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SILLÓN DE OREJAS
Tribuna
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La lección del maestro

Mario Vargas Llosa domina el tiempo narrativo y los modos de mantener en vilo al lector

Manuel Rodríguez Rivero
Olvido García Valdés.
Olvido García Valdés.INMA FLORES

1. Conspiraciones

Me paso la mayor parte de la semana leyendo, hojeando o haciendo calas en libros que, en general, no me resultan memorables. No me entiendan mal: no me quejo; hago lo que siempre me ha gustado y, además, me pagan por ello, un raro privilegio. Pero les aseguro que la mayoría del monte dista mucho de ser orégano. Muchas de las novelas que empiezo las dejo sin terminar: últimamente, a raíz del fortísimo mimetismo editorial provocado por la vulgarización mercadotécnica del #MeToo, en mi cajón de desechables reposan más novelas de mujeres: y —atención— no porque ellas escriban peores novelas, sino porque publican más, y en las editoriales han relajado los controles a la hora de publicarlas, en un intento atropellado de hacer caja a costa de un evidente desequilibrio histórico. Quizás cuando se repare regresará la exigencia en los criterios de la edición literaria, que deben ser los mismos para todos.

Mientras tanto, lo cierto es que, cuando cae una gran novela en mis manos, las horas pasadas leyendo libros desdeñables se ven recompensadas: me da la sensación de recuperar —corregida por el tiempo, ese falso curandero— aquel entusiasmo primordial que sentí cuando leí por primera vez, y en edición completa, Robinson Crusoe o, algunos meses más tarde, Cumbres borrascosas, que requisé de la biblioteca de mis padres y devoré muerto de miedo y sin entender del todo quién era quién, y de qué iba aquel oscuro espanto que tanto me atraía.

He vuelto a experimentar aquella sensación tan redentora con Tiempos recios (Alfaguara), la última novela de Vargas Llosa (MVLL), en mi opinión la mejor que ha publicado desde La Fiesta del Chivo, hace casi 20 años. Enmarcada entre un prólogo —‘Antes’— que resume, dramatizándola, la historia de la United Fruit en Guatemala y un epílogo-reportaje documental y autobiográfico —‘Después’— se desarrolla la trama de esta novela. MVLL, que aprendió en Tolstói el arte de fundir en la ficción la épica de los pueblos con los dramas —y las farsas— de los personajes que la hacen y padecen, disecciona las conspiraciones e intrigas alentadas desde EE UU para someter el país a los intereses de la United Fruit, la enorme corporación que durante varias décadas controló la política centroamericana y caribeña por medio de partidos y dirigentes corruptos y golpistas (Neruda se refirió a ellos como la “dictadura de las moscas”).

MVLL se centra, especialmente, en las intrigas contra el Gobierno (1951-1954) de Jacobo Árbenz, un liberal con suaves tendencias socialdemócratas (se entiende por qué su figura atrae tanto al autor) cuyas tímidas reformas (la agraria, especialmente) suscitaron una feroz campaña orquestada desde EE UU (y difundida incluso por medios como The New York Times), en la que se le acusaba de comunista y de servir de cabeza de puente de los soviéticos en el continente.

La campaña, dirigida por la CIA durante el Gobierno de Eisenhower (con el paranoico anticomunista Foster Dulles como secretario de Estado), culminó con el golpe de Estado (junio de 1954) de Carlos Castillo Armas. MVLL, un maestro absoluto del tiempo narrativo (que aprendió en Faulkner y en otros modernistas) y de los modos de mantener en vilo al lector haciéndolo avanzar y retroceder para mostrar la perfecta imbricación de lo novelesco (y real-inventado) con lo real-histórico, mezcla sin fisuras los destinos de Guatemala con los de su larga, fascinante, nómina de personajes complejos que palpitan llenos de vida (y de contradicciones) ante los ojos del lector, de cualquier lector. Hacía tiempo que no disfrutaba y me conmovía tanto una novela.

2. Olvido(s)

Se inauguró Liber, la más famosa feria (profesional) del libro que tiene lugar entre los Pirineos y el mar de Alborán. Su 37ª edición se celebra entre el suspiro de alivio que para muchos ha supuesto la “dimisión por asuntos propios” de Olvido García Valdés, la directora general (sí: cometió algunos errores de bulto, no valoró adecuadamente la relación de fuerzas con sus interlocutores, y hasta se atrevió a declarar —horror— que el sector editorial, ese modelo de transparencia, era “opaco”), y el escalofrío de aprensión por las previsibles demandas interpuestas por papás y mamás al “cártel” (así lo llaman) de los productores de ese (todavía) muy rentable negocio de los libros de texto. No en vano ANELE (la asociación de editores de enseñanza), así como Santillana y Anaya —dos de los más grandes productores—, forma parte del politburó (junta) de nueve miembros (sin contar a su secretario) de la Federación de Gremios de Editores.

Por lo demás, y según las declaraciones a la prensa, el sector va “razonablemente” bien, como siempre; al parecer leemos más (un 65,8% lee al menos ¡un libro! —cualquiera— al año: pronto alcanzaremos hábitos escandinavos), y seguimos comprando libros, sobre todo si pertenecen a alguno de los grandes grupos. A Liber siguen asistiendo —subvencionados total o parcialmente— varios centenares de bibliotecarios y prescriptores americanos, que efectúan aquí una escala antes de la Buchmesse de Fráncfort, y se supone que facilitan el acceso de nuestros libros a los mercados transatlánticos.

Hay mesas redondas profesionales de calidad variable y se conceden algunos premios más que merecidos. El país invitado es Sharya —consulten un mapa detallado de los Emiratos Árabes Unidos—, que en 2020 devolverá la cortesía invitando a España a su feria. Por cierto, si a algunos de los muy improbables (me lo he ganado a pulso) editores que aún me leen les apetece viajar al emirato, permítanme dos consejos: ni se les ocurra llevar alcohol y, si son mujeres, no saquen los shorts de la maleta aunque se estén cociendo. Así se las gastan, por más que su sultán Ben Mohamed al Qasimi —en el poder desde 1972, a excepción de un brevísimo golpe de Estado que le dio su hermanito Abdelaziz— sea autor de varios libros de historia y de algunas obras de teatro.

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