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Una escuela del futuro, hace cien años

Una exposición recuerda los objetivos y los logros del Instituto-Escuela con motivo del centenario de la revolucionaria institución

Alumnos del Instituto-Escuela, en Berlín, durante una excursión en verano de 1931.
Alumnos del Instituto-Escuela, en Berlín, durante una excursión en verano de 1931.Álbum de Julia Pettersson Salom (Fundación Francisco Giner de los Ríos)

La escuela del futuro ya se pensó hace más de un siglo. Esa impresión queda tras la visita a la exposición que este jueves se inaugura en la Fundación Francisco Giner de los Ríos-Institución Libre de Enseñanza de Madrid. La escuela del futuro sería una escuela en la que los niños no utilizarían libros de texto sino que los elaborarían ellos mismos. Una escuela en la que los profesores no dictarían lecciones magistrales, sino que ayudarían a los alumnos a aprender a través de las experiencias. Una escuela en la que los niños no permanecerían encerrados en el aula, sino que harían excursiones y visitas a lugares de interés para que esa búsqueda activa de conocimiento los llevara a hacerse nuevas preguntas. “¿Y si eso ya se pensó hace ciento y pico de años y no solo fue un proyecto sino que fue una realidad?”, se pregunta Carlos Wert, comisario junto a Antonio Moreno, Eugenio Otero y María del Mar del Pozo de la exposición Laboratorios de la nueva educación. En el centenario del Instituto-Escuela, organizada por la propia fundación junto con Acción Cultural Española y la Residencia de Estudiante. “¿No será necesario hacer un regreso al futuro?”, se pregunta el experto.

El Instituto-Escuela de Madrid, creado en 1918, fue una institución pública que ensayó nuevos planes y métodos educativos y además implantó proyectos para formar a los profesores que llevaran a cabo esa revolución, incluso con viajes de formación en el extranjero. El germen surgió décadas antes, cuando en 1876 se fundó la Institución Libre de Enseñanza, impulsada por, entre otros catedráticos, Francisco Giner de los Ríos para modernizar la cultura y la sociedad española a través de la educación. Eran tiempos difíciles, en los que se suspendió la libertad de cátedra en la Universidad a cualquier enseñanza contraria a la fe católica, a la monarquía o al sistema político vigente. Y aunque en un principio la intención era crear una universidad libre a semejanza de la existente en Bruselas desde 1834, el proyecto se modificó para empezar a formar a los nuevos ciudadanos desde niños.

Alexander Calder, representando 'El circo más pequeño del mundo' en la Residencia de Estudiantes en 1933.
Alexander Calder, representando 'El circo más pequeño del mundo' en la Residencia de Estudiantes en 1933.

“Cuando hace siglo y pico se habla de la ‘nueva educación’, que era un fenómeno mundial, ya hay una versión española, que es la Institución Libre de Enseñanza”, explica Wert. Y de ello deja constancia la exposición, que recorre a través de paneles, vídeos, fotografías y materiales escolares, la historia de ese apasionante y revolucionario proyecto. Junto a esos elementos también se exhiben algunas obras plásticas de artistas que de alguna manera estuvieron vinculadas al movimiento educativo. Hasta se muestra una fotografía del escultor estadounidense Alexander Calder durante su representación de El circo más pequeño del mundo en la Residencia de Estudiantes en 1933.

“¡Transformad esas antiguas aulas!”, exclamó Giner de los Ríos en su discurso de apertura del curso 1880-1881, según reza uno de los paneles de la exposición. Y en aquellos años se propugna que la enseñanza debe basarse en principios como “despertar la curiosidad en el niño”, “educar en el sentido histórico, para ver cada realidad actual como manifestación última de un proceso” o “familiarizar con las leyes de la materia”. Pero también en otros, más novedosos, como hacer excursiones al campo, trabajos manuales, practicar la gimnasia y los juegos, o emplear la música y el canto. De todo se encuentran ejemplos en la exposición, con fotografías de niños en el campo, tomando el sol en una terraza, conversando en el comedor o jugando en el patio. También con algunos de los objetos con los que jugaban o las piezas que creaban.

