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Columna
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Buitres

El espanto de Alcàsser, con tres crías violadas, degradadas, torturadas, ejecutadas porque sí, enloqueció de dolor no solo a sus familias sino también a cualquiera en posesión de entrañas

Carlos Boyero
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Leo una entrevista con los directores de la serie documental de Netflix El caso Alcàsser en la que afirman: “Allí vimos que el mal está entre nosotros”. Añadiría aquí, antes, ahora, después, siempre. Y la oscuridad casi siempre ha ganado su batalla contra la luz. Bueno, hay excepciones. Un monstruo de proporciones cósmicas llamado nazismo, con efectos devastadores para la historia de la humanidad si hubiera vencido, tuvo su bendito Núremberg, aunque muchos gorilas poderosos, con grotesco carné de demócratas, lo sigan añorando en sus sueños.

El espanto de Alcàsser, con tres crías violadas, degradadas, torturadas, ejecutadas porque sí, porque los verdugos podían hacerlo, por sadismo orgásmico, enloqueció de dolor no solo a sus familias sino que también aterró a cualquiera en posesión de entrañas. Pero el personal perdió la cabeza, exigió linchamientos, creyó sin mácula de duda las certidumbres y las especulaciones de un padre roto y convencido de que él encarnaba la única verdad, de un buscavidas profesional que ejercía de presunto investigador y de carroñeros del periodismo televisivo con la única obsesión de aumentar las audiencias. La verdad les importaba una mierda. Solo existía el negocio, exprimirlo hasta la obscenidad. Y afortunadamente, también existieron aquellas profesionales del periódico Levante, injuriadas y amenazadas por la masa, que buscaron datos y rigor.

No lo abandonen en las primeras entregas. Lleguen a ese juicio que no habíamos podido ver hasta ahora. A ese siniestro enmascarado corriendo como un niño perdido en una estación. A la aparición de la codicia utilizando la solidaridad de la gente. El dinero, como siempre, presidiendo el macabro cambalache.

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