_
_
_
_
_

“Los macrofestivales no han sido trampolín para los músicos valencianos”

El periodista Carlos Pérez de Ziriza publica ‘Historia del pop rock valenciano en 75 nombres esenciales’

Eugenio Viñas
Carlos Pérez de Ziriza, en una tienda de discos de Valencia.
Carlos Pérez de Ziriza, en una tienda de discos de Valencia.Monica Torres

El periodista valenciano Carlos Pérez de Ziriza publica una antología de la música popular valenciana. El libro, editado por Sargantana, repasa 60 años de artistas y canciones en 75 artículos. Epígrafes con nombre propio que contienen más de medio millar de referencias, porque a menudo esos mitos pasados y vivientes son la excusa para destapar toda una escena. De Bruno Lomas a la cantera de MySpace o de la prolífica escena jazzística valenciana a los referentes del rap, desde Nach y hasta nuestros días. Historia del pop rock valenciano en 75 nombres esenciales ha llegado a las librerías en mitad de un cambio de época, con las salas de conciertos agonizando, los festivales aplazados (tal y como los conocemos) y el streaming como hegemonía precaria. Un momento clave y un resumen esencial que sirven para comprender entre luces y sombras qué ha sido de la música más popular hecha en Alicante, Valencia y Castellón de un tiempo a esta parte.

Pregunta. Como en tus libros sobre el indie, el power pop o la música disco internacional, el bestario es muy variado. Si el “pop-rock” del título se queda corto, ¿estamos ante una recopilación sobre la mejor música popular valenciana? ¿Qué los une?

Respuesta. Música popular es un término más acertado, pero que también puede inducir a alguna que otra confusión. Lo importante, lo que los une, es que todos los que aparecen tienen un carácter de pionero. Todos tienen en su biografía la seña de haber abierto una zanja, cada cual por distintos motivos. Eso a veces puede suceder con una banda con un solo disco, como Les Deesses Mortes. Pero la influencia de ese disco, la singularidad, la calidad y el cariño reverencial de músicos de distintas épocas al mismo ya justifican su aparición.

P. La música valenciana parece dividirse en tres ámbitos: la que se mira en Madrid y la que se mira en Barcelona. Para crecer, para subsistir y teniendo que asumir a menudo discursos.

R. Es curioso porque es algo que no había tenido presente hasta la elaboración de este libro. No como un hecho seleccionador. Repasar la historia de la música popular en estos 60 años te lleva a transitar la industria musical y hay dos mundos. Cuando aquí no había la menor estructura viable para sacar cabeza y poder desarrollar una carrera, era normal que se buscara a un lado u otro. Y si tienes en cuenta de que en el ámbito catalanoparlante ha habido 30 años de música proscrita, la hecha en valenciano, es normal que la subsistencia forzara una salida obligada al norte.

P. Assumiràs la veu d’un poble…

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

R. Con la música en valenciano ha sucedido algo singular porque ha acabado incorporándose a una forma de hacer y ver las cosas, una industria propia y al margen que es la catalana. Insisto, era la salida única. Bajando al detalle, con baleares y las relaciones en torno a la lengua. Si lo que me preguntas es si eso les ha llevado en ocasiones y según el caso a exacerbar un discurso reivindicativo identitario, estuviera en la idea original o la inquietud del grupo, creo que es evidente que se han dado casos. En otra latitud poco comparable, podemos ver un paralelismo con la lucha feminista; puede parecernos que en algunas posiciones alguien se pase de frenada, pero teniendo en cuenta de qué situación parten, esos cambios de guión son más que comprensibles.

P. La tercera vía geográfica que nos habíamos dejado sin resolver, la minoritaria, es la apátrida. Ni Madrid, ni Barcelona. ¿Quiénes han sido nuestros mejores apátridas?

R. En el libro se recogen algunos casos, los de esos músicos que, de repente, caemos en la cuenta de que son valencianos y están desubicados de un polo u otro. Por ejemplo, Diego ‘El Twanguero’, músico internacional de larguísima trayectoria. Otros ni siquiera han cabido en el libro, como el productor Alfonso Ródenas, que tiene sus Grammy Latinos. Más conocidos y con su epígrafe podríamos distinguir a Carles Santos o Joan Baptista Humet, tan desclasado en lo de la lengua que publicó indistintamente discos en valenciano y castellano, alternativamente y sin estrategia.

P. Desde la mirada sociológica, el libro es un canto a la heterodoxia. ¿En comparación a otros territorios del Estado como Andalucía o Galicia, lo somos especialmente?

R. Precisamente, al acabar el libro he tenido ganas de leer Unha historia da música en Galicia.1952-2018, de Fernando F. Rego. Hay una pequeña historia que para mí es significativa, esa que cuenta cómo en tiempos de la Movida, desde Galicia se envió un tren lleno de músicos gallegos en busca de que surgiera la química. Aquí lo recuerdo es que los músicos hicieron algo parecido, pero yéndose con un barco a Ibiza. Lo que está claro es que nadie en la Comunidad Valenciana sobresalía a la hora de tomar decisiones estratégicas y podemos intuir que la falta de un estilo definitorio, un ariete, pudo ser perjudicial.

P. Pero hemos tenido nuestras etiquetas: Rock Mediterráneo, Sonido València, Explosión Naranja… ¿cómo nos han sentado?

R. Han sido muy desiguales. La Explosión Naranja de los 90 quiso hacer la casa por el tejado. La etiqueta estaba tan destinada a fracasar como a que hoy reconozcamos que contaba con las mejores intenciones. El Sonido València quedó a la sombra del fenómeno de la Ruta, que fue mucho más masivo y ejerció una sombra insalvable. Pero el Rock Mediterráneo de Pep Laguarda, Remigi Palmero y Julio Bustamante creo que sí ha sobrevivido al tiempo. No solo por sus discos, que quizá estén entre lo mejor de lo mejor de toda esta historia, sino porque han tenido verdaderos discípulos como Òscar Briz.

P. Lo que definitivamente no nos ha sentado ni bien, ni mal, sino que ha sobrevolado el país valenciano sin más pena que gloria son los festivales de música. A diferencia de otros territorios como Murcia, ¿cómo es posible que teniendo referentes europeos de este ámbito sea imposible ligar nombres a esas oportunidades de escenario?

R. El caso de Murcia es paradigmático y nada casual. Y es el ejemplo de que aquí los macrofestivales no han sido trampolín para los músicos valencianos. Supongo que alguien se lo tendría que hacer mirar, especialmente quien ha invertido millones de dinero público esperando otro retorno. Los que llevamos décadas yendo a festivales no creo que nos sorprendamos. En unos y otros hemos visto como grupos locales tocaban a las cuatro de la tarde, en un escenario incluso aislado del público. Ver en Murcia, en los SOS o en los WAM a Varry Brava o a Second a las diez de la noche, hace diez años, era normal. Pero pondré otro ejemplo para que se entienda mejor: La Habitación Roja estaba actuando en el escenario grande del FIB en 1998. Y aquí vamos camino de los 30 años de festivales.

P. El libro tiene una posible lectura didáctica o documental, pero recorriéndolo del tirón, sorprende la heterodoxia y sorprenden las anomalías. ¿No es un ejemplo de todo ello que nuestra discográfica más longeva y mejor posicionada sea de heavy?

R. Es otra de esas anomalías típicamente valencianas [ríe]. Maldito Records lleva 20 años haciéndolo muy bien, con recorrido internacional y siempre ajena a las reivindicaciones públicas sobre la industria musical valenciana. Una discográfica reconocida desde fuera de España, pero al final nuestros pioneros nunca son tomados como referencia. En el caso del heavy, ahí están Zarpa, que ocupan un epígrafe del libro y que siguen en activo. De ellos a Ópera Magna, lo cierto es que ha sido una escena con una actividad constante.

P. Pese a los fogonazos de nuestras chicas yeyé, el peso en la Nova Cançó de algunas integrantes de grupos como Setze Jutges o Els Pavesos, ¿el punk y la nueva ola fueron el primer gran salto de popularidad de las músicas valencianas?

R. Lo fue aquí como lo fue en Londres o en Madrid. Y está bien que fuera así, porque lo vivimos en el momento adecuado. Estos estilos fueron el salto adelante y tuvieron esa respuesta de género. Ahora estoy disfrutando de ciertos paralelismos con la lectura de La venganza de las punks, de Vivien Goldman, que creo que es uno de los mejores libros musicales del año. Repaso a las que forman parte de esa escena, aunque no estén todas, como Amparo Durbán y Primer Aviso.

P. Las ausencias son menos de las que parecen. Más allá de los 75 epígrafes, cada artículo es la excusa para explorar un género, un ambiente, una escena… ¿Cuántos nombres están referenciados en total?

R. Más de medio millar. Soy consciente de que es polémico que bandas como Orxata Sound System no tengan su entrada, pero en este caso lo que hago es acudir a ZOO para explicar hacia atrás ese fenómeno. Y no les quito ningún mérito, porque creo que Orxata han sido una de las bandas más pioneras e interesantes en directo, los primeros en reivindicar una serie de cosas casi innombrables en su momento.

P. Frente a las ausencias, algunas ciudades parecen sobrerrepresentadas. Es una consecuencia natural y estoy seguro que sin mencionarlas sabes a cuáles me refiero.

R. Castellón, con todo su entorno, y Alcoi. Es cierto que poblacionalmente lo de Castellón no tiene sentido, en el mejor de los sentidos. Sus músicos han transitado estilos clásicos desde siempre, rock, punk, blues, soul, funk… y luego, además, se han relacionado entre sí con muchísima personalidad. Y Alcoi también es caso aparte. Es cierto que de su gran tradición industrial, su lugar en el mundo y otros condicionantes, se deriva una gran tradición musical. Hay una consciencia e identidad enormes con grupos que tienen muy presente la herencia de Ovidi Montllor como no la tienen muchos valencianos de Bruno Lomas o de Los Huracanes.

P. ¿Por último, hasta qué punto ha influido en esta historia la dejación de funciones de la Administración o su actitud contraria?

R. Ha influido. Hablábamos antes del caso de los festivales, pero hablemos del Palau de la Música, donde podía actuar Isabel Pantoja, pero era imposible que actuara un grupo valenciano. Más si cabe, si cantaba en valenciano. Recuerdo el concierto de Pau Alabajos allí en 2012, donde grabó un directo. Aquello se vivió como una especie de hito y yo pensaba en, otra vez, la anomalía valenciana que estábamos casi celebrando. Ahora hay más apoyo, desde los Premis Ovidi, los Carles Santos, el papel de la radiotelevisión autonómica, etcétera. Estaría bien que ese apoyo tuviera unas miras un poco más amplias a nivel estilístico porque al final en esos reconocimientos públicos, que me parecen esenciales y que espero que sigan, se quedan fuera de la selección auténticas maravillas. Ni siquiera nominadas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Eugenio Viñas
Es periodista y creador de contenidos. Crea formatos de audio en Podium Podcast, es colaborador de La Ventana de la SER y publica entrevistas y perfiles en EL PAÍS.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_