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Columna
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Arrolladora simpatía

Edgar Neville vive actualmente la reivindicación de su figura, y con él su actriz favorita, la intrépida e inusual Conchita Montes

De no haber muerto a los 68 años de un infarto, Edgar Neville quizás estaría celebrando estos días algo más de su centenario. Era gordo y glotón, “un finísimo ingenio alojado en una caja desmedida”, según le definió Luis Escobar con su agudeza habitual; fue un miembro destacado de la llamada “otra generación del 27”, creador de importantes obras para el diseño, el cine y el teatro en las que plasmó con buen humor su visión crítica de nuestra sociedad pacata (La vida en un hilo es un buen ejemplo); amigo entre otros de Charles Chaplin y desde luego de Mihura, Tono, Jardiel Poncela y toda la espléndida tropa de la revista La Codorniz. Ha sido revindicado por los jóvenes actuales (La torre de los siete jorobados es, especialmente, su obra más valorada), siendo motivo de homenajes, documentales y libros biográficos como el magnífico de Ríos Carratalá, de aconsejable lectura, titulado Una arrolladora simpatía, editado por Ariel.

No es ahora Edgar Neville el único sujeto de recuperaciones, también lo es su actriz favorita, con la que compartió una larga y apasionada historia de amor contra todos los convencionalismos de la época, es decir, la intrépida e inusual Conchita Montes. Ella no solo fue actriz de teatro, cine y televisión, sino también traductora de numerosas obras, eventual empresaria, y autora del famoso pasatiempo El damero maldito, desde tiempos de la Segunda República hasta que las fuerzas comenzaron a flaquearle. Se acaba de publicar la primera biografía dedicada a ella (Conchita Montes, una mujer ante el espejo, escrita por Felipe Cabrerizo y Santiago Aguilar, y editada por Bala Perdida) en la que se reconoce no solo a una artífice de la alta comedia frívola y elegante que ella marcó con peculiar estilo en los escenarios y en algunas de sus películas (El baile, escrita y dirigida por Neville fue quizás su obra cumbre), sino a una intelectual valerosa en un contexto de hombres y en época de represión política y moral.

Era hora de esta recuperación de Conchita Montes, olvidada por muchos (no así por Berlanga que contó con ella en La escopeta nacional), olvido del que ella se quejaba, por ejemplo, cuando en el programa de TVE Queridos cómicos no se contó con su presencia, cuando sí estaban bastantes actrices más jóvenes por las que Conchita se preguntaba: “Pero. ¿qué han hecho?”.

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