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Claudio Magris: “La pandemia cambiará el mundo más que la Segunda Guerra Mundial”

El escritor e intelectual italiano analiza el vacío producido por el coronavirus y las consecuencias de un periodo poco luminoso para la gran Europa que diseccionó en sus obras

Claudio Magris, en la residencia de la Embajada española en Roma, el pasado 14 de abril.
Claudio Magris, en la residencia de la Embajada española en Roma, el pasado 14 de abril.Antonello Nusca

Claudio Magris (Trieste, 82 años) ha pasado la pandemia recluido en su casa de Trieste (norte de Italia). No ha sido su mejor año. En ningún sentido. Un día se descubrió mirando por la ventana, sin ni siquiera ganas de leer. La vida nos encierra a veces: hace ahora tiempo que no pisa el famoso café de San Marco, donde disfrutó de un cierto anonimato en infinitas tardes literarias. Pero se acaba de vacunar y ha vuelto a viajar. En el jardín de la residencia de la Embajada española en el Gianicolo romano, el autor de Danubio (Anagrama, 1986), el legendario relato con el que atravesó el telón de acero y el muro de la vieja Europa tres años antes de que fuese derribado, está de buen humor. “No ha sido el mejor periodo. Pero no me he muerto”, bromea.

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Magris es el último de una estirpe de grandes intelectuales y escritores italianos que descifraron Europa: sus raíces y sus horizontes. Cabeza germánica y alma italiana, ha sido traductor, crítico, lector empedernido, viajero e, incluso, senador de la República Italiana. Recibió el Príncipe de Asturias de las Letras en 2004 y sigue siendo un faro de la cultura y el pensamiento en Italia, pese a que ha estado algo ausente en el último año y medio.

Pregunta. ¿Cómo se encuentra estos días?

Respuesta. Es muy difícil decirlo. Este periodo ha coincidido, por algunas combinaciones, con una etapa de mi vida de la que no voy a hablar aquí, pero que no ha sido fácil y lo ha hecho todo más complicado. Un tiempo en el que he corrido el riesgo de concentrarme demasiado en este aspecto que le digo.

P. ¿Qué impacto ha tenido en usted la pandemia?

R. El disgusto, el miedo, la crisis, la muerte, la casualidad… Impresiona ver todo este desastre y entender que nunca puedes estar seguro. He sufrido un gran malestar, como si me hubiera dado un puñetazo Cassius Clay… bueno él me habría matado del todo. Uno intenta sobrevivir, no dejarse vencer. Pero algo que me impresionó mucho fue lo que le leía a un escritor italiano, ahora no recuerdo su nombre, que explicaba cómo durante el primer periodo de la pandemia, cuando más encerrados estábamos, se le fueron las ganas de leer.

P. ¿Justamente porque tenía más tiempo?

R. A mí me sucedió igual. Viví un periodo en el que hacía lo que podía, atravesaba mis preocupaciones y mantenía la idea de vivir, claro. Pero cuando no tenía nada que hacer, me sorprendí a mí mismo negativamente mirando por la ventana en un estado de latente depresión. La lectura u otras formas artísticas no pueden ser un divertimento para pasar el tiempo esperando el tren. El hecho de disponer por primera vez de tanto tiempo lo convirtió en un tiempo vacío. Y la lectura se transformó en una lectura falsa. Una lectura deprimida.

“El hecho de disponer por primera vez de tanto tiempo lo convirtió en un tiempo vacío. Y la lectura se transformó en una lectura falsa. Una lectura deprimida”

P. ¿Le ha ocurrido también con las ganas de escribir?

R. Creo verdaderamente que en 2019, con el último libro que considero haber escrito, Tempo curvo a Krems… [hace un silencio]. Mire antes de escribir un libro hay que tener experiencias, hacer un camino, crearse toda una mochila. Yo escribí Danubio después de haber viajado. Y no solo materialmente. Lo hice en la cabeza, en el corazón, en el automóvil, con los barcos… Y ahora no creo, y lo digo honestamente aunque me haga mala publicidad, que esté en el momento de poder empezar con la idea de un libro de una cierta consistencia. El punto donde se terminó esa experiencia fue con aquella obra [Tempo curvo a Krems, que publicará Anagrama en septiembre].

