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El ‘blues’ de Víctor Valdés

El exportero del Barcelona relata cómo se lesionó y la soledad con la que afrontó su recuperación antes de estrenarse como portero del Manchester United

Valdés calienta con el United en Old Trafford.
Valdés calienta con el United en Old Trafford.C. Mason (Getty)

El 26 de marzo de 2014, Ayza Gámez, árbitro del Barcelona-Celta, pitó penalti por una falta que se produjo de manera muy evidente fuera del área. Vestido de gris y en su condición de capitán del equipo, Víctor Valdés (33 años) discutió la decisión hasta el punto de que el colegiado la cambió. “Si me tiran el penalti hubiera sido gol y punto, pero tarde o temprano, me hubiera lesionado”, asume 10 meses después de aquella tarde, en Manchester, donde ha vuelto a sentirse portero, en el United, recordando aquel momento.

“Nos había avisado”, reconoce un excompañero en el Barça. “Es cierto, no sé quién te lo ha dicho, pero es cierto”, admite Valdés. “Sabía que me iba a romper la rodilla, no sabía cuándo, pero sabía que me iba todo demasiado bien y que me rompería”, asegura el portero, consciente de que en la vida las cosas no pasan por casualidad. Por algo, en su antebrazo izquierdo, bajo un dibujo que recuerda su símbolo zodiacal —Capricornio— lleva grabada una frase: “Mi destino está escrito”, se lee en tinta.

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“Supe desde el primer momento que me había roto”, explica al recordar aquella jugada en la que Cabral buscó el rechace y nunca lo encontró porque Valdés blocó el esférico. Durante meses, aquella imagen fue la foto de su perfil en Whatsapp y junto a ella, una frase: “Me rompí la rodilla, pero la pelota me la quedé yo”, escribió Víctor.

“Al apoyar la pierna escuché un crujido en la rodilla y supe que me había roto”, relata ahora, mientras avisa de que en el suelo escuchó una voz retumbando en su cabeza: “Tranquilo. Todo se acabó. Ya no sufrirás más”. La voz, sostiene ante quien haga falta, no salió de la grada, ni de los compañeros que se acercaron. La escuchó dentro de sí mismo y no la olvida.

Ricard Pruna, médico del Barcelona, se equivocó. En principio, dictaminó una rotura del ligamento cruzado de la rodilla derecha, pero terminó siendo mucho más: un desprendimiento del ligamento lateral externo y una afectación del cartílago. A partir de ahí, la nada. “La mierda”, dice Valdés. Un cirujano alemán, Ulrich Boenisch, le puso remedio. “¿Con quién vendrás al quirófano?”, le preguntó el galeno. “Solo”, le contestó Valdés. Y así vivió durante más de 300 días, solo. Durante los últimos 10 meses, la doble [VV], como le conocen en los vestuarios del fútbol español, se ha puesto de pie sin más ayuda que su propia filosofía, porque no buscó a nadie.

Sabía que me iba a romper la rodilla; me iba todo demasiado bien”

“Otro se hubiera retirado”, le señalan. “Estuve cerca, pero tengo tres hijos”, dice él. En este tiempo soportó mentiras que le señalaron por abandonar a sus compañeros el día que se jugaban la Liga contra el Atlético en el Camp Nou, cuando lo cierto es que vivía atado a una máquina de recuperación ocho horas al día en su casa de Gavà (Barcelona), que no ha vendido todavía, allí donde ha vivido Yolanda, su esposa, y sus tres hijos, hasta ayer, cuando se mudaron a Manchester.

En este tiempo, Valdés ha disfrutado —o eso dice— de la grandeza de no ser nadie, pagando euro a euro el billete del tranvía que le llevaba del hotel donde vivió, solo, en Augsburgo (Alemania); a la clínica donde se recuperaba junto a un jubilado operado de un hombro que no sabía con quién compartía confidencias sobre su nieto, en la clínica del doctor que le operó mientras tomaba cervezas locales y aprendía a tocar blues con una vieja Gibson descatalogada que le regaló su esposa.

Valdés, que un día le pidió al doctor volver a Gavà porque echaba de menos a sus hijos y casi se pasa de rosca en su esfuerzo por recuperar la rodilla, atendió finalmente la llamada de Franz Hoeck, el que fuera su entrenador en el Barça y ejerce de ayudante de Van Gaal en el United, para viajar a Manchester, aunque tenía una oferta del Liverpool. Se fue a Inglaterra.

