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Antonio Ferres en su encierro

La censura y el exilio voluntario del autor posiblemente expliquen su por otra parte injustificada marginación en el universo literario español

Antonio Ferres en Madrid en 2008.
Antonio Ferres en Madrid en 2008.SANTI BURGOS
Francisco García Olmedo

En una ocasión me dijo que por la libertad se paga el alto precio de la soledad. Esta tarde del 11 de abril, el escritor Antonio Ferres (Madrid, 1924-2020) no ha muerto de soledad pero sí de ese encierro que lo había mantenido a salvo del maléfico virus, aunque al cabo haya resultado incompatible con su vigorosa pulsión libertaria.

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Después de organizar una huelga, él y López Salinas dejan el trabajo como técnicos en el Instituto Torroja para dedicarse a la literatura y enseguida a la acción política. Cooptado por el partido comunista, será un militante díscolo que abandonará la disciplina partidaria cuando lo hacen Semprún y Claudín. Empieza a publicar de la mano de su amigo Juan Eduardo Zúñiga y de Edmundo de Ory. Su primer cuento, Cañas dulces, pasa la censura tal vez porque el título sugiere que la acción transcurre en algún país suramericano. Gana el premio Sésamo (1956) por el cuento Cine de Barrio y a continuación publica su primera novela, La piqueta (Destino,1959), un hito del tan injustamente tratado realismo social de la inmediata posguerra. Esta novela, que ha sido reeditada varias veces, incluso clandestinamente con un autor falso, dio lugar a que le encasillaran sin ningún fundamento, tal vez porque la censura impidió que Carlos Barral editara sus dos siguientes novelas, Los vencidos y El regreso del Boiras. La primera de ellas se tradujo y editó en varios idiomas por editores tan prestigiosos como Feltrinelli o Gallimard, pero de la segunda no quedaron ni las copias del manuscrito, una de las cuales Ferres rescató en Dinamarca un tiempo después. Dichas novelas, escritas antes de Tiempo de silencio y del boom y estilísticamente desmarcadas del realismo social originario, no verían la luz ante el público lector al que estaban destinadas hasta bien entrado el siglo XXI. La censura y el exilio voluntario del autor posiblemente expliquen su por otra parte injustificada marginación en el universo literario español.

El protagonista de su narración En los claros ojos de John (Ediciones del Centro, 1975) dice que “los hombres no están hechos para vivir más de dos o tres meses en la misma parte…” y esa frase parece decirnos algo sobre Ferres como hombre libre, siempre urgido por su curiosidad, por sus ansias de vivir. No he tratado a nadie que me pareciera tan rico de aventura como él, caballero errante desde el Senegal y el África animista al mundo nórdico y a la Unión Soviética de Kruschev, a menudo por Francia, y de México a Venezuela y a Estados Unidos donde viviría muchos años de universidad en universidad. “La primera vez me fui por miedo y la segunda por hambre”, era una frase que a menudo repetía. Unas veces iba con nombre falso y otras con su propio nombre, siempre perceptor agudo de la realidad a la que se enfrentaba a pesar de las barreras idiomáticas.

Escribir y respirar

En su libérrimo deambular se producen encuentros relevantes que Ferres describe con gracia en distintas ocasiones. Así, en el Congreso Mundial por la Paz de Helsinki (1955) encuentra a personalidades como Miguel Ángel Asturias, Pablo Picasso, Pablo Neruda o Jean Paul Sartre. Este último le ha publicado por entregas en la revista Tempes Modernes su libro Caminando por las Hurdes, escrito a medias con López Salinas, y le saluda cordialmente. Especialmente surrealista es el encuentro que Antonio y otros españoles tienen con Lister enajenado. Con Carrillo se encontrará varias veces en Francia. El último de estos encuentros tiene lugar en un piso anónimo de Paris a convocatoria del líder, a quien se ha enfrentado a propósito de la actitud adoptada tras la muerte de Julián Grimau. La narración de este encuentro que hace Antonio es muy desmitificadora. Se encuentra también con la Pasionaria e Irene Falcón en Moscú; con Max Aub convive estrechamente en México; con García Hortelano es invitado a comer por Neruda en su residencia parisina y el retrato que hace del anfitrión es en extremo divertido.

Para Antonio Ferres escribir era como respirar, un aspecto básico de su fisiología. Contaba que ya con sus primeras letras ensayaba a escribir cuentos para su hermano que era menor que él. De la épica social nunca dejó de evolucionar hasta visitar y experimentar la más estricta vanguardia. Hacia 2003, la Editorial Gadir empezó con Tierra de Olivos el rescate de la obra anterior de Ferres y la publicación de la que estaba produciendo, incluida la bellísima poesía que como poeta rezagado ha dado lugar a media docena de títulos. Durante nueve décadas Ferres no ha dejado de escribir cuentos y sobre todo poesía, como necesidad biológica, sin importarle mucho el destino de lo que escribía. A menudo los diseminaba por internet a los amigos.

Conocí a Antonio Ferres hace una docena de años y desde entonces hasta la reciente confinación me he reunido con él una vez por semana para desayunar. Lo que empezó siendo una reunión a dos devino con el tiempo una tertulia a la que asisten hasta una docena de personas. A todos los asistentes nos encantaba oírle hablar de entrañables amigos suyos, como Juan Goytisolo, Daniel Gil, Juan García Hortelano o Alfonso Grosso, recitar sin titubeos toda clase de poemas y prosas o relatar anécdotas muy interesantes de cuando era un adolescente durante nuestra Guerra Civil. ¡Qué memoria de 96 años tan espectacular! En dos ocasiones recientes hicimos en la tertulia del Sotoverde sendas lecturas de los poemas que con frecuencia nos enviaba por e-mail. Como despedida reproduzco el último que recibimos antes del confinamiento.

AÑO 202O

Por las arboledas del Tamarit/han llegado los perros de plomo… F.G.L.

Habíamos olvidado/que a pesar del buen augurio/de los idus de marzo/ ese día asesinaron a Cesar.

Pero sobre todo habíamos olvidado/que era el equinoccio de primavera/cuando las noches se hacen iguales/a los días-

Sabíamos que en los parques cerrados/no podían entrar los niños/por la gran epidemia del coronavirus/que parecía asolar el mundo/pero que dentro retoñaban los árboles/y revoloteaban las mariposas.

Francisco García Olmedo es autor de Buscando a Antonio Ferres (Gadir)

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