P. Considera concluida su experiencia como escritor…

R. No diría concluida... He sido muy feliz con algunas obras.

P. La pandemia arrasa mundos interiores y exteriores. ¿Cree que viviremos en uno muy distinto?

R. Se pueden hacer muchas consideraciones políticas o culturales. Pero lo que me impresiona es que cambiará el mundo más que la Segunda Guerra Mundial. Pertenezco a una generación para quienes el presente no es solo hoy, miércoles al mediodía, día de la Segunda República en España. Es un tiempo algo más largo. Mis hijos no vieron la Segunda Guerra Mundial, pero forma parte de sus vivencias, de lo que estaba presente en su casa. Y ahora hay una especie de fragmentación de ese tiempo.

“El mercado ya no se percibe como un sistema eficiente, sino como la medida de la vida. Y eso es algo que turba, porque las distancias sociales y laborales aumentan”

P. ¿Lo había vivido antes?

R. Cuando enseñaba en Bard College, en Annandale-On-Hudson [Nueva York, donde también fue profesora Hannah Arendt] hace unos 15 años, solo 5 o 6 estudiantes en una clase de 36 sabían quién fue Stalin. Les dije que no podíamos seguir adelante. No era como nombrar a un importante soberano asiático de hacía siglos. Stalin forma parte de un mundo vivido, con todas sus traiciones, millones de muertos en nombre de ciertos ideales… Algo que te marca no solo en el tiempo breve de la jornada. Sería como hacer un curso sobre el amor en Flaubert y que algunos no supieran qué es el amor o el sexo. ¿Debo empezar hablando de los órganos del cuerpo humano? Y eso es algo que se ha acentuado en un modo increíble. Y me hace sentir, de alguna manera, cerca de la muerte. Porque la muerte es la cancelación. Y observar cómo todo lo que yo siento como un presente duradero va borrándose produce una herida.

P. ¿El impacto cultural que provocará y los nuevos elementos que formarán el próximo presente de esa generación serán comparables al de las grandes guerras?

R. Hay que intentar no ser un integrado o un apocalíptico, como decía Umberto Eco en su libro. Yo no tengo ninguna voluntad de morir, aunque no esté muy lejano ese día. Pero mi muerte no puede ser vivida como la muerte del mundo. Así que no lo sé. Pero esta relación a distancia que mantenemos ahora todos modificará el equilibrio político y social. Cuando 40.000 obreros se juntaban en la Fiat, la fuerza que surgía era automática. El mercado ya no se percibe como un sistema eficiente, sino como la medida de la vida. Y eso es algo que turba, porque las distancias sociales y laborales aumentan. Piense en los riders que nos traen la comida y ganan un euro por pedido. Se creará un nuevo tipo de clases que, sin embargo, no están en conflicto. No tengo instrumentos para juzgar este cambio. Pero como le decía, sobre todo, me impresiona esa memoria corta.

Claudio Magris, en los jardines de la residencia de la Embajada española en Roma.
Claudio Magris, en los jardines de la residencia de la Embajada española en Roma.Antonello Nusca (Antonello Nusca)

P. El tiempo cronológico ha seguido transcurriendo durante la pandemia, pero el biográfico de muchas personas ha quedado congelado. ¿Qué tipo de relación tendremos con esta memoria y qué identidad se creará?

R. No sé qué será la memoria de estos días, pero piense en todo el lenguaje de las redes sociales concentrado en una instantaneidad. Cuando la memoria se convierte en algo tan corto que parece que lo que ha sucedido esta mañana pertenece a los tiempos de la Reconquista, se altera la relación que mantenemos con la identidad. También con la literatura.