Allí, donde una tarde, nada más llegar, se metió contra dirección en una autopista al volante del coche, se maneja bien con el inglés, fruto de sus viajes con el Barcelona durante casi 15 años y, aunque ha echado mucho de menos a su mujer y a sus tres hijos, se ha integrado bien, hasta el punto de que se le ha visto en un club de blues tomando pintas alguna noche. Desde hace dos semanas es vecino de sus compañeros Mata, Herrera y De Gea, portero al que señala como “el mejor del mundo ahora mismo, por puro rendimiento” y al que ayuda a calentar antes de los partidos.

En este tiempo ha disfrutado —o eso dice— de la grandeza de no ser nadie

Valdés le ha pillado el pulso a la ciudad y aunque mantiene el contacto con varios compañeros del vestuario del Barça, no piensa volver a España, aunque eche de menos cenar en el restaurante AbAC donde imparte lecciones en los fogones su amigo Jordi Cruz. Como buen gourmet que es, se ha buscado la vida y ha encontrado en Manchester gusto para su paladar en el House, donde brinda con Pomerol y vino blanco sudáfricano para el postre por su vuelta a los terrenos de juego.

Respetado como es en el vestuario de los diablos rojos, mantiene conversaciones con Rooney sobre boxeo y da lecciones de comportamiento a los jóvenes. “Me ha sorprendido su capacidad de trabajo incluso cuando no tenía contrato. Le encantaba entrenarse. Se ha esforzado por integrarse, al idioma y al equipo. Es un buen compañero; genera un excelente ambiente en el grupo”, le reconoce Ander Herrera. “Es tremenda la humildad con la que se ha integrado. Es un ejemplo”, dice De Gea. “Que un campeón del mundo muestre a los chavales un comportamiento como el suyo resulta un ejemplo”, sostiene el técnico del filial, Warren Joyce. “Es una persona muy humilde y un profesional modélico”. En consecuencia, no resulta casual que el 91% de los aficionados del Manchester aprobara su fichaje por un equipo al que Valdés le ganó dos finales de la Copa de Europa.

La primera estrofa del blues de Valdés habla de un niño que no quería ser portero. Resultó que terminó por ser el mejor, al menos para algunos, y especialmente para la aficionada gallega que le idolatra hasta el punto de presentarse en Cambridge la pasada semana solo porque pensaba que el portero volvía a escribir la penúltima estrofa del blues de la doble [VV].

“Me siento mejor en el pesimismo”

L. M., Manchester

La filosofía de Valdés remite a los apuntes que tomó en su ordenador y que terminaron en un libro publicado por la editorial Columna bajo el título El método VV,en el que explica su filosofía. Entre otras cuestiones, el que fue portero del Barcelona explica cómo gestionó la presión en la portería del Barcelona. "Lo que me gustaba era meter goles y que me abrazaran. Pero me los metían y me levantaba solo a buscar la pelota", advierte de entrada. Y avisa: "Durante la semana me invadía un único pensamiento: que el partido no llegara nunca. Me comenzó a invadir una enorme deriva hacia la tristeza, que a ratos era de desesperación". Explica luego: "Soy derrotista, pienso en lo peor, que todo irá mal y así me aíslo de las expectativas de los demás. Si no esperan nada no tengo nada que darles. Me siento mejor en el pesimismo. No me gusta que me feliciten. Soy un solitario, no pido ayuda, me lo como solo y me lo echo a la espalda. Soy desconfiado y cerrado, no me siento cómodo con gente a mí alrededor que no conozco, incluso en momentos prefiero estar solo que acompañado de amigos. Será por las circunstancias en las que he crecido", dice.

Y presenta una ecuación: “Deseo= objetivo = proyección= incerteza=miedo= presión= ansiedad”. Y añade: “La presión la alimenta el miedo a fallar. El error es un sentimiento de vergüenza. Si no tengo nada a perder, sólo puedo ganar”. En el libro también explica cómo visualizó el cara a cara con Henry, y Ángel Mur [fisioterapeuta de Barça] le ayudó al rebajar la tensión antes de la final de la Copa de Europa de París.

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