Chernóbyl: cómo narrar lo que no se puede narrar
¿Cómo interpretan las víctimas de Chernóbil su experiencia si no hay mito, episodio histórico o novela que se le parezca?


Estoy tan obsesionado con Chernobyl que acabo de ver una foto de una ciudad en tono sepia con una niebla marronácea cubriendo los edificios y he pensado que era un fotograma de la serie. Qué va: era una perspectiva de Madrid y su boina un día de mucha contaminación. Por lo que percibo, esto le pasa a más gente, y las razones de esa fascinación no están tanto en la calidad (soberbia e inapelable) de la serie, sino en la propia catástrofe.
Lo explica Svetlana Alexiévich en su Voces de Chernóbil (una de las obras en las que Craig Mazin se ha basado para escribir la ficción de HBO): la explosión nuclear desafía nuestra capacidad de narrar. Alexiévich tardó una década en decidirse a escribir la primera versión de su obra porque no quería regurgitar otro libro sobre Chernóbil. De esos había muchos y era relativamente fácil hacerlos: recopilar información, construir una cronología y ordenar lo que se sabe en un relato. Nada que cualquier periodista con oficio no supiera hacer.
Ella quería saber cómo las víctimas se contaban la historia a sí mismas. Cómo se narraba lo que no tenía modelos. Sabemos relatar una guerra porque conocemos muchas guerras. Incluso sabemos contar el Holocausto porque ha habido otros exterminios. Damos sentido a nuestra vida al comparar las experiencias con relatos que conocemos. Pero ¿cómo interpretan las víctimas de Chernóbil su experiencia si no hay mito, episodio histórico o novela que se le parezca?
Por eso, Voces de Chernóbil tiene una marca de autor tan acusada, y esa marca es precisamente lo que echo de menos en la serie de HBO, que, siendo brillante, no se despega de la voluntad testimonial y no se hace las preguntas que inquietan tanto a Alexiévich. Tras verla, aunque nos obsesione y temblemos en el sofá, seguimos sin saber qué ocurrió aquella madrugada de 1986.
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