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Un trampantojo fílmico nacido de las cintas del abuelo

Nuria Giménez Lorang inventa en ‘My Mexican Bretzel’ la vida de una mujer con las imágenes que rescató en un sótano suizo

Imagen de 'My Mexican Bretzel'. En el vídeo, tráiler de la película.
Gregorio Belinchón

En 2011 Nuria Giménez Lorang (Barcelona, 44 años) acompañó a su madre a desmantelar la casa de abuelo en Suiza, fallecido a los 97 años. En el sótano encontró “unas 50 bobinas de cine, la mayoría de 16 mm, y el resto de 8 mm”. Convenció a su madre de que merecía hacerles un hueco en el coche —”y es cierto que ocupan y pesan bastante”, recuerda la cineasta—, sospechando que allí había un tesoro. “Es que un sótano suizo es como un hotel de lujo, las bobinas reposaban a gusto”.

Y a la vuelta en Barcelona su intuición se confirmó. Aunque para ello tuvieran que pasar siete años de prueba y error, de montar y remontar aquel material ya digitalizado. “Ha sido un templo, un refugio de libertad, un universo en el que he hecho lo que he querido, y pocas veces lo he logrado en el resto de los ámbitos. En siete años me han pasado muchas cosas. Llegaba a casa con la mierda de fuera, como la muerte de mi padre o como que te enamoras y te desenamoras, y en esos tiempos mi refugio estaba allí. Ha sido una experiencia lúdica, sin guion escrito, una búsqueda constante y ese no saber me provocó cierta angustia”, cuenta la cineasta en una fría mañana otoñal en Madrid. “Y claro que me desesperaba. Porque chocaba en callejones sin salida y o me planteaba si eso merecía la pena”. Giménez Lorang comenzó con piezas cortas, mientras apuntaba todas las ideas que le pasaban por la cabeza. Así fue pariendo un artefacto, My Mexican Bretzel, que algunos denominan documental de creación, cuando en realidad de documental solo tiene que las imágenes fueron filmadas por alguien que quería levantar testimonio de momentos felices.

Como un acontecimiento orteguiano, el celuloide que se ha convertido en la arcilla fundacional de la obra de Giménez Lorang era un gran filme, pero se necesitaban las circunstancias que lo completaran. My Mexican Bretzel se estrenó en el festival de Gijón 2019 (donde se llevó tres premios), se proyectó en el de Róterdam, pero el fenómeno fan surgió, ya en un mayo pandémico, en el D’A Film Festival de Barcelona, donde su proyección online multiplicó su eco: no solo ganó el premio del público, sino que el ruido en redes sociales impulsó que hoy se estrene en salas comerciales en España.

Nunca engañar

”A pesar de que habré visto casi todas las imágenes [las cintas sumaban más de 29 horas, que ha acabado reducidas a 73 minutos] un centenar de veces, cada vez he descubierto algo nuevo, y espero que el espectador disfrute de ese lado lúdico”, reflexiona la cineasta, que al público le enseña una especia de diario fílmico de una mujer, Vivian Barrett, y su relación con su marido, León, hombre de negocios amante de la velocidad y los viajes. Barrett, de lugar idílico en lugar idílico, vive además fascinada por un gurú escritor de aforismos (los textos que iba redactando Giménez durante el montaje), Paravadin Kanvar Kharjappali, que marcarán su devenir. Todo esto se muestra en subtítulos, mientras que el sonido se reserva para crear atmósfera. El espectador ve felicidad, con imágenes de colores saturados, pero lee un melodrama de John M. Stahl o de Douglas Sirk. “No juego a engañar, sino que presento un juego”. Se inventa sitios, une imágenes de distintas épocas. “Parece que tiene obsesión por filmar, ¿verdad? No, esa soy yo”.

Porque confiesa que donde se refleja a sí misma es en esos textos. “Es una herramienta muy poderosa de autoconocimiento. Vivian Barrett nace como resultado de mis pensamientos y de una fuente directa, las imágenes”, y sigue del tirón: “No tenía claro qué quería hacer, pero sí lo que no: no quería sonido ambiente ni voz en off, y no quería contar la vida de mis abuelos. Uso sus imágenes, no sus vidas personales. No hubo duda moral, y en fin, yo iba a mentir sí o sí, tanto si contaba sus vidas —porque ya habían muerto y no servían como fuente de información— como si fantaseaba con lo grabado”. Mi madre, cuando lo vio, me confirmó mi apuesta, y me dijo: ‘Has hecho un retrato más certero de mis padres que si hubieses contado su historia real”.

My Mexican Bretzel fabula, huye del punto de vista personal. “Es que como espectadora no me interesa. Doy por hecho que cada persona que hubiera recibido esas cintas habría creado una película distinta, y sería interesante ver a qué conclusiones llegaría”, asegura Giménez Lorang. Y se pone a sí misma como ejemplo: “Yo he escrito 120 páginas y solo he usado cinco. Hay millones de líneas argumentales posibles”. Como plantear que lo mostrado es un juego virtual como los de la serie Black Mirrow o que el matrimonio fuera una pareja de espías —hay que reconocer que alguna secuencia transpira aroma a añejo James Bond—, o, incluso, “hacer un nuevo montaje en que el punto de vista fuera el de él”. O como se lee en pantalla: “Si filmas, no tienes que vivir”.


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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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