Monólogos para un cuadro dramático
Donal Ryan realiza el retrato de una Irlanda campesina y empobrecida, reacia a cualquier cambio
En el centro de la verja baja de la entrada hay un corazón rojo de metal ensartado en una bisagra giratoria. Ahora está desconchado, del rojo apenas queda nada. Habría que rascarlo, lijarlo, pintarlo, engrasarlo. Aun así sigue girando con el viento”. Esta imagen del corazón giratorio abre y cierra la novela. Es la imagen de una Irlanda enmohecida y anclada en un pasado inmovilista que prima la cerrazón y la reacción, pero que sigue viviendo, aún lastrada por su carácter de sociedad rural, dominada por una religión ajena a cualquier novedad, reacia a cualquier cambio.
El retrato de esta Irlanda campesina lo lleva apasionadamente a cabo Donal Ryan sobre un pequeño pueblo irlandés en pleno estallido de la burbuja inmobiliaria que trajo un dramático paro laboral de buena parte de sus habitantes. Para contar este periodo de carencia general, Ryan elige una estructura ya utilizada anteriormente por otros escritores: una sucesión de monólogos de todos los personajes que intervienen, a razón de monólogo por personaje, que permiten una visión de conjunto del lugar y de la situación. Cada voz tiene una oportunidad de expresarse y el conjunto muestra las consecuencias de los actos de los habitantes del pueblo por medio de la transversalidad de la historia personal de cada uno de ellos. El lector es el que finalmente debe armar al puzle, así que el libro exige una lectura tan atenta como entretenida.
Estrictamente hablando, la referencia literaria más evidente de este procedimiento narrativo es la Antología de Spoon River, del norteamericano Edgar Lee Masters (Bartleby, 2013, y Cátedra, 2014). La diferencia estriba en que los habitantes de Spoon River estaban todos muertos y los de Donal Ryan muy vivos y deprimidos o cabreados. La referencia más continua (si es que se la puede llamar así) es Bobby Mahon cuando descubre por un compañero que su empleador, un constructor de su propio pueblo, ha estafado a los empleados dejándolos sin pensión y en la calle. El enigma es la muerte del padre de Bobby, “tiene el corazón impregnado de mugre y los pulmones resecos y negros, pero que todavía consigue llenarlos de aire, resollar, toser y echarlo todo para afuera”, un hombre que no ha dejado de decepcionar a su hijo un solo día. Bobby está casado con Triona, que lo ama y lucha por los dos y además tiene un lío con Réaltín, del que nace un hijo, Dylan. Este es el ligero hilo conductor que ayuda a relacionar de un modo u otro a todos los demás personajes. El secuestro del pequeño Dylan aportará un toque dramático al desarrollo de la trama.
La escritura es excelente, las voces están todas muy bien construidas y diferenciadas y sostienen bien la lectura, son distinguibles entre sí y responden a la condición social y vital de cada uno. En definitiva, estamos ante un cuadro dramático de vida contado desde la conciencia y el habla de cada personaje. El resultado final no deja de ser más bien costumbrista, lo que hace que suene a ya visto, pero la narración se sigue con verdadero interés, aunque literariamente no aporte mucho, aparte de la contemporaneidad del asunto. El lector se identifica con ese conjunto de voces y empatiza de verdad con ellas (muy buen trabajo del autor) . También hay que señalar que, a efectos de construcción de la trama, el secuestro del niño Dylan sólo cuenta hacia el final, lo que resta dramatismo al suceso; uno tiene la sensación de que es una rama lateral más del tronco. Pero no se equivoque nadie: el libro tiene cuerpo y coraje.
Corazón giratorio. Donal Ryan. Traducción de Celia Filipetto. Sajalin Editores, 2019. 175 páginas. 19 euros.
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