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El viaje de la modernidad entre Alemania y Francia

El Museo Guggenheim de Bilbao presenta una selección de las grandes obras de la colección del Kunsthalle de Bremen, que ha vaciado sus salas por una exposición temporal

Silvia Hernando
Un visitante del Museo Guggenheim, de Bilbao, observa una obra de la nueva exposición temporal.
Un visitante del Museo Guggenheim, de Bilbao, observa una obra de la nueva exposición temporal.Fernando Domingo-Aldama

No resulta habitual que el grueso de la colección de un museo se traslade de un golpe a otra institución. Ciertas piezas puntuales se prestan, viajan y regresan a sus paredes de origen, pero las pinacotecas suelen mantener sus obras, especialmente las más relevantes, (casi) siempre disponibles para su público, creando en torno a ellas narrativas visuales y conceptuales que permanecen durante un tiempo como ejes de su discurso. De ahí la apreciación del carácter “excepcional” que remarcó Christoph Grunenberg, director de la Kunsthalle de Bremen, de la exposición que presentó este jueves el Guggenheim de Bilbao: Obras maestras de la Kunsthalle Bremen: de Delacroix a Beckmann, una selección de 130 pinturas y esculturas que condensan la esencia de los fondos atesorados por la galería de arte alemana.

La ocasión, como abundó Grunenberg en el acto de presentación, se debe al hecho de que la Kunsthalle acoge actualmente una muestra “espectacular” titulada Iconos: veneración y adoración, que despliega 60 creaciones que exploran la noción de lo sagrado a través de sus 60 salas. “Se trataba pues de una oportunidad única de sacar nuestra colección al exterior”, agregó el director, que señaló que decisiones como esta las adoptan de manera democrática e independiente los 10.000 socios del museo, fundado en 1849. Aprovechando el viaje de este conjunto de obras, que permanecerán en Bilbao hasta el 16 de febrero de 2020, los comisarios de la muestra (Grunenberg y Petra Joos, del museo vasco) han querido explorar nuevas interpretaciones de las piezas que poseen, que abarcan seis siglos, pero que en el Guggenheim han quedado reducidos a 150 años: desde principios del siglo XIX hasta mediados del XX. “Hemos querido aprovechar para mostrar movimientos que no son tan conocidos”, apuntó Joos, que explicó que el hilo conductor lo cosen las relaciones artísticas que en aquella época desarrollaron Alemania y Francia. “Del mismo modo que hoy no se podría interpretar a Beethoven como en su época, al trasladar las obras a Bilbao también hemos querido mostrarlas de otra forma, aunque siempre respetando la partitura”, ilustró la comisaria.

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Vecinos y rivales, admiradores mutuos, Alemania y Francia generaron estrechos vínculos artísticos. Muchas veces, los pintores viajaban a ver la producción de sus colegas extranjeros para volver a su país y “traducirla” a su propio lenguaje creativo. En un recorrido que atraviesa el clasicismo, romanticismo, impresionismo, posimpresionismo y la colonia de artistas Worpswede hasta desembocar en el expresionismo alemán, las piezas de la Kunsthalle ponen de manifiesto las semejanzas y diferencias que se generaron entre ambos puntos de vista, lo que da lugar a, como dijo Grunenberg, a “un diálogo muy activo”. Mezclando algunas obras de renombre con otros trabajos menos conocidos, la muestra pone de relevancia, por ejemplo, la dulzura y la afectación del colorido de los impresionistas franceses (representados por nombres destacados como Pierre Auguste Renoir y otros más oscuros como el de Eva Gonzalès, pintora de origen español) frente a la mayor tendencia al realismo de sus contrapartes alemanas, entre quienes despunta la tríada formada por Max Slevogt, Max Liebermann y Lovis Corinth.

Entre las piezas más sobresalientes se encuentra el Campo de amapolas de Vincent Van Gogh, una pintura tardía (de 1889), realizada durante su estancia en el psiquiátrico. Su compra por parte de la Kunsthalle en 1911 levantó ampollas entre sus socios, que por entonces se debatían entre el sentimiento nacionalista y la apertura a nuevos horizontes artísticos. “El director en la época, Gustav Pauli, tenía un enfoque centrado en la calidad del arte”, subrayó Grunenberg, que destacó la importancia de grabados y dibujos dentro de la colección del museo de Bremen, que conserva unos 2.000 (entre 5.000 y 6.000 se perdieron en la Segunda Guerra Mundial), de los que se muestran en el Guggenheim ejemplos de figuras como Caspar David Friedrich o Emil Nolde. Del lado de los descubrimientos destacan los cuadros precursores del expresionismo alemán de Paula Modersohn-Becker, miembro de la colonia de artistas de Worpswede, inspirada en el modelo francés de Barbizon: un espacio cerrado al academicismo y abierto a la experimentación. Los paisajes planos y tendentes a la abstracción de la pintora, fallecida a los 31 años en 1907, y sus retratos esquemáticos, se adelantaron a las ideas de otros compatriotas también presentes: el grupo Die Brücke, Ernst Ludwig Kirchner, Max Beckmann, Oskar Kokoschka. Desde las esculturas de Rodin hasta los retratos de Otto Dix, de Francia a Alemania y de Bremen a Bilbao, dos ciudades portuarias y de espíritu burgués, la muestra recorre un siglo y medio de influencias cruzadas que ayudaron a encauzar el arte de la modernidad. “En Alemania y Francia los movimientos artísticos fueron muchas veces reacciones de otros”, afirmó Joos, “Y eso en el fondo es una prueba de que la tolerancia y la comprensión suman”.

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Sobre la firma

Silvia Hernando
Redactora en BABELIA, especializada en temas culturales. Antes de llegar al suplemento pasó por la sección de Cultura y El País Semanal. Previamente trabajó en InfoLibre. Estudió Historia del Arte y Traducción e Interpretación en la Universidad de Salamanca y tiene dos másteres: uno en Mercado del Arte y el otro en Periodismo (UAM/EL PAÍS).

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