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Timos, desastres y éxtasis: la historia detrás de los mejores discos en directo del rock

Un libro de Tito Lesende reaviva el debate sobre las grabaciones en vivo, un género en sí mismo sobre el que los eruditos siguen discutiendo y confeccionando listas

Carlos Marcos
The Who actuando en Londres en 1970. Saltando, Pete Townshend; detrás, en la batería, Keith Moon.
The Who actuando en Londres en 1970. Saltando, Pete Townshend; detrás, en la batería, Keith Moon.Chris Morphet (Redferns)

La gestación de uno de mejores discos en directo de la historia del rock fue un desastre. Hablamos del álbum de los Who Live at Leeds. La banda se había concentrado para registrar el recital del 15 de febrero de 1970 en la localidad inglesa de Hull. El guitarrista y líder, Pete Townshend, había decidido no beber en esa jornada, para evitar fallos. Y eso era un gran sacrificio. El concierto resultó magnífico. Solo hubo un problema, grave: cuando escucharon la grabación el bajo de John Entwistle no se oía. A la basura las cintas. Qué hacer. Escuchar el concierto anterior, el del 14 de febrero en Leeds, que el cuarteto inglés se había tomado como un ensayo para Hull, para ver si de chiripa tenía el suficiente nivel. En este Townshend sí había bebido. Lo escucharon y sonaba potente. Pero la grabación estaba repleta de incómodos clics. Consiguieron salvar solo seis temas, tres de ellos incluso son versiones. No tenían mucho que perder, así que lo editaron. El resultado es una de las demostraciones más apabullantes de la historia del rock, 36 minutos de visceralidad y decibelios.

Eran otros tiempos. Cuando las giras de los grandes eran asuntos inalcanzables. En el cambio de década de los sesenta a los setenta pocos aficionados tenían la opción de presenciar en directo a Led Zeppelin, a los Who, a James Brown, a los Rolling Stones… Y más complicado si vivías en la España franquista. Era cuando el disco en vivo cumplía una de sus funciones. En el salón de casa uno podía hacerse una idea de lo que era aquello, echar a volar la imaginación. Una sensación sepultada por la revolución tecnológica. Hoy Nick Cave empieza una gira en Australia y esa misma noche se tiene acceso a cientos de vídeos caseros del recital.

Pero los discos en directo forman un género retro en el que resulta edificante zambullirse. Regularmente se publican listas con los mejores. Lo hacen las publicaciones especializadas y los periodistas eruditos. El último en llegar es un libro titulado, sin rodeos, Los 100 mejores discos de rock en directo (Ed. Efe Eme), elaborado por el periodista y escritor Tito Lesende (A Coruña, 48 años). El autor enumera las cualidades que deben tener estas obras: “Una relevancia para la carrera de un artista, como es el caso de At Folson Prison (1968), de Johnny Cash; que aporte a las canciones conocidas una lectura extra, más profunda o más desarrollada que en su versión de estudio, como Live at Fillmore East (1971), de Allman Brothers; que sea un ataque de visceralidad, como Metallic KO (1976), de Iggy Pop and the Stooges; o que sea honesto, como Made in Japan (1972), de Deep Purple, que lo que suena es exactamente lo que estaba sucediendo en el escenario, sin añadidos ni eliminaciones”.

'Made In Japan', de Deep Purple; 'Live and dangerous', de Thin Lizzy; 'It's alive', de Ramones, y 'Live at Fillmore East', de The Allman Brothers Band.
'Made In Japan', de Deep Purple; 'Live and dangerous', de Thin Lizzy; 'It's alive', de Ramones, y 'Live at Fillmore East', de The Allman Brothers Band.

En efecto, las trampas se hacían luego en el estudio de grabación. Resulta llamativo el caso de Alive!, de Kiss, de 1975. Estamos ante uno de los grandes timos de la historia del rock. El concierto fue calamitoso. Los músicos, más pendientes de esquivar fuegos y efectos de escenario, apenas atinaban las notas. Cuando lo escucharon se deprimieron. Qué se decidió: regrabarlo en el estudio. A pesar del engaño, Alive! aparece en la mayoría de las listas entre las mejores grabaciones en vivo. El álbum, además, salvó la carrera de Kiss y lo convirtió en una máquina de hacer dinero con venta de discos, entradas de conciertos, camisetas, ataúdes con los logotipos del cuarteto (va en serio: por unos 4.500 euros), ropa interior… Todavía hoy, 45 años después, continúan haciendo caja. En su libro, Lesende no ha querido realizar un ranking. Su exhaustivo repaso, repleto de jugosas anécdotas, se puede leer en orden cronológico. “Tengo claro que uno de los mejores sería Live at Leeds, de los Who”, señala. En su selección de los 50 predilectos, la revista estadounidense Rolling Stone coloca la agreste grabación de Pete Townshend y los suyos en el cuarto puesto, por debajo de At Folsom Prison, de Johnny Cash; At Fillmore East, de los Allman Brothers Band; y, el primero, Live at the Apollo, de James Brown (1963). “A pesar de ser 27 minutos, es magnífico. Cuanto más intenta contenerse Brown en su interpretación, más se estremece su voz. Hasta que finalmente cede y acaba gritando, y ruega, y suplica”, dice Rolling Stone de Live at the Apollo.

