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DIOSES Y MONSTRUOS
Tribuna
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Ese cine que te remueve y que recuerdas

'El irlandés' es la película que más veces ha visto este año el crítico de cine de EL PAÍS que ha dejado de hacer listas de sus momentos más gratos

Martin Scorsese dirige a Robert De Niro y Joe Pesci en 'El irlandés'.Vídeo: NIKO TAVERNISE (NETFLIX)
Carlos Boyero

Sabiendo a estas alturas de la vida que el desorden mental y la confusión sobre casi todo podría figurar en mi epitafio, aunque uno desearía que no le coloquen ninguno, mantuve durante muchos años una disciplina casi enfermiza para escribir en mis cuadernos sobre las películas, libros y discos que consumía, para hacer listas con todo aquello que me provocaba sensaciones gratas o especiales. Eso incluía también mis alineaciones favoritas en víspera de los mundiales de fútbol. Y de las personas que me importaban o admiraba en el curso del tiempo. Sin saber en aquellas épocas lo que era el Alzheimer o el inevitable olvido de tantas cosas, registraba con palabras imprimidas en cuadernos lo que me había afectado para bien. No había espacio para lo malo, que igualmente era cuantioso. Y uno de los recuerdos más potentes era lo que me provocaba el cine, ese oasis mágico, esa permanente tabla de náufrago.

Lo veía en soledad y en salas casi siempre llenas. O en progresiva compañía de familiares, amigos, ligues o parejas con las que compartía un ritual. Algo que se prolongaba hasta el infinito cuando abandonabas la sala y podías pasarte horas gozosas o enconadas hablando con esa gente cercana de la compartida experiencia.

Desde hace bastantes décadas veo las películas antes de su estreno, en pases privados, casi siempre por la mañana. Pero era un placer enorme repetir esas visiones acompañando a tus parejas o a tus amigos cuando esas películas que te habían entusiasmado se exhibían para el público. Y si a ellas y ellos no les habían gustado, algo que ocurría pocas veces, la discusión también poseía su encanto.

Hace tiempo que me acuesto temprano, aseguraba el memorioso protagonista de En busca del tiempo perdido. Yo también. Y casi nunca acompaño a nadie a los cines. En las pocas ocasiones que acudo a las sesiones comerciales las salas están semivacías y el público es de mi generación o de la cuarta o quinta edad, suponiendo que existan esas edades. Sí veo colas al pasar por la puerta de los cines el día del espectador, padres con entusiasmados niños a la espera de dibujos animados (o como coño denominen ahora a ese género), también muchos treintañeros y adolescentes haciendo enfervorizadas filas para devorar cine de superhéroes. Yo lo encuentro tan repetitivo como insufrible.

¿Y el cine con mayúsculas que sigue existiendo? Bueno, bastantes cinéfilos de siempre que aseguran seguir amando el cine, que cuentan que no tienen prisa, que ya lo disfrutarán cuando próximamente lo exhiban en las plataformas digitales o en televisión. O sea, los tiempos y las costumbres ya cambiaron. Pero algunos no tenemos capacidad ni ganas para adaptarnos a ellos. Y recordar el lírico arranque de la extraordinaria novela de Dickens Historia de dos ciudades. “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura, la época de las creencias y de la incredulidad, la era de la luz y de las tinieblas”, tampoco supone un consuelo para los nostálgicos con causa, o los insalvables retrógrados, que al parecer quedamos.

Dejé mis privadas listas hace infinitos años pero en la cansada memoria todavía guardo películas que me han fascinado o conmovido. La mayoría de ellas tienen mogollón de años. Pero también hay recientes, de este año que se larga. Después de verla tres veces ininterrumpidamente, apagando el teléfono cuando lo he hecho a través de Netflix, me sigue hipnotizando El irlandés. Tres horas y media de realismo, de arte, de narrativa impecable, de retrato implacable y perfecto de una Mafia nada glamurosa, de situaciones complejas. Da mucho miedo la cloaca de dimensiones monstruosas, y tan humana ella, cuando la Mafia, la alta y baja política y el sindicalismo más turbio se juntan para hacer negocios. Que no pueden acabar bien, eliminando a los seres más cercanos cuando suponen un peligro para la empresa común. Hablando del sangriento esplendor y también de su devastador ocaso, incluso del insólito remordimiento en el cine de temática gansgteril de (Martin) Scorsese en la prodigiosa hora final.

También va de asesinos profesionales el extraño y conmovedor wéstern de Jacques Audiard Los hermanos Sisters. Pero aquí incluso se plantea la posibilidad de redención, el regreso a casa de los hijos que no tuvieron más remedio que convertirse en pródigos y atormentados. Y encuentro tan deliciosa como reconocible Día de lluvia en Nueva York con el siempre incomparable Woody Allen moviéndose en un universo del que conoce todas las claves, transmitiéndolo de forma tan divertida, inteligente y poética a sus eternos espectadores. Y he visto más películas hermosas, inquietantes, sugerentes, imprevisibles, en posesión de cuerpo y alma. Incluidos algunos títulos del cine español. Pero siempre asociaré 2019 al estreno de El irlandés. Como el año anterior reinaron esas dos joyas en blanco y negro tituladas Cold war y Roma.

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