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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pisotear a las mujeres en nombre del futuro y Dios

La aterradora ‘El cuento de la criada’, tras una temporada impactante y otra decepcionante, debe recuperar el tino

Avance de la tercera temporada de 'El cuento de la criada'.
Elsa Fernández-Santos

Después de una primera temporada impactante y una segunda decepcionante, El cuento de la criada acaba de estrenar su tercera entrega en el catálogo de HBO España (la serie es original de Hulu) rodeada de incógnitas sobre el rumbo de su ficción. También, de alarmantes certezas sobre cómo la aterradora teocracia puritana imaginada por la novelista Margaret Atwood no deja de acercarse a la actualidad y las libertades que creíamos inalterables ya no lo son tanto. En Estados Unidos, el Estado de Georgia prohíbe el aborto; en otros países, como en España, la baja tasa de natalidad reabre un tramposo debate sobre la interrupción de los embarazos no deseados; la gestación subrogada plantea complejos dilemas éticos; en Argentina, la marea verde a favor del aborto divide al país y, en todas partes, el avance de la nueva ola feminista despierta un peligroso rechazo unido a un no menos preocupante oportunismo. En este tiempo, El cuento de la criada y su indeseable sociedad donde las mujeres son explotadas como meros cuerpos reproductivos se ha convertido en todo un símbolo y la capa roja y la cofia blanca que distingue a sus criadas-esclavas es un emblema recurrente en las manifestaciones de mujeres de todo el mundo. La serie sin embargo tiene una última oportunidad para recuperar el tino.

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Basada en la novela homónima que Atwood publicó en 1985, la primera temporada dejó una huella profunda en su estreno en 2017. Con su argumento ya muy lejos del libro original, planteó su segundo tiempo como un callejón sin salida que estiraba el chicle de su exitosa fórmula (una distopía con el feminismo, el cambio climático, el sexo y la maternidad de fondo) explotando la atrocidad de su relato de forma insoportable. El exceso de desgracia gratuita no funcionó y sus creadores tomaron nota. El guionista Bruce Miller ha asegurado que la brutalidad de la historia se ha reducido y la actriz Elisabeth Moss, su magnífica protagonista, ha añadido que la palabra clave de esta tercera temporada es "esperanza". Solo queda por ver si se trata de meros señuelos publicitarios o si de verdad la serie ha encontrado un camino verosímil y menos atroz.

Recordemos: la serie ocurre en un país imaginario, Gilead, vecino de Canadá. En él, un régimen de religiosos fundamentalista formado solo por hombres ha llegado al poder amparado por los desastres medioambientales y la baja natalidad. Cerrar las fronteras y volver a la pureza (¿les suena?) es el mantra de unos líderes que condenan a las mujeres (impuras profesionales liberales acostumbradas a vivir a su aire) a limpiar, cuidar y procrear. La protagonista, June Osborne, rebautizada como Defred por su amo y señor el Comandante Waterford (Joseph Fiennes), es una exeditora, hija de una activista de los derechos civiles, cuyo único atractivo de cara a esta nueva sociedad es su fertilidad. Si la primera temporada se planteó como un angustioso manual de supervivencia doméstica donde la violación y la tortura física y psicológica eran la norma, la segunda añadía al terror hogareño una acción desnortada con demasiado regusto en las ejecuciones y mutilaciones. Básicamente, se estiró en exceso el argumento para dar vueltas una y otra vez sobre lo mismo.

La segunda temporada estuvo cargada de flashbacks que hacían referencia por un lado a la infancia de la protagonista, criada por una madre feminista, y a cómo se fraguó la llegada al poder de la élite de blancos extremistas que ahora niegan sus derechos. La toma de conciencia de Serena (Yvonne Strahovski), la esposa del Comandante Waterford, llevó a un desenlace dramático. La temporada se cerró exactamente donde se abren los 13 episodios de la tercera entrega, con June entregando a su recién nacida hija Nicole a Emily, una de sus mejores amigas-criada, castigada de forma espantosa por su homosexualidad. Emily y el bebé huirán a Canadá mientras la protagonista decide volver a la boca del lobo para recuperar a su hija mayor, adoptada por una poderosa familia de Gilead. Es decir, otra vez nuestra heroína en esa ratonera de preciosas casas señoriales al estilo de Nueva Inglaterra donde los hombres pisotean a las mujeres en nombre del futuro y Dios. Eso sí, el nuevo hogar de la rebelde criada será el del Comandante Lawrence, principal intelectual e ideólogo del régimen cuya psicopatía y dilemas morales parecen centrar la tensión de los nuevos capítulos.

Como ocurre con las anteriores temporadas, además de su creíble ambientación y su afinado reparto, la principal baza de la serie vuelve a ser su actriz principal, Elisabeth Moss. Su mirada y voz en off son la espina dorsal de un relato donde locura y resistencia van de la mano. “Hubo un tiempo en el que las mujeres podíamos elegir. Era una sociedad agonizante, diría la tía Lydia, demasiado donde elegir…”, le escuchamos pensar en un momento de la nueva temporada. “Madre, querías una cultura de mujeres. Pues ahora ya hay una, y aunque no sea lo que imaginabas, existe”, añade su voz, tan dulce como enérgica, mientras una vez más vuelve a clavar esa mirada entre desafiante y perdida en unos espectadores que solo gracias a ella aún no se han dado del todo por vencidos.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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