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Druet contra Cattelan: la batalla por el arte conceptual llega a los tribunales

Un veterano escultor francés reclama que se reconozca la autoría de varias esculturas que realizó para el cotizado artista italiano

El escultor Daniel Druet muestra su última obra, 'El cuco', en su casa de Saint-Ouen, al norte de París.
El escultor Daniel Druet muestra su última obra, 'El cuco', en su casa de Saint-Ouen, al norte de París.eric hadj
Marc Bassets

¿Quién es el autor de una obra? ¿Es quien tuvo la idea? ¿O quien la ejecuta? La batalla por el arte conceptual ha llegado a los tribunales en Francia.

Se enfrentan el veterano escultor francés Daniel Druet y el cotizado artista italiano Maurizio Cattelan. Druet, de 80 años, reclama que se le reconozca la autoría de varias piezas que Cattelan, de 61, le encargó en calidad de escultor profesional y con el fin de usarlas en obras e instalaciones cuya venta le acabó reportando millones de euros. Ambos colaboraron entre 1999 y 2006.

La decisión de los jueces, prevista el 8 de julio, puede tener consecuencias incalculables para el mundo del arte y el mercado. “He dado una patada en el hormiguero”, decía esta semana Druet en su taller en una zona industrial en Saint-Ouen, al norte de París, entre estatuas de De Gaulle, Picasso o Rodin y bajo la mirada severa de un loro llamado Jacquot. Con la metáfora del hormiguero, quería denunciar lo que él califica de “sistema”: el de los artistas conceptuales que se atribuyen toda la autoría cuando una parte del trabajo se la hacen otros artistas o artesanos.

“Si Druet gana, todos los artistas serán denunciados y será el fin del arte conceptual en Francia”, alertó Emmanuel Perrotin, galerista de Cattelan desde los años noventa, en declaraciones al diario Le Monde, que reveló el caso a principios de mayo.

Druet tuvo un papel decisivo en dos de las obras que consolidaron la fama de Cattelan, un artista que admite no saber pintar ni esculpir. La Nona Ora muestra al Papa Juan Pablo II aplastado por un meteorito. Precio: tres millones de dólares (unos 2,7 millones de euros). La otra es Him: Hitler arrodillado y rezando. Precio: 17 millones (15,8 millones de euros). Fue Druet quien esculpió al pontífice y al tirano. Pero fue Cattelan quien tuvo la idea. Fue Cattelan quien le dio a Druet las instrucciones para fabricarla y quien puso en escena la obra en galerías y museos. Fue Cattelan quien la firmó.

'La Nona Ora' (1999), obra de Maurizio Cattelan expuesta en 1999 en Basilea.
'La Nona Ora' (1999), obra de Maurizio Cattelan expuesta en 1999 en Basilea.Attilio Maranzano (MAURIZIO CATTELAN Y GALERÍA PERROTIN)

Hay mucho en juego. Dinero y reputación. Y la definición del arte y del artista. De ahí que la audiencia en el Tribunal de París, el 13 de mayo, despertase una expectación insólita para un caso de propiedad intelectual. Faltaba Cattelan, pero ahí estaban, frente a frente, su galerista, Perrotin, y Druet, y medio centenar de personas en el público. Lo que se escenificó fue un duelo jurídico, y también estético.

Abrió fuego Jean-Baptiste Bourgeois, el abogado de Druet. Sí, admitió, puede que Cattelan tuviese la idea, “pero hace falta alguien para realizar una idea”, dijo. “Y este alguien está aquí sentado: el señor Druet”.

Cattelan y Perrotin, según el abogado, hubiesen podido encargar las figuras a miles de escultores, pero eligieron a Druet “por su calidad y talento”. Con una sólida formación académica, Druet había trabajado durante décadas en el Museo de cera Grévin, en París. Y había esculpido a personalidades como François Mitterrand o Julio Iglesias.

Bourgeois citó al humorista Raymond Devos, quien afirmaba que Druet “insuflaba el espíritu en la materia”. Y se preguntó: “¿Alguna vez el señor Cattelan insufló el espíritu en la materia? ¡Jamás! ¿Por qué? Porque no sabría hacerlo”. Su argumento es que su cliente poseía el talento para convertir encargos imprecisos en obras de arte.