La publicación inglesa NME coloca en lo más alto a MTV Unplugged in New York, de Nirvana, editado en 1994. Se trata de un disco póstumo. Se registró en noviembre de 1993 y Cobain no autorizó su publicación. No le convencía. Pero el mito del grunge se pegó un tiro en abril de 1994 y el resto de la banda y la discográfica, con el líder ya enterrado, decidió ponerlo en las tiendas en noviembre de 1994. Otra curiosidad: Cobain había dejado la heroína poco antes de la actuación y tuvo que cantar con el mono. El álbum, con el cadáver aún caliente, fue un éxito de ventas, uno de los más vendidos esa Navidad. “Todavía hoy suena tan crudo como cuando se grabó”, señala NME.

La publicación Billboard, la más influyente comercialmente en Estados Unidos, selecciona siete discos, los ya mencionados Alive!, de Kiss, y Live at Leeds, de los Who, y añade Frampton comes alive!, de Peter Frampton, en 1976; Before the flood, de Bob Dylan & The Band, en 1974; Live at Budokan, de Cheap Trick, en 1978; Kick out the jams, de MC5, en 1969; y Live at Woodstock, de Jimi Hendrix, grabado en 1969, pero editado en 1999. El medio de rock Louder, que agrupa cabeceras como Classic Rock o Metal Hammer, elige como el primero Live and dangerous, de Thin Lizzy, 1978, un trabajo recurrente en estas listas. Otra historia rocambolesca. Se realizó con grabaciones de aquí y de allá, con las mejores tomas. Un corta y pega como un castillo. Además, se retocaron varias partes en estudio. También se recompusieron fases de It’s alive, de los Ramones, publicado en 1979. El concierto del cuarteto neoyorquino se registró en el local inglés Rainbow. Fue tan bueno que el público, excitadísimo, acabó arrancando las primeras butacas. En el camerino esperaban a los neoyorquinos los Sex Pistols y Elton John, que por aquella época se apuntaba a cualquier fiesta si le ofrecían su sustancia preferida. De regreso a Estados Unidos se decidió que algunas partes se tenían que retocar, entre ellas el bajo de Dee Dee. El problema fue que las canciones iban a tanta velocidad que, sin la excitación del momento y en frío, el bueno de Dee Dee era incapaz de galopar con su instrumento como requerían las canciones. El bajista se tuvo que tomar algún excitante para poder tocar a esa velocidad. Él, encantado.

Van Morrison actuando en Inglaterra en 1974.
Van Morrison actuando en Inglaterra en 1974.David Warner Ellis (Redferns)

Existen álbumes en vivo que relanzaron carreras decaídas, como la de Eric Clapton con Unplugged, de 1992. Resulta chocante: el disco más vendido del guitarrista eléctrico por excelencia es una versión suya en acústico. No falla en estas listas It’s Too Late to Stop Now, de Van Morrison, que salió a la calle en 1974. Morrison andaba revuelto emocionalmente, digiriendo la ruptura con su esposa, Janet Planet, de la que estuvo rendidamente enamorado. Ya en aquella época el irlandés maltrataba a sus seguidores: solo hacía conciertos rutinarios o geniales, según el termómetro de su humor. Los ocho que ofreció para confeccionar el álbum fueron una maravilla. Y así, sin retoques, se pueden disfrutar en el disco. Hace tres años se editaron otros tres discos con descartes de aquellos recitales, un material a la altura del original.

A partir de los ochenta las grabaciones en vivo se descafeínan. El negocio de las giras es gigante y se toma como un recurso para exprimir a la gallina de los huevos de oro: más barato que una grabación en estudio y una solución para periodos de sequía de los artistas. Se trata de un “lo mejor de” empaquetado con el calor del público. La mayoría se retocan: los músicos no quieren que sus seguidores los escuchen desafinados.

Y en España, qué. Lesende destaca por encima de todos Rock & Ríos, de Miguel Ríos, de 1982: “A pesar de que ya tenía discos en vivo, este álbum recoge a un artista, Miguel Ríos, en su máximo apogeo, en un punto de madurez y en su estallido máximo. Además, con la gira de Rock & Ríos era la primera vez que un artista español jugaba en la misma liga que uno internacional”. Su libro solo recoge discos internacionales. “El volumen de directos en español es tal que se merece un volumen aparte, que haré en el futuro”, señala el escritor. En la actualidad los discos en directo han perdido el sentido. Algunos afirman que incluso los discos largos van a desaparecer. Curiosa teoría cuando el artista más vendedor de la actualidad, Bad Bunny, acaba de publicar un álbum de 20 canciones…

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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