P. ¿Cómo cambiará nuestra relación con la muerte la pandemia?

R. Es difícil decirlo, pero se puede comparar con lo que recuerdo de la Segunda Guerra Mundial y los bombardeos. Hay algo de ello en esta pesadilla de la pandemia. Pero ahí había cierto sentido oculto en algo parecido al destino. En este caso se tata de algo más misterioso, que le resta algo de impulso. Estoy algo desconcertado.

P. Durante un tiempo, Italia ha vivido una turbulencia populista sin precedentes. ¿Qué ha sucedido?

R. No lo sé. Pero confieso que esta transformación radical de la política me ha cogido muy desprevenido. La veía, sí. Pero admito un desconcierto, y espero entenderlo antes de morir. Porque no es solo el populismo. Hubo un posicionamiento de mucha gente que cree ser de izquierdas y se comportan como si fuera de derechas.

P. ¿Por ejemplo?

R. Una distorsión cultural: la poeta negra que rechazó que sus versos fueran traducidos por un blanco. Muchos lo tomaron como una postura progresista, cuando es solo racista. Así como lo sería decir que un escritor inglés o español no puede ser traducido al inglés por un afroamericano. Pienso en qué habría dicho mi amigo Édouard Glissant, gran escritor de las Antillas, que combatió por la liberación de su gente y por todas las diversidades culturales de sus islas: “Las raíces no deben profundizar la oscuridad atávica de los orígenes, sino extenderse en la superficie como brazos, como ramas de un árbol. No para cancelar la propia diversidad, sino para convertirla en algo que permita encontrarnos”. Y la diversidad es recíproca. Por eso las palabras de esa poeta no pueden interpretarse como progresistas.

“Nunca pensé que vería en la plaza central de Varsovia, la que fue destruida por los nazis, gente que desfilaba con cruces gamadas y esvásticas”

P. Si hoy tuviera que embarcarse en un proyecto como Danubio, ¿cómo contaría esta Europa?

R. Es difícil decirlo porque cuando empecé a escribirlo no sabía qué haría. Un libro nace haciendo camino. No se puede decir qué libro harías, es como hablar así de un hijo que no has engendrado. Pero algo que me hiere mucho es que hoy las esperanzas de muchos países y del mundo danubiano parecen negarse a sí mismas. Nunca pensé que vería en la plaza central de Varsovia, la que fue destruida por los nazis, gente que desfilaba con cruces gamadas y esvásticas. Así que no puede preguntarme esto… porque seguramente hoy no escribiría el Danubio. ¿Pero sabe qué?

P. Diga.

R. A veces tengo la sensación de que si existo en el mundo es gracias a España. Si no hubiera existido el Danubio español, quizá no se hubiera traducido a las otras 30 lenguas. Hubo una extraña conexión que nunca antes me había sucedido. Grandes discusiones y debates, pero nunca un solo malentendido. Siento que hablamos una lengua común.

P. Usted siempre ha reivindicado esa otra idea compartida: el patriotismo europeo. ¿Todavía es posible ese sentimiento con todo lo que estamos viendo?

R. Mire, yo siempre he soñado una Europa como un Estado. Un Estado con una Constitución en la que, naturalmente, cada parte del estado tiene su diversidad. Como sucede en Italia con las regiones, pero sobre la base de una Constitución común. Y desde ese punto de vista, soy un patriota europeo. Somos matrioskas. Pero se necesita una base común para que haya un patriotismo europeo que cada vez escasea más.

P. En su libro Instantáneas (Anagrama, 2020), hay un capítulo llamado Selfie en el que se observa con disgusto. ¿Qué retrato de sí mismo tiene en este momento?

R. Esencialmente es un retrato autocrítico. No soy peor que los demás, pero es como si tuviese la sensación de ordenar algunas cosas de mi vida, también del pasado, pero resulta ya imposible. El tiempo es relativo, yo escribí un libro llamándolo curvo… Pero mire, usted ha llegado aquí a las 12 y ahora es ya la una.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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