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Café Perec
Columna
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Detrás de la torre de Correos

Hoy, cuando somos ya conscientes de que cualquier cosa puede pasar, sabemos que no debemos desatender ciertas amenazas. ¿O no se ha vuelto todo bien raro últimamente?

Enrique Vila-Matas
Don DeLillo, autor de 'El silencio'.
Don DeLillo, autor de 'El silencio'.Foto: Pascal Perich

Novela breve, pero en ningún caso “obra menor” como la han calificado algunos, El silencio, de Don DeLillo, se abre con una intuición de Einstein: “No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta se librará con palos y piedras”. La idea de El silencio (Seix Barral) le llegó a DeLillo a principios de 2018 y el libro no lo concluyó hasta mediados del pasado mes de marzo, justo cuatro días antes de que irrumpiera la pandemia. La trama vino hacia él en el vuelo de París a Nueva York cuando se quedó con la vista puesta en la pantallita con todos los datos del vuelo y comenzó a preguntarse qué ocurriría si un día fallara el sistema y toda aquella dinámica información quedara de pronto reducida a cero; en definitiva, qué sucedería si se produjera un fulminante apagón tecnológico global.

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La pregunta la veo a veces conectada con la que formulara en enero del año pasado Tom McCarthy en Casa vacía del estornino, su exposición en la Whitechapel de Londres, donde proponía que pensáramos en la amenaza que se cernía sobre nuestros sólidos sistemas de control y vigilancia de masas, no tan infalibles como creíamos y más bien siempre prestos a derrumbarse por un simple fallo.

“La amenaza, la amenaza…” me parece estar ahora oyéndole decir al economista Antonio Flores de Lemus, aquel amigo del que hablaba Juan Benet en Barojiana, el mismo que por las calles del Madrid de postguerra, se echaba de pronto a correr y acababa refugiado en un portal desde el que, por detrás de una rendija, observaba temerosamente el cielo. “La amenaza, está allí detrás de la torre de Correos, ¿es que no la veis?”. Aquella amenaza, según Benet, era en realidad una desamparada y desorientada nubecilla blanca que, extraviada en el luminoso cielo de la ciudad, había optado por inmovilizarse sin esperanza de llegar al crepúsculo.

Hoy, cuando somos ya conscientes de que cualquier cosa puede pasar, sabemos que no debemos desatender ciertas amenazas. ¿O no se ha vuelto todo bien raro últimamente? ¿No hemos entrado en paranoias desenfrenadas? A los dos meses de inaugurar McCarthy su exposición y cuatro días después de dar por terminado DeLillo El silencio, se produjo, en forma de pandemia, un fallo grave en el sistema, lo que a veces me lleva a preguntarme si no caerá pronto sobre nosotros el apagón tecnológico y el corte de toda posibilidad de comunicación que describe la novela de DeLillo. Todo podría ser. Más altas torres cayeron. Dado que tantas de las intuiciones que tuvo Einstein han acabado confirmándose, no sería raro que, por ejemplo, tras un tercer gran conflicto mundial por el que cruzaríamos a ciegas con todas nuestras pantallas en blanco, siguiera una guerra de palos y piedras al estilo de 2001: Odisea del espacio, lo que nos dejaría irremisiblemente viviendo a la luz de las velas, con iluminación natural, no artificial, como en los tiempos de Barry Lindon. ¿Gran catástrofe? Quién sabe, tal vez no esté tan mal vivir en una película de Kubrick.

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