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Kati Horna, la heroína oculta tras la gran fotógrafa

Los negativos localizados en Amsterdam rescatan la biografía y el compromiso de una mujer que tras escapar de la Guerra Civil y el nazismo rehízo su vida en México

Autorretrato de Kati y José Horna, en la Ciudad Universitaria de México, hacia 1950. Imagen del archivo de la fotógrafa.
Autorretrato de Kati y José Horna, en la Ciudad Universitaria de México, hacia 1950. Imagen del archivo de la fotógrafa. ANA MARÍA NORAH HORNA Y FERNÁNDEZ
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La guerra perdida de Kati Horna

La fotógrafa Kati Horna (Budapest, 1912 - Ciudad de México, 2000) sobrevivió a la mala suerte en una Europa en la que las biografías se escribían en el último minuto. Para cuando escapó del continente con 27 años, camino de México, había estudiado con Bertolt Brecht y en la Bauhaus, abrazado el anarquismo, fotografiado una guerra, liberado a su pareja de un campo de concentración y huido de los nazis. El hallazgo en Ámsterdam de más de 500 negativos de su trabajo en la zona anarquista durante la Guerra Civil española, perdidos desde el final de la contienda, permite el rescate de una vida plagada de peripecias. A ese esclarecimiento colabora su hija, Ana María Norah Horna y Fernández, administradora de un archivo de más de 19.000 documentos relacionados con la vida y obra de sus padres, que hace memoria en una conversación telefónica desde México.

La fotógrafa había conocido al pintor y escultor José Horna en 1938, en la revista anarquista Umbral, y meses después estaba liberándolo de un campo de concentración de refugiados en los Pirineos, donde había sido confinado tras ser arrestado cuando cruzaba la frontera con Francia. El pasaporte húngaro de ella jugó esta vez a su favor.

Kati y Robert Capa no tuvieron ningún amorío, había una gran amistad y un punto de vista muy distinto de estar en la vida

Norah Horna y Fernández

Se hizo con material de esquí para subir a las pistas que había junto al lugar de confinamiento de los republicanos. “La gente le advertía de que fuera con cuidado, que aquella zona estaba llena de refugiados españoles”, recuerda desde su casa mexicana Norah Horna, de 68 años. Al llegar a su destino, Kati se alojó en un hotel frente al campo y consiguió un salvoconducto para ir a visitar a su compañero. Vestía ropa elegante prestada por sus amigos, quienes también le cedieron para la pantomima a un bebé y una limusina que les sirvió para escapar disfrazados.

Una vez en París, todo se complicó cuando la policía descubrió a José. Tenían 15 días para desaparecer de la ciudad. El pintor arregló sus papeles para salir con destino a Nueva York, pero esta vez el pasaporte húngaro impidió a Kati seguir los pasos de él. Acudieron juntos a la embajada mexicana, donde ella se hizo pasar por Catalina Fernández, nacida en Martos (Jaén). Narciso Bassols, el embajador que obró el milagro de la marcha y salvación de tantos republicanos españoles a México, dio el visto bueno al nuevo pasaporte y a la nueva vida de Kati Horna.

La siguiente parada de su aventura fue la isla neoyorquina de Ellis, lugar emblemático de la gran historia de las migraciones del siglo XX, donde los candidatos eran examinados antes de su ingreso en Estados Unidos.

La promesa de Capa

La guerra la humanizó, no la amargó

Norah Horna y Fernández

La pareja llegó con la esperanza de que les ayudara, como había prometido, el fotógrafo Robert Capa, que también fue testigo en la Guerra Civil española. Norah Horna cuenta que Capa, también húngaro, y su madre tenían amistad desde la infancia. “Hay mucho mito sobre la relación entre ambos. Yo creo que no tuvieron ningún amorío, había una gran amistad y un punto de vista muy distinto de estar en la vida. Mi mamá contaba que llegaba con Capa al elegante hotel donde residía en la guerra de España y le pedía fruta para sus compañeros”, cuenta.

De Ellis partieron para Veracruz tras conseguir un poco de dinero para dos billetes de barco. “Llegaron el 31 de octubre de 1939, cumpleaños de mi padre”, señala Norah. Su vida en México, en la colonia de Roma de la capital, fue apacible y fecunda en lo artístico. Allí conocieron y frecuentaron a personalidades del movimiento surrealista como Remedios Varo o Leonora Carrington. Ella, además, desarrolló su trabajo como colaboradora de diversas publicaciones, para las que realizaba reportajes gráficos y retratos de protagonistas de la escena cultural mexicana.

“Lo hallado en Ámsterdam es una parte importante del trabajo de mi mamá, pero solo es una parte”, apunta Norah. Tampoco cree en el vínculo ideológico que el hallazgo parece reforzar. “Mi madre no fue una militante anarquista”, asegura en contra de lo que argumenta la historiadora del arte Almudena Rubio, responsable del descubrimiento en los archivos de la CNT-FAI, el sindicato anarquista que los sacó de Barcelona en 1939.

En Alemania fue Katalin Deutsch. En México, Catalina Partos. Por un momento, se hizo pasar por Catalina Fernández, y para la historia de la fotografía siempre será Kati Horna. ¿Cuántos nombres necesitó para su mera supervivencia? “Tuve muchos líos de papeles incluso para enterrarla”, recuerda Norah Horna.

Cuando piensa en su madre, piensa en la maestra que dedicó más de dos décadas a enseñar fotografía como la unión de técnica y humanidad. “Con sus imágenes reencuentra sus pérdidas. Era una mujer europea, pero muy bien hallada en México. No se amargó por la guerra. En España aprendió los grandes valores: la bondad, la ética, la honestidad, la compasión y el compromiso. La guerra la humanizó, no la amargó”.

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