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Homenaje al viejo San Mamés

El Barça aplaza el título de Liga tras empatar contra el Athletic (2-2) en un partido vibrante

No era una tarde cualquiera, ni un partido cualquiera entre dos de los tres históricos de Primera División, menos aún en un escenario singular que en 100 años ha vivido de todo menos soledad. No era un partido cualquiera porque el Barça tenía la oportunidad de lamerse las heridas de Múnich con un título de Liga al que los clubes obligados a ganarlo solo le dan importancia cuando lo pierden. Y no era un partido cualquiera para el Athletic, que veía de lejos, pero los veía, los ojos rojos del descenso en su annus horribilis y en el momento más singular de un estadio centenario.

Y no fue un partido cualquiera porque el Athletic homenajeó al viejo y al nuevo San Mamés apelando a la casta y a los viejos modos futbolísticos y el Barça decidió olvidarse del Bayern y pensar en una Liga que podía ganar ya aunque la tenga ganada desde el año pasado. Y porque el Athletic sueña son quitarse las legañas de esta temporada inesperada tras los sueños de gloria pasados. Y porque Messi apareció en el momento oportuno después de que Vilanova decidiera dejarle reposar medio partido como quien deja reposar la salsa pil pil para que encuentre el punto adecuado. No le defraudó porque a los 10 minutos de aparecer como un dios en la Catedral bailó por el campo sorteando a cuatro defensores y clavando suavemente el balón en la red. No fue su primera acción, pero sí fue la acción esperada que no selló la Liga pero sí enardeció la esperanza de que el argentino vuelva a ser el que es y se olvide del que fue en la capital alemana.

Ocurre sin embargo que el Athletic se ha acostumbrado a jugar a tumba a abierta, para bien y para mal. Y a tumba abierta había acosado al Barça de salida, nublándole la vista, encajonando a Xavi y a Thiago y dejándole a expensas de un Alexis bullicioso pero artificial, con Pedro así, como ausente. Le costó poco al Athletic quitarle el terreno y la pelota y armar su fútbol vertical, a veces suicida, pero que le proporcionó dominar el tiempo del partido con el añadido de hacer crecer su autoestima.

ATHLETIC, 2 - BARCELONA, 2

Athletic: Iraizoz; Iraola, Ekiza, San José (Ramalho, m. 72), Aurtenetxe (Ibai, m. 74); Gurpegi, Herrera, De Marcos; Susaeta, Aduriz (Llorente, m. 74) y Muniain. No utilizados: Raul; Toquero, Isma López y Castillo.

Barcelona: Valdés; Alves, Piqué, Abidal (Adriano, m. 46), Alba; Song, Thiago, Xavi (Messi, m. 59); Pedro, Cesc y Alexis (Iniesta, m. 79). No utilizados: Pinto; Villa, Bartra y Tello.

Goles: 1-0. M. 27. Susaeta remata una asistencia de Aduriz. 1-1. M. 67. Messi bate a Iraizoz tras una jugada en solitario. 1-2. Alexis remata un pase de cabeza de Messi. 2-2. M. 90. Zurdazo de Herrera desde dentro del área.

Árbitro: Iglesias Villanueva. Amonestó a Cesc, Herrera, Adriano, Gurpegi y De Marcos.

Unos 40.000 espectadores en San Mamés.

Cuando comenzó a llover el Barça imitó al sirimiri y le fue robando, primero el balón, luego el pulso, asomando con una oportunidad de Pedro, otra de Song. Un sirimiri intenso que sin embargo tuvo un momento culminante en la otra portera. Aduriz quebró con una bicicleta a Piqué, se fue al fondo y centró horizontal para que entre Susaeta y un defensa impulsaran el balón a la red en la misma raya de gol.

El grupo de Bielsa acostumbra a jugar a tumba abierta, para bien y para mal

El tanto le dio al partido el sistema nervioso que reclamaba. El Barça seguramente optaba por la paciencia y de pronto se vio sometido a la hipertensión de un encuentro que obligaba a la máxima disciplina, la máxima entrega, con un Athletic ya no solo enrabietado, sino además crecido. Sí, el Barça había pillado el balón, pero el Athletic había pillado el gol y eso siempre cambia el sistema cardiovascular de los equipos.

Era el momento de Messi y Tito Vilanova esperó unos minutos para dar entrada al único que podía dominar el corazón rojiblanco. El Barça metió una velocidad más y el Athletic se fue al garaje en busca de respuestas en su área más que en la contraria. No era el día de Herrera, impreciso en el pase, ni de Muniain, un laborante impagable en su afán de frenar a Alves. El Barça acosó la portería que antiguamente se llamaba de Capuchinos, donde Iraizoz era sometido a un tratado de respuestas inmediatas. Ekiza había derribado a Alexis dentro del área mientras el árbitro, muy condescendiente todo el partido, miraba para otro lado. Y en esto llegó Messi en su jugada favorita, rodeado de defensas en el área grande, gambeteando en tres palmos de terreno, con sus pasitos cortos y poniendo suave el balón junto al poste izquierdo. Sin duda, Messi había actuado de Dios en la Catedral como correspondía a una fecha señalada, a un partido que no era cualquiera y había elevado la moral de la tropa blaugrana ante lo que les espera la próxima semana.

Pero en las catedrales no solo hay dioses ni cardenales. La curia es amplia y hasta los monaguillos hacen pan. Alexis aprovechó un balón llovido en el área pequeña para batir a Iraizoz. La Liga parecía que podría viajar con el Barça en el avión que le devolviera a Barcelona. El Athletic se antojaba exhausto y desconcertado. Roto. Bielsa agotó sus cambios buscando la cabeza de Llorente y el golpeo furioso del balón de Ibai Gómez. Vilanova dio entrada a Iniesta, que recibió la consabida pitada del único campo en el que no es querido en España y cuyas últimas declaraciones sobre San Mamés acabaron por incendiar el edificio. La Catedral, sin embargo, despidió a Xavi —cuando fue sustituido por Messi— con una cerrada ovación, como si Xavi fuera el dios humano ante la entrada del futbolista sobrenatural.

El equipo de Tito quería lamerse las heridas de Múnich y coger confianza

Pero como no era un partido cualquiera, no podía tener un final cualquiera. Y cuando moría la tarde y llegaba el fresquito, cuando la Catedral miraba muy de reojo el encuentro y los aficionados blaugrana cantaban el himno en homenaje a la Liga que esperaban en el viaje de vuelta, llegó un gol inesperado. Un centro de De Marcos en su última carrera, desvencijado por el esfuerzo, fue despejado hacia un costado por Adriano y el balón cayó a los pies de Ander Herrera, que lo llevó raso hasta la red.

Moría el partido y moría la ansiedad de ser campeón del Barça, por la que había peleado, sobre todo en la segunda mitad, exigido por un Athletic que apeló a las viejas esencias para sobreponerse a la modernidad del equipo catalán. No, no era un partido cualquiera. Fue un homenaje a San Mamés en toda regla.

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