Será clave determinar hasta qué punto eran detalladas las instrucciones que los colaboradores de Cattelan enviaban a Druet para confeccionar las figuras. Cuanto más detalladas consideren los jueces que eran las instrucciones, más probada quedaría la autoría del italiano y el francés se vería reducido a mero ejecutor. Si, en cambio, creen que los mensajes eran vagos, podría demostrarse el margen de creatividad de Druet y, por tanto, su autoría.

El escultor Daniel Druet, en su taller junto a varias de sus obras.
El escultor Daniel Druet, en su taller junto a varias de sus obras.eric hadj

Replicó Pierre-Olivier Sur, abogado del galerista Perrotin. Sostuvo que las instrucciones de Cattelan eran muy precisas. ¿Druet? Un simple ejecutante. Señaló también que de lo que se trata no es de esculturas, sino de instalaciones en las que cuentan la posición de la figura en la sala u otros elementos, como el meteorito sobre el Papa.

“Si el señor Druet no existiese, el señor Cattelan seguiría existiendo”, dijo el abogado. “En cambio, si el señor Cattelan no existiese, las obras del señor Druet podrían devolverse al Museo Grévin”.

Druet se formó en la escuela de artes aplicadas y en bellas artes y ostenta galardones prestigiosos. Ha esculpido al quién es quién de la sociedad francesa, y en parte internacional, de su época. Es la viva imagen del artista académico —”un has-been”, dice él irónicamente, es decir, pasado de moda—, por contraste con el artista vanguardista —provocador, contracultural, millonario— cuyo arquetipo es Cattelan.

El galerista Perrotin rehusó hacer declaraciones. En un comunicado, la galería declaró: “No solo el enfoque conceptual de Maurizio Cattelan se materializa en decisiones creativas propias, en materia de dramaturgia, de escenografía, sino que, además, todas las esculturas han sido ejecutadas bajo su control y sobre la base de instrucciones bien precisas”.

“Yo soy el autor de esto”, reivindicó Druet en su taller, dos semanas después de la audiencia en el tribunal, mientras señalaba al inquietante pequeño Hitler arrodillado. Es uno de los ejemplares que guarda. Si el tribunal fallase en su favor, podría intentar exponerlo e incluso ponerlo en el mercado. “Si gano”, vaticina, “provocará un alboroto en el sistema”.

Escultor Daniel Druet
Escultor Daniel Drueteric hadj

“Siempre pensé que fue la mejor idea de Cattelan”, admite Druet en alusión el pequeño Hitler. Al mismo tiempo, recuerda que, cuando el Estado le encargaba un monumento público, o el Museo Grévin una figura de cera, el autor no es el Estado ni el Museo Grévin. Y zanja: “Esto es lo mismo”.

El argumento contrario es que los maestros del Renacimiento también trabajaban con un taller, y no lo pintaban todo ellos, y, sin embargo, firmaban ellos. Igual que hizo a principios del siglo XX el pionero del arte conceptual Marcel Duchamp con su urinario: a nadie se le ocurriría que el autor de Fuente es el fabricante del objeto que Duchamp elevó a arte.

Druet, que estampa su nombre en el cogote de los personajes, quiere ser reconocido como autor de las obras que hizo para Cattelan, y pide cerca de cinco millones de euros de indemnización. Subraya que, sin el Papa o el Hitler que él mismo realizó, Cattelan no habría podido vender, como hizo en 2019, por 120.000 dólares (111.779 euros), un plátano pegado con cinta aislante en una pared. “Si hubiese hecho lo del plátano en 1998″, señala, “nadie lo habría mirado: lo habrían tirado a la basura”.

El taller está poblado de figuras de la historia y el espectáculo. Aquí la cabeza de John F. Kennedy. Ahí el busto en la pared, como si fuese un trofeo de caza, de la top model Stéphanie Seymour, otro de los trabajos para Cattelan. Más allá, la colección de 2.500 pares de ojos de cristal que compró hace 30 años a un ocularista y que explican, quizá, la magia de la mirada de estos personajes.

Druet muestra su obra más actual: El cuco. La ideó y modeló tras romper con Cattelan. Hay un nido y de un huevo asoma la cabeza de Cattelan. “El cuco pone sus huevos en el nido de los demás y hace incubarlos por demás”, describe. “Este es Cattelan”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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