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Causas y efectos de la arquitectura en la era digital

La exposición ‘Architecture Effects’ en el Museo Guggenheim de Bilbao ahonda en la actual relación entre arte y arquitectura

'Un hogar no es un agujero' (2016), de Didier Faustino
'Un hogar no es un agujero' (2016), de Didier FaustinoFrancisco Nogueira

La apertura en 1997 del Museo Guggenheim Bilbao, de Frank Gehry, supuso toda una convulsión en el debate sobre la arquitectura como forma de “hacer ciudad”. Después de dos décadas, aquel efecto Bilbao es hoy día el modelo de su propio éxito antes que un ejemplo a seguir por urbanistas, planificadores y políticos. Esta exposición trata ahora de actualizar la siempre espinosa relación entre arte y arquitectura partiendo de la fecha inaugural de tan singular construcción. Veinte años después del hito, las imágenes de la inau­guración del museo, rescatadas en un archivo en una zona de acceso, parecen viejas, con políticos ya fuera de juego y vestuario pasado de moda. El edificio, sin embargo, no ha perdido ni un ápice de su originalidad; su incólume apariencia reflectante del entorno circundante contrasta con las imágenes del solar y los aledaños tomadas por el artista y fotógrafo Mikel Eskauriaza entre 1995 y 1997.

En este lapso de tiempo, las relaciones entre arte y arquitectura se han multiplicado y diversificado, aunque el objeto común de su nexo e interacción ha girado por completo. A aquella época experimental y neovanguardista del propio Gehry, Peter Eisenman, Zaha Hadid y Greg Lynn que subrayaba los pliegues, torsiones, rotaciones deconstructivas y semánticas, y en la que el dibujo por ordenador marcaba la pauta, le ha seguido una coyuntura en la que la arquitectura funciona como un crisol donde se refunden los más variopintos discursos: diseño y domótica, la teoría crítica, la sociología, el feminismo y también el arte contemporáneo y su “giro performativo”. Esta exposición funciona como una muestra, una cata o prueba, en la que los arquitectos ya no necesitan exhibir “arquitectura” porque ésta se ha disuelto en una miríada de indisciplinas orgullosas de serlo. Cuando las causas trascienden el orden disciplinar y las necesidades cambian, también lo hacen sus efectos.

Es una exposición de laboratorio, modesta en su aspecto e inusual en el lugar, su principal virtud

Por contextualizar: aquella fusión arquitectura-arte de hace dos décadas tuvo en el programa de ordenador CATIA uno de sus principales ­argumentos, utilizado, además de por ­Gehry, por Richard Serra en sus monumentales elipses y espirales que componen La materia del tiempo y que permanecen dócilmente situadas a unas decenas de metros de la exposición que nos ocupa. En El complejo arte-arquitectura (Turner, 2013), el crítico de arte Hal Foster señalaba el momento en el que la arquitectura comenzaba a competir con el arte desde el punto de vista de la iconicidad escultural. Sin embargo, ya no estamos en ese “momento”: la crítica al capitalismo global y a sus “arquitectos estrella” ha reconducido un debate en el que conceptos como forma, imagen e iconicidad ceden ante un principio general: la ética por encima de la estética.

En este contexto, el pequeño formato de Architecture Effects es una exposición “de laboratorio”, modesta en su aspecto, inusual en un lugar donde predomina la tematización y el espectáculo: posiblemente ésta sea su principal virtud y, como cualquier prueba de ensayo en un laboratorio, los resultados pueden resultar frustrantes o insuficientes. Por ello mismo, los efectos a los que alude el título tal vez tengan que ser leídos en clave psicoanalítica, como síntoma, y no de manera literal. Mucho menos a partir del gusto. Comisariada por Manuel Cirauqui, del Guggenheim Bilbao, y Troy Conrad Therrien, curator de arquitectura e iniciativas digitales en la sede de Nueva York, no hay aquí rastro de algoritmos ni del programa CATIA (más allá de una leve mención). No se imaginan edificios o casas del futuro; más bien se señalan potencialidades de prácticas. Al contrario, este carácter de mutación de la imagen técnica aparece ejemplificado en un artista, Oliver Laric, cuyas esculturas y animación en vídeo alegorizan esta virtualidad de la tecnología.

'Columnas flotantes de 5 metros' (2015), de MAIO Architects.
'Columnas flotantes de 5 metros' (2015), de MAIO Architects.David Schalliol

Una prueba de fuego aquí consiste en tratar de distinguir, sin mirar las cartelas, qué piezas son de artistas y cuáles de arquitectos. Frida Escobedo al lado de Nina Canell: ¿quién la arquitecta y quién la escultora? Escobedo es la arquitecta autora del pabellón de verano de la Serpentine Gallery en Londres, y para esta ocasión ha extraído los vidrios de un edificio decaído perteneciente a una modernidad de su ciudad y los ha transportado en un gesto de descontextualización escultórica que examina una nunca-del-todo modernidad universal. A su lado, las esculturas cuidadosamente colocadas en el suelo de Canell hechas de cable de fibra óptica funcionan como metáfora de la digitalización del mundo desde el retorno a la más pura materialidad escultórica (del cableado). El franco-portugués Didier Faustino ejerce de arquitecto y escultor, y presenta una arquitectura de troncos de eucalipto, mosquitera y luz en un frágil y precario equilibrio que no responde a ninguna función; como una celda o vivienda mínima, efímera y poética. No podía faltar el lado de performance arquitectónica, que recae sobre las irónicas columnas flotantes de helio de MAIO Architects, entre Barcelona y Nueva York, cuya práctica expandida incluye la academia, edición de textos y el diseño de displays.

Pero incluso para aquellos estudios que construyen a gran escala, las exposiciones en museos son una oportunidad para la diversificación y la estratificación de una profesión con riesgo de osificación. Una mirada a las webs de MOS Architects (Michael Meredith y Hillary Sample) y Leong Leong, ambos de Nueva York, muestran importantes edificaciones en geografías y latitudes muy diversas. Los primeros presentan aquí una especie de tienda nómada cibermilitarizada donde el textil repele las señales de telefonía móvil; los segundos, una bañera con sal de las salinas de Añana…

Una prueba de fuego consiste en distinguir qué piezas son de artistas y cuáles de arquitectos

Refiriéndose al estudio Diller Scofidio + Renfro, Hal Foster escribió: “¿Será que la interdisciplinareidad, que alguna vez se consideró transgresora, se ha convertido en algo casi rutinario, no solo en el mundo artístico y académico, sino también en la arquitectura y hasta en una norma del ‘nuevo espíritu del capitalismo’ que hoy campea —o sea, una economía en la que se nos invita (de hecho se nos insta) a conectar, a colaborar, a formar redes, etcétera—?”. Habría que añadir ser artistas o creativos. Cabe preguntarse por ello en una era donde entre academia (discurso y teoría) y performance (acción y activismo) se abre un espacio para la diferencia.

Architecture Effects. Museo Guggenheim. Bilbao. Hasta el 29 de abril 2019.

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