_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No os fieis de los intelectuales

En la nueva versión de 'Drácula', ni el mal que representa el vampiro es puro, ni el bien de Van Helsing tan desinteresado

Claes Bang en un instante de 'Drácula'. En vídeo, tráiler de la serie.
Sergio del Molino
Más información
No te lo perdonaremos jamás, Pedro Sánchez, jamás
La elegancia perdida de ‘Friends’

En el segundo capítulo del Drácula de la BBC (para estos pagos, en Netflix), el conde y Van Helsing, su cazavampiros, juegan al ajedrez, en un homenaje descarado a la partida que la muerte y Antonius Block disputan en El séptimo sello de Bergman.

Michel Pastoreau, historiador de los colores, cuenta que las versiones primitivas del juego eran rojas y negras. Al llegar a Europa, el blanco sustituyó al negro, y a partir del siglo XIII, el ajedrez medieval de rojas y blancas fue dando paso al damero actual de negras y blancas, dejando muy claro el simbolismo de los opuestos. Entre los dos jugadores no caben el acuerdo ni el término medio: la luz contra la oscuridad, el bien contra el mal. Siempre que dos personajes juegan al ajedrez, están decidiendo el destino del universo entero.

Lo hermoso de la partida de la serie (que es un pastiche soberbio que se parece al Drácula de Stoker lo mismito que Verano azul a una de Tarantino) es que el mal que representa el vampiro no es puro, ni el bien de Van Helsing es tan desinteresado. En esta versión, el monstruo y su cazador son intelectuales que se divierten poniéndose acertijos. Parecen Hannah Arendt y Adolf Eichmann en Jerusalén, pero Van Helsing no tiene los cimientos éticos de la filósofa alemana, y Drácula es muchísimo más fascinante que ese señor calvo que intentaba pasar por chico de los recados de Hitler.

Puede que este Drácula esconda un alegato contra la intelectualidad. Sin destripar nada (qué verbo más conveniente en esta historia), adelanto que Van Helsing es capaz de sacrificar muchas vidas para satisfacer su curiosidad sobre el personaje que supuestamente quiere derrotar, pero que en verdad admira. La moraleja es clara: no os fieis de los listillos, pues solo les preocupan sus juegos de palabras.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_