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FERIA DE ABRIL
Crónica
Texto informativo con interpretación

Injusto olvido para ‘Encendido’, un gran toro

Manzanares cortó las dos orejas a un animal de calidad suprema al que no se le dio la vuelta al ruedo

Manzanares , al natural, con su primer toro de la tarde.
Manzanares , al natural, con su primer toro de la tarde.PACO PUENTES
Antonio Lorca

Núñez del Cuvillo / Castella, Manzanares, Talavante

Toros de Núñez del Cuvillo, muy justos de presentación, mansurrones, blandos y nobles; destacaron el tercero, y, sobre todo, el segundo.
Sebastián Castella: dos pinchazos y estocada —aviso— (silencio); dos pinchazos —aviso— y estocada (ovación).
José María Manzanares: estocada en la suerte de recibir (dos orejas); media atravesada y un descabello (ovación).
Alejandro Talavante: estocada (oreja); dos pinchazos, casi entera, seis descabellos —aviso— y un descabello (silencio).
Plaza de la Maestranza. Octava corrida de la Feria de Abril. 17 de abril. Lleno de 'no hay billetes'.

El público, ya se sabe, suele ver veleidoso, y los criterios de los presidentes, a veces, incomprensibles. Encendido de nombre era el segundo toro de la tarde, número 151, negro mulato, de 525 kilos de peso —y primo hermano, por no decir gemelo, de Orgullito, al que el día antes se le perdonó la vida—, se fue al desolladero con una simple ovación cuando se había hecho merecedor, al menos, de una clamorosa vuelta al ruedo. Le perjudicó, quizá, el indulto del compañero, ningún espectador se atrevió a pedir tan clamoroso galardón, y el usía, quién sabe si por aquello de mantener el prestigio de la plaza, permitió que se fuera al otro mundo sin el reconocimiento que se ganó en el ruedo.

Encendido era un toro moderno, que nadie se engañe, es decir, de correcta presentación, dulce y generoso, pero de encastada nobleza que brilló, especialmente, en el último tercio. No destacó en varas, como es habitual entre sus compañeros de generación, pero persiguió en banderillas con enorme codicia y embistió a la muleta de Manzanares con un abanico de cualidades: largura, obediencia, prontitud, humillación, ritmo… y lo mejor, que fue a más, tanto que llegó a desbordar a su matador en los compases finales y destacó por encima de la faena del torero.

Aunque las comparaciones sean odiosas, poco tuvo que envidiar Encendido a Orgullito, de ahí, su cercanía en el parentesco. Y pudiera afirmarse, incluso, que este de hoy tuvo más casta que aquel que retoza ya en la dehesa salmantina. Pero así son las cosas. El triunfo de Orgullito ha dejado sin premio a Encendido. Un torazo de esos que encumbran a un torero.

José María Manzanares paseó las dos orejas de su oponente. Lo había recibido con un par de verónicas templadísimas y, después, se lució en un quite por chicuelinas, y Talavante en otro por delantales. El toro se vino arriba en banderillas y permitió que se luciera Rafael Rosa. El torero aprovechó la excelsa calidad del animal para levantar clamores con muletazos por ambas manos a los que Encendido acudía con clase y prontitud por los dos lados. Era la suya una embestida de ensueño, no exenta de casta, de modo que el torero se vio apurado en alguna ocasión por el empuje del animal. Entre ambos compusieron una bella sinfonía, aunque el respetable se inclinó por el torero, especialmente con ocasión de un cambio de manos que desembocó en un circular con la mano izquierda espectacular. Mató de una estocada en la suerte de recibir y se llevó Manzanares todos los honores. Injusto olvido el de la Maestranza y el del presidente.

No hubo Puerta del Príncipe para el alicantino, aunque tuvo oportunidad para ello pues el quinto, un inválido que a punto estuvo de volver a los corrales, fue otro bombón, con menos casta que el anterior, pero más dulzura en su comportamiento. Destacó Manzanares por naturales, pero su labor no acabó de prender en los tendidos.

Tampoco tuvo mala suerte Talavante con su primero, otro toro noble, repetidor y con recorrido en el tercio final. Dibujó el torero tres naturales inmensos y otra tanda más por el mismo lado que fueron pinceladas de toreo grande. Pero la labor del torero no rompió en el faenón que su oponente le ofrecía. Se quedó en la cara del toro a la hora de matar y sufrió un topetazo en el pecho que lo dejó conmocionado por unos momentos. Soso y sin fondo fue el sexto de la tarde y Talavante naufragó con escasez de ideas.

Y ese fue también el resumen de la tarde de Castella. Le tocó el peor lote, pero se mostró desvaído, vulgar, superficial, sin ánimo, aburrido y mecánico. Su primero no valía un real y con el otro, suave y descastado, no dijo nada.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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