y presidente. La gente ya no traga tantos vaivenes y así se lo hizo saber a Florentino Pérez, al que de nuevo pidió la dimisión. Y justo el día en que se cumplían diez años de su espantada. En febrero ya sin Copa y sin Liga, torneo en el que el club puede certificar este curso la peor sequía desde la llegada de Di Stéfano en 1953. Casi nada. Los colchoneros, con otro rejón al vecino, ya son el único aspirante a destronar al Barça en la Liga. La resurrección con Simeone no marchita.

Con la cerradura habitual, el Atlético logró desteñir al Madrid desde el segundo inicial. Los blancos irrumpieron convalecientes, sin hueso, como si el reto les resultara plomizo. Un Madrid blando, parsimonioso, moroso con la pelota. Confetis para su adversario, que brinda por partidos así de borrosos. No le importa no gobernar el juego, ni que la portería rival le resulte un espejismo. Su dictado es el tesón, fortalecer el rancho de Oblak y esperar a que aparezca una rendija. Afeitado el Madrid, el pulso fue de garrafón. Hubo que esperar más de media hora para ver guantes: un despeje del portero visitante tras una falta ejecutada por Cristiano. Poco después, Griezmann puso los primeros focos sobre Keylor con un disparo lejano. Así se cerró todo un primer tiempo, sin nadie entre los blancos que al menos tocara la corneta, que se rebelara con algo de fútbol protesta. Sin trama, la nadería, solo un sinfín de pases retorcidos, erráticos y mucho barullo en algunas zonas de tránsito. Por momentos se llegó a temer que el balón sufriera un esguince. Ni un piropo mereció la pelota, salvo el tanto de Griezmann. Menos mal.

De un partido para pasar página, algunos madridistas salieron peor parados que otros. Por encima de todos, James, que llegó a irritar a la hinchada. Torpe, pesadote, el colombiano pareció un monaguillo, fue el peor retrato del ya de por sí pésimo partido de los suyos. Tampoco hubo migas de Isco, ni del tocado Benzema. Apenas algún revuelo de Cristiano y alguna fogata de Danilo, animoso por el costado izquierdo. Mala señal que este brasileño en fase de adaptación sea quien ponga la chispa en todo un derbi.

Momificado el grupo de Zidane, el Atlético cumplió letra por letra con su guion de costumbre: solidaridad, dientes apretados y orden. Alegrías, las justas, por no decir casi ninguna. Entre sus faenas distinguidas figura jugar a que no se juegue. Lo de los rojiblancos es el blindaje, en esa faceta son impecables. Las estadísticas le respaldan como a nadie, ya no es posible contar las veces que deja trancada su portería. Con el manejo de Augusto y la jerarquía de Godín y su convoy de centuriones, el equipo cazó el gol en una trenza entre Filipe y Griezmann tras una mala basculación de la zaga local. Medio tiro y un golito: el simeónico Atlético en estado puro.

Al gol del galo la respuesta del Madrid fue decepcionante. Flácido antes, cuando el devenir del partido le requería fútbol solo tuvo algo de nervio, poca cosa. Tuvo el empate CR, pero un disparo se le fue cruzado y un cabezazo de monja cayó manso en manos de Oblak. La jovialidad de Mayoral y el fragor de Lucas, relevo del inoperante James, no surtieron efecto. Con y sin fervor, el Madrid fue raquítico, chato. Toda una decepción para su gente, que por mucho que hubiera casi perdido de vista la Liga aún apelaba al orgullo local, máxime ante el contrincante de al lado. Por lo escuchado, parece que el público ya solo advierte una solución en el relevo presidencial. La conclusión de un partido destinado al olvido inmediato, salvo para los rojiblancos, claro, que festejarán con merecimiento el nuevo azote a los de Chamartín. Pero difícilmente ni los más feligreses rebobinarán un derbi tan mediocre.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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