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Tres arqueólogos achacan falta de rigor científico al hallazgo de Iruña-Veleia

Los testigos explican que los grafitos excepcionales nunca aparecían sobre el terreno sino tras los lavados

Juan Navarro
El exdirector del área arqueológica, Eliseo Gil, en el centro, junto a los otro dos acusados, Ruben Cerdan (a su derecha) y Oscar Escribano, este lunes..
El exdirector del área arqueológica, Eliseo Gil, en el centro, junto a los otro dos acusados, Ruben Cerdan (a su derecha) y Oscar Escribano, este lunes.. Jon Rodríguez Bilbao (EFE)

Todo era inaudito. Los hallazgos del yacimiento vitoriano de Iruña-Veleia sorprendían a diario a los arqueólogos, que se topaban con restos de valor histórico sin parangón en aquellas excavaciones. Ese 2005 y 2006 se hacía realidad el sueño de este gremio. Hasta que empezaron a sospechar que algo fallaba. Era muy extraño que se hallaran inscripciones jeroglíficas, supuestos caracteres de un primitivo euskera nunca fechado o referencias paleocristianas que a nadie le constaban. Lo más raro, en cambio, no era el qué sino el cómo: todos estos restos valiosos se notificaban tras pasar por el área de lavado y nunca sobre el terreno.

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Los métodos del grupo Lurmen, que actuaba con una subvención de 3,7 millones de euros a cargo de la sociedad pública Euskotren, desanimaron a Miguel Berjón, Ángel Apellaniz y Carlos Crespo. Los tres renunciaron el 8 de enero de 2007, 13 años y un mes antes de que la Audiencia Provincial de Vitoria juzgue si estos tesoros históricos fueron fraude. Ejercen de testigos en una causa que investiga a Eliseo Gil, director del yacimiento y acusado de fraude, y a Rubén Cerdán, cuyos informes técnicos sobre la autenticidad de los vestigios han sido cuestionados. Ambos se enfrentan a penas de prisión y multas cuantiosas.

Las declaraciones han transcurrido durante todo este miércoles y han mostrado un denominador común: la falta de procedimiento científico en la forma de recoger y estudiar los restos. Estos expertos han asegurado que no había control científico suficiente para avalar el valor de los artículos. No afirman que sean falsos, sino que no había forma de aclarar dónde y cómo los localizaron. Nunca salió nada cuando grabaron las labores con cámara; nadie vio con sus ojos piezas excepcionales. Ni en aquel plato donde, que se extrajo sin nada destacado, mostró grabados extraordinarios tras pasar por los lavados que realizaba Ainhoa Gil, hermana del director.

Una de las claves de la sesión ha sido algo tan básico como la saliva, que a su vez supone un recurso habitual en el ámbito de la arqueología, según estos testigos. Todo se debe a las suspicacias generadas porque esos hallazgos “anómalos”, “sorprendentes”, “anormales” o “chocantes” jamás aparecieron sobre las campas, sino que se veían tras pasar por los lavados.

Los especialistas han explicado que es normal “frotar con el dedo o incluso con saliva” para comprobar si un resto cuenta con un grafito excepcional. Los vestigios romanos se encontraron en verano, con la tierra seca, así que no había barro adherido al material que impidiese que observar muescas tan valiosas. Carlos Crespo se lo ha resumido rotundamente a la juez: “Nadie vio un grafito excepcional in situ”.

Berjón admite que en Lurmen se excavaba bien, pero que los métodos de registro y trato del material eran más que cuestionables. Sus dos compañeros y él nunca fueron escuchados cuando reclamaron más precisión, pues había restos que se almacenaban durante meses hasta se limpiaban y, a la postre, aparecían los grafitos. Incluso se toparon con un “bofetón” en forma de una broma de Óscar Escribano, quien aceptó el lunes un año de prisión, que manipuló una pieza para hacer parecer que habían dado con el primer grabado que aludía a “Veleia”. Apellaniz ha indicado que pensó “a ver si Óscar ha hecho más y se las está callando”.

Dudas sobre la autenticidad

La ocurrencia lo cambió todo. El ambiente se hizo tenso. También generó suspicacias, pues se cernieron dudas sobre la autenticidad de los jeroglíficos y se apagó la euforia ante la riqueza histórica del material. Berjón ha recordado un episodio cuando dieron con una pieza en la que se leía “Descartes”, filósofo francés muy posterior a la época del yacimiento. Eliseo le dijo exactamente: “¿No crees que a alguien del equipo se le puede haber ido la pinza?”. Habló también de personalidades múltiples. Escribano les había explicado cómo adulteró y percutió en los restos. La psicosis se había extendido.

Los testigos han mostrado versiones prácticamente idénticas sobre cómo se divulgaron piezas sin la certeza de ser auténticas. También en que técnicos del Museo de Arqueología vitoriano reclamaron cambios en el modo de limpiar los hallazgos. Y lo más importante: en que la comunidad científica no se lo iba a creer por las formas empleadas y las imprecisiones.

Era enero de 2006 cuando Eliseo, mudo ahora en su silla ante la magistrada, citó a los arqueólogos. Crespo ha narrado que el jefe de la excavación les transmitió preocupación porque Euskotren pudiera cortar la prestación ante la ausencia de resultados: “Era necesario dar la campanada y sacar algo gordo”.

-“¿Y salió algo gordo?”, ha preguntado la juez, que se ha abanicado varias veces durante las declaraciones.

-“Pues aquí estamos”, le ha contestado el arqueólogo, flemático, a las cinco de la tarde.

Cuatro horas después, seguían los interrogatorios. Las sesiones para determinar si los relieves los hicieron ciudadanos de Roma o tramposas manos modernas están previstas hasta el 18 de febrero.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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