Niños en una clase del Instituto-Escuela en la Sección Hipódromo, 1933.
Niños en una clase del Instituto-Escuela en la Sección Hipódromo, 1933.INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA

Y entre las decisiones más revolucionarias de su sistema figura una: “Sacaron completamente los libros de texto del aprendizaje escolar”, afirma el comisario Eugenio Otero, “el conocimiento tiene que construirlo el niño, no tiene que recogerlo construido de los libros”. En ello abunda su colega Antonio Moreno: “La metodología tradicional es una metodología de una persona que habla y los alumnos que escuchan. La que ellos propugnan es una metodología activa, participativa, que los propios alumnos con sus cuadernos de trabajo vayan elaborando incluso lo que es un libro. Es el trabajo colaborativo del que se habla ahora”. En las vitrinas de la sala de exposiciones de la Fundación se muestran numerosos ejemplos de esos cuadernos, llenos de imaginativos esquemas, dibujos y gráficos. Unas ilustraciones que se mueven animadas en un monitor cercano, gracias a un vídeo realizado a propósito para la exposición.

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No solo teorizaron, lo pusieron en práctica. “Los institucionalistas tienen claro que esto es un laboratorio porque lo que quieren es hacer ensayos de reforma para después generalizar la reforma”, asegura José García-Velasco, presidente de la Institución Libre de Enseñanza, “Giner no quería esto para una minoría, quería levantar el alma de todo el pueblo”. Por eso, se fueron creando diferentes centros experimentales para mejorar distintos aspectos de la enseñanza (formación de profesores, horarios, programas…). Con la creación en 1907 de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, ya desde la administración, llegaron otras plataformas públicas que propugnaban la reforma del sistema educativo. Y finalmente nació en 1918 el Instituto-Escuela, que tuvo reflejo en instituciones similares en Barcelona, Sevilla, Valencia y Málaga. Pero el sueño se rompió bruscamente, como tantas cosas en aquellos años, por la sinrazón del fuego y las bombas. “Estas prácticas se interrumpieron con la Guerra Civil, la dictadura franquista y la depuración de la mayor parte de quienes participaron en aquella experiencia”, explican los organizadores.

Alumnas del Instituto-Escuela de viaje a Barcelona, en los años veinte.
Alumnas del Instituto-Escuela de viaje a Barcelona, en los años veinte.Residencia de Estudiantes

Sin embargo, aquellas experiencias pueden ser útiles un siglo después. “Hoy en día, se necesita una educación activa que forme personas capaces de gobernar su vida profesional y personal. Ya no solo es un deseo, es una necesidad. Una sociedad que quiera en este momento prosperar necesariamente tiene que formar ciudadanos con esas características”, asegura Wert, basándose en el modelo del Instituto-Escuela.

“La educación es cara pero la ignorancia es más cara todavía”, añade Antonio Moreno, que explica que la muestra no solo tiene una importancia histórica, sino que puede ayudar a plantearse ahora la enseñanza del futuro. “Esta exposición sirve para pensar en cómo estamos ahora y en qué es lo que podemos hacer. En aquel momento era una situación decadente en España, con 11 millones de analfabetos de 20 millones de habitantes ¿Qué hay que hacer para salir de ese atolladero? Pues bueno, se hicieron preguntas y buscaron respuestas y las respuestas son exitosas en la medida que pudieron. ¿Qué hay que hacer ahora? Hacerse preguntas y buscar las respuestas, que es lo que realmente no se hace”.

Laboratorios de Educación. En el centenario del Instituto-Escuela. Fundación Francisco Giner de los Ríos-Institución Libre de Enseñanza. Paseo General Martínez Campos, 14. Hasta el 1 de marzo de 2